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Estación de Metro Banco de España | Foto: Flickr

Tras la crisis financiera, la banca ha sufrido una brutal reconversión a nivel global. En España los datos son demoledores, desde 2008 casi 100.000 personas han perdido el empleo en el sector bancario español, un 35% del total de las que había 10 años atrás y otro dato espeluznante: más de un 43 % de las sucursales que había, han cerrado.

Decíamos que sobre la banca pesan amenazas que ponen en riesgo su futuro. ¿Cuáles son esos elementos negativos que ponen en riesgo su viabilidad futura?

La más obvia es la evolución negativa de los tipos de interés, que desde que tocaron el 0% no tienen visos de recuperarse. La semana pasada el BCE se ha reafirmado en su intención de no subir los tipos de interés en los próximos trimestres, porque a consecuencia de las guerras comerciales iniciadas por la administración Trump y conflictos como el Brexit, el crecimiento de los países europeos será bajo o inexistente: grave problema que estaría anticipando un enfriamiento económico. Una subida de tipos de interés sería fatal para la sociedad en su conjunto, tanto para el mantenimiento de los gastos sociales, como la propia supervivencia de las empresas, que cada vez se han internacionalizado más para poder sobrevivir.

Aunque las autoridades insistan en mantener tipos de interés bajos, no es menos cierto que la estabilidad a largo plazo del sistema financiero está en riesgo con esa política y, hoy por hoy, no existe una alternativa a los bancos como depositarios de los ahorros de los ciudadanos o como correa de distribución del dinero a la economía real, vía concesión de créditos a las empresas y a las familias.

Pero siendo la de los tipos de interés la más obvia de las amenazas para los bancos, no es la única amenaza, ni mucho menos:

  • Las crecientes exigencias de capital impuestas por las autoridades económicas a los bancos, suponen que se ejerza una pinza endiablada: por un lado, el rendimiento de su negocio es cada vez menor, debido a los bajos intereses, por otro, tienen que captar más y más capital para poder absorber las pérdidas a consecuencias de nuevas crisis o de impagos generalizados. Como cada vez necesitan más capital y su rentabilidad es cada vez menor, los bancos anuncian expedientes de regulación sin fin y cierres de sucursales. Esto último trae como consecuencia la reversión de un logro colectivo, el de la bancarización universal. Ahora, desaparecidas el 43% de las sucursales y un enorme porcentaje de los cajeros automáticos, el fenómeno de la desbancarización ha llegado a enormes zonas rurales de nuestro país, que ahora esperan la llegada semanal del empleado de banca en su automóvil, igual que la del pescadero o la de la tienda ambulante de comestibles. Vivir para ver.
  • Pese a las entendibles quejas de los clientes, a niveles agregados, se ha producido una significativa caída de los márgenes bancarios, a consecuencia de la competencia y de los tipos bajos. Las entidades han reaccionado generalizando el cobro de comisiones por servicios que eran antes gratuitos, sin que haya mediado por los bancos una mínima explicación de las razones del cobro de esos servicios. Como siempre, la banca ha reaccionado tarde y mal en términos de comunicación. Su mala imagen se ha derivado en muchos casos de la falta de la agilidad para explicar lo que hacen, como también de prácticas poco éticas que han sancionado los tribunales o las autoridades.
  • La bajísima rentabilidad de las hipotecas
  • La entrada en el negocio financiero de las compañías tecnológicas, tanto los grandes monstruos (Google, Amazon, Apple, Facebook), como otras más pequeñas “fintech” atacan el modelo de negocio tradicional de los bancos.
  • La presión de la tecnología, la llamada digitalización per se impacta sobre los modelos bancarios de distribución, contribuyendo al cierre de sucursales y a la sustitución de empleados por máquinas.
  • La reputación corporativa de los bancos es mala.

Los especuladores sin freno

Todos estos factores, que juegan en contra de los bancos, han propiciado una reducción muy notable del número de bancos y, por ende, de sucursales y de trabajadores. Sin embargo, detrás de estos números hay personas, unas que sufren las consecuencias de las crisis, otras que se benefician de ellas y que, como hemos visto en el asunto del Banco Popular, pueden propiciar que entidades solventes y viables acaben en manos de otros, después de procurar plusvalías a unos pocos y la ruina de muchos que confiaron en las reglas del mercado y en los reguladores. ¿Puede volver a suceder en España otra vez que una entidad financiera solvente caiga en manos de especuladores sin freno?

El mapa bancario en España en 2019

Desde 2008, más de un tercio de las entidades significativas han desaparecido. No vamos a entrar ahora en un análisis de lo sucedido porque es conocido de la opinión pública y mucho hemos publicado en estas páginas.

Sólo por dar una pincelada sobre el asunto, hay que decir que esos cierres se concentran en el sector de cajas que, aunque transformadas las supervivientes en bancos, han desaparecido como tal sector. La elevada exposición a la burbuja inmobiliaria, unido al peso de los políticos locales en la gestión de las mismas llevó a una desaparición a fuego lento del sector de Cajas, con la creación primero desde 2009 de los SIP (sistemas institucionales de protección), hasta la desaparición de todos ellos con la llegada de los raquíticos fondos europeos en 2012, después de una pésima gestión del ex ministro Luis de Guindos, con España al borde de la intervención.

Con el paso del tiempo, parece cada vez más claro que determinados intereses personales —y uno no menor es el paso por BMN del hoy vicepresidente del BCE, la caja con mayor participación del Estado tras su rescate en 2012, junto con Bankia—, antepusieron el rescate y desaparición de las Cajas, como forma de blindar su posición política y personal, eludiendo un rescate formal de la economía española.

Años más tarde, se produjo el caso del Banco Popular. Sobre la sexta entidad financiera del país, baste con que nos quedemos con una cifra de las muchas que dan los peritos del Banco de España en el informe conocido en el mes de abril pasado: generaba 1.150 millones de beneficios ordinarios y además recurrentes, algo muy significativo en un sector aquejado de problemas estructurales de rentabilidad.

Tenemos, pues, sólo 12 grupos financieros relevantes, que supone la desaparición de más de dos tercios de los 45 con los que contábamos en 2008, según los datos de la AEB recientemente conocidos.

Todos estos grupos financieros padecen en mayor o en menor de los males que sufre la llamada industria financiera a nivel global, la banca. Es decir, todos ellos han visto caer su rentabilidad de forma dramática desde 2008, todos ellos han hecho enormes provisiones para aguantar las caídas de valor de los activos inmobiliarios —salvo el caso de Bankinter—, todos ellos han integrado otras entidades con problemas mayores o menores.

Podemos distinguir varias “especies” de Bancos en España: los grandes monstruos que tienen negocios por todo el mundo o bien han entrado en sectores industriales, convirtiéndose en jugadores omnipresentes en la vida económica y política del país: Santander, BBVA y CaixaBank. Mucho se podría hablar de las ayudas recibidas por unos —Caixacatalunya, Unim, Banco de Valencia— o por la confiscación de la que han sido beneficiarios directos los otros —caso Banco Popular/Santander—, pero esos asuntos desbordarían el asunto principal de la configuración del futuro mapa bancario.

Dos entidades concentradas fundamentalmente en España, una que ha recibido 24.000 millones en ayudas públicas Bankia, con serios problemas de rentabilidad que han provocado un brutal ajuste en Bolsa de su valoración y que hace imposible en el corto y en el medio plazo la recuperación de las ayudas públicas inyectadas por el Estado; y otra el Sabadell, un banco parecido a Popular, con una buena y extensa red comercial especializada en Pymes, que sufre también las consecuencias de la bajada de tipos de interés y las consecuencias del Brexit después de haber entrado en el peor momento posible en el Reino Unido, comprando a Lloyd’s el banco TSB.

Sabadell está pendiente de conocer la posible multa que se especula le impondrá la autoridad británica por los problemas sufridos por la clientela en la integración informática de TSB. TSB fue comprado por Banco Sabadell en 2015 y en 2019, durante la presentación de resultados de 2018 desveló que los problemas con la migración tecnológica de TSB, le han supuesto unos costes extraordinarios de 460 millones de euros. De esos 460 millones de costes extraordinarios, 121 millones corresponden a la migración tecnológica en sí y 339 millones son los derivados de los problemas que generó esta migración, que obligaron a TSB a compensar a sus clientes o bien a quitarles comisiones.

Sabadell dijo que se han resuelto ya el 90 % de las 200.000 reclamaciones recibidas por los problemas derivados de esa integración. A consecuencia de esos severos problemas, la autoridad británica de supervisión de comportamiento en los mercados FCA, abrió un expediente a Sabadell del que se espera que resulte una relevante multa, tal como indicaron diversos medios británicos. En el caso del Sabadell llama la atención el caso de la antigua Caja de Ahorros del Mediterráneo, a la que el ex Gobernador Fernández Ordóñez llamo “lo peor de lo peor”. ¿Qué paso en aquella sonada integración que volatilizó los recursos disponibles del antiguo Fondo de Garantía de Depósitos de las Cajas de Ahorro? Sabadell recibió en 2011 5.000 millones de euros de ayudas en capital sin coste para rescatar la antigua Caja de Ahorros del Mediterráneo y recibió además un programa de protección de activos, por los que el Estado cubre el 80% de las pérdidas de una cartera de más de 24.000 millones de activos, durante 10 años. Cuando venza ese programa de protección de activos, el Sabadell deberá rellenar con capital la cobertura futura de esos activos. Mientras tanto, los costes del programa de protección de activo están suponiendo un esfuerzo enorme para el Fondo de Garantía de Depósitos, excediendo en más de 600 millones de euros las pérdidas cubiertas.

Los bancos resultantes de la fusión de las antiguas cajas: Unicaja, Liberbank, Ibercaja y Abanca. Los cuatro bancos han recibido ayudas para integrar alguna de sus actuales partes o los compradores han sido asistidos por el Estado —caso de Abanca y Escotet, el inversor venezolano, dueño del imperio Banesco.

Los demás grupos financieros —Kutxabank, Cajamar y Bankinter— por motivos diversos no entran en las combinaciones posibles a corto plazo, ya sea por el control “vasco” sobre la primera, por la naturaleza compleja como cooperativa de Cajamar, o ya sea por la buena situación financiera por su enfoque en el sector de seguros de Bankinter.

Obviamente, existen más bancos, de pequeño tamaño, de alcance local o regional, algunos especializados en negocios de financiación al consumo, que no juegan en esta liga de los doce más grandes y que no tendrán peso significativo en ningún escenario de futura consolidación.

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