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Sánchez, del bajón al éxtasis

El presidente del Gobierno sale reforzado de estos cinco días de reflexión en los que el país ha estado en vilo

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análisis

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No se va, se queda. Y llegados a este punto, la pregunta es: ¿qué ha sido todo esto? ¿Un numerito o maniobra política calculada en medio de la campaña electoral a las catalanas? ¿Un bajón auténtico y de verdad como puede tener cualquier hijo de vecino en su puesto de trabajo? ¿Un arrebato emocional, una declaración pública de amor hacia la persona amada vilmente ultrajada? Probablemente nunca lo sabremos, quizá haya sido un poco de cada cosa.

Tras los cinco días de reflexión, en los que todo un país ha estado paralizado y en vilo a la espera de una dimisión que parecía cantada, Pedro Sánchez vuelve a meterse en el papel que tanto éxito y gloria le ha dado y que tan bien sabe representar: el de Gary Cooper solo ante el peligro, el del mártir inocente, el del superhéroe que sabe resurgir de sus cenizas como el ave fénix. Ya estamos en segundo curso de sanchismo y sabemos de lo que es capaz este hombre. Sabemos cómo se revolvió contra los conjurados felipistas de su partido para recuperar el poder; sabemos que es capaz de sobrevivir a una pandemia, a dos guerras y a una crisis económica morrocotuda; sabemos que se las ingenia para seguir en la Moncloa aún perdiendo unas elecciones. Y lo ha vuelto a hacer en el peor momento, cuando más acorralado se veía por la denuncia del sindicato neofascista Manos Limpias contra su esposa, Begoña Gómez. El sanchismo era esto: un truco efectista tras otro que moviliza a las masas progresistas desnortadas, cierra filas en el partido y garantiza la adhesión de los socios accidentales que sostienen el Ejecutivo de coalición. Un desfibrilador, en fin, que, descarga a descarga, chute a chute de adrenalina, revive al moribundo mundo socialista.

Con su carta abierta a la ciudadanía, en la que expresaba el “profundo amor” que siente hacia su esposa (convirtiendo la política en una especie de culebrón turco con toda la carga de apasionamiento que ello supone para la sociedad) el presidente del Gobierno ha logrado que se deje de hablar de la presunta corrupción de la primera dama para situar el foco en la máquina del fango de la ultraderecha política, judicial y mediática de este país. Sin duda, fue una jugada de avezado trilero. El debate que proponía a los españoles fue inteligente y nada baladí, por mucho que la derecha española –hábil con la propaganda, pero siempre torpe y tarda a la hora de calibrar la dimensión de cada acontecimiento histórico–, haya tratado de ridiculizar la epístola, una misiva a caballo entre la del amante padre de familia y la del estadista. La política se ha convertido en el arte de destruir al otro a cualquier precio, un drama al que la derecha trata de restar importancia pero que supone un cáncer para el sistema democrático. Cuando Sánchez situó la controversia pública en ese terreno, sus enemigos se sintieron descolocados, confusos. Nunca antes se había visto algo así; nunca antes este país había asistido al espectáculo mediático y sociológico imbatible de un presidente enamorado dispuesto a dejarlo todo a la pregunta de “¿merece la pena seguir?”. Prueba de que la derecha se ha limitado a asistir con la boca abierta a la última obra maestra del sanchismo es que hasta Feijóo parecía improvisar un discurso sobre la marcha. ¿Quería realmente que Sánchez se fuera a su casa o estaba criticando que lo hiciera, dejando huérfano al país? Los españoles nunca tuvieron claro en qué punto estaba el líder de la oposición.

Mientras tanto, las horas avanzaban, los días pasaban y el silencio de Moncloa iba trabajando como esa gota de agua que erosiona la roca, lenta pero eficazmente. Por momentos, la agonía colectiva parecía la de alguien que aguarda la muerte esperada de un pariente sin poder hacer nada. El fantasma de Suárez presentando la dimisión entre el ruido de sables, antes del 23F, volvió a aparecerse a los españoles. Ya no había metralletas ni picoletos con calcetines de colores disparando al techo del Congreso, pero había un juez falangista llevando la batuta del golpe blando en la sombra. Durante esas horas tensas, buena parte del país, sin duda el país de la democracia, el país de la libertad y los derechos humanos, sintió el miedo, el miedo al vacío de poder, el miedo al derrocamiento de un líder legítimo a manos de la horda trumpizada, el miedo a la incertidumbre de unas elecciones generales que pueden terminar con un franquista declarado y confeso en la Vicepresidencia del Gobierno. Y nada como el miedo como mecanismo de activación y movilización social (ya se vio este fin de semana, cuando miles de personas se lanzaron a Ferraz a demostrar su inquebrantable adhesión al jefe y su amor a la democracia). Sánchez es un maestro manejando la emocionalidad colectiva, el discurso de los grandes valores ilustrados, la épica antifascista. Y eso, nos guste o no, vende mucho en el mundo polarizado de hoy donde la política se ha convertido en puro espectáculo.

Cinco días de silencio y reflexión han bastado para poner a la nación al borde del soponcio. Lo que ha hecho Sánchez en ese ínterin ha sido un sutil ejercicio de psicología inversa muy alejado de los burdos montajes de la derechona. Una manipulación desde el sentimiento, desde los nobles principios, desde el amor. La historia podía terminar de dos formas: con la dimisión (lo cual no hubiese tenido sentido, lo hubiese anunciado el primer día, en directo y sin plazo alguno), o con un Sánchez renacido junto a la bandera de España y bajo las geométricas y robustas puertas de Moncloa. Un presidente recuperado del bajonazo anímico, fresco como una rosa socialista reverdecida y dispuesto a volver a la trinchera ante el avance de la extrema derecha. “He decidido seguir”, aseguró ante millones de espectadores. Y en ese momento, el estrés máximo al que estaba sometida la tribu quedó aliviado al instante. Fue como un orgasmo para la izquierda, que a partir de ahora recupera bríos para encarar una legislatura que no terminaba de arrancar, y un coitus interruptus para la derecha, que ya veía el ataúd sanchista desfilando calle abajo hacia el cementerio.

El resto del discurso del premier sobre la reflexión colectiva, sobre la necesidad de dignificar la política y sobre la propuesta para recuperar el juego limpio, no lo ha escuchado nadie. Los “hunos” ya tenían lo que querían (la salvación del tótem herido) y los “hotros”, noqueados y deprimidos, volvían a meter las botellas de champán en la nevera. Nada va a cambiar después de este extraño y asombroso experimento sociológico que hemos vivido. El Gobierno seguirá con su recorrido vital (hacerlo caer prematuramente hubiese sido un desastre nacional) y la fachosfera continuará con lo que siempre ha hecho: con el montaje, el complot y la conjura; con el bulo, la mentira, el insulto y la trituradora de vidas ajenas. Todo sigue igual y al mismo tiempo todo ha cambiado. Porque de esta, Sánchez sale más fuerte en su hiperliderazgo presidencialista y muchos españoles empiezan a constatar que eso del lawfare, el golpe blando a la democracia desde la caverna judicial, no es ninguna broma, sino una amenaza real para todos.

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5 COMENTARIOS

    • Sigue usted sin enterarse.
      Con quien Feijoo tiene que cortar relacion no es con Sanchez,sino con Ayuso,si no,preguntele a Casado.
      Si Feijoo o cualquier otro/a del PP quiere gobernar España,que se centre y se aleje de vox,mientras no lo haga no tendra el apoyo de nadie,ni del PNV.Las mayorias absoluta en unas generales se acabaron..o sigue sin enterarse?

  1. Y siguen Uds con la crispación, no lo pueden evitar…
    Pues no cuente mucho con su líder, pq Galicia no es España. En Galicia, estaba muy cómodo con su red clientelar q Le aseguraba las mayorías. Aquí hay que sudar la camiseta!!!

    • traidor? porque ? por no ponerse la pulserita ? estamos hasta las narices de los patriotas de medio pelo, ya saben, «los fachapobres » gente de clase media que se creen ricos y votan a los ricos para que los hagan cada vez mas pobres,

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