A medida que aumenta la desigualdad por culpa de la codicia corporativa y las políticas de bajos salarios y explotación laboral, el sector que conforman las organizaciones benéficas sin ánimo de lucro corre el peligro de convertirse en una plataforma de poder privado subsidiada por los ultra ricos. Este fenómeno, evidentemente, plantea riesgos muy elevados para la sociedad.
Las crisis globales continuadas (financiera mundial de 2008, pandemia Covid-19 y guerra de Ucrania) están provocado que las organizaciones benéficas estén recibiendo cantidades cada vez menores de ingresos por parte de los donantes las clases medias y trabajadoras. Por tanto, dependen más de las donaciones más grandes de un número menor de donantes adinerados que tienden a invertir su dinero en fundaciones y fondos asesorados por vehículos intermediarios caritativos que controlan en lugar de en organizaciones benéficas sin fines de lucro activas sobre el terreno.
En el siglo XXI, la proporción de hogares que realiza donaciones se ha reducido a menos del 40% y con cantidades muy inferiores. Estos descensos demuestran indicadores de inseguridad económica como el empleo precario, los bajos salarios y el aumento de recursos que cada familia tiene que dedicar para los gastos relacionados con la vivienda.
Desde el estallido de la crisis de 2008 el número de millonarios se disparó tanto en España como en el resto del mundo y la brecha de desigualdad se incrementó hasta los límites insostenibles de la actualidad.
Los ricos encontraron en las donaciones un sistema para pagar menos impuestos y, tanto en Reino Unido como en la Unión Europea o en Estados Unidos las solicitudes de deducciones en los impuestos por este concepto se han quintuplicado. Además, a medida que se acercan las fechas en que cada país hay que presentar las correspondientes declaraciones tributarias, las megadonaciones se hacen más frecuentes.
Por otro lado, los mega ricos tienen sus propias fundaciones y gran parte de sus donaciones se hacen a estas organizaciones que, además, suelen estar supervisadas por grandes fondos de inversión. Por tanto, lo que se donan a sí mismos, se desvía de las organizaciones benéficas sin ánimo de lucro con verdadero interés público o función social.
