Es su primer partido en el torneo de Cincinnati. Pero le está costando. Ya empieza a ser un clásico que los primeros rivales en los torneos se le hagan cuesta arriba al actual número 1 del mundo.
Está peleando contra un tipo no especialmente brillante: Jordan Thompson. Pero ya todos los perros viejos del circuito saben que a Carlos Alcaraz le cuesta el primer encuentro y sueñan con derrotarlo. Y si no derrotarlo al menos arañarle un set.
Thompson lo intenta hasta el límite de su ingenio y fuerzas en el primer set, pero finalmente Alcaraz se hace con la primera manga.
Thompson no se rinde, quiere tener en su currículum al menos un set ganado al número 1 del mundo.
Y en el segundo set consigue ponerse por delante en el marcador y ni falla ni se permite el menor desaliento.
Thompson va ganando cinco juegos a cuatro y está sirviendo él.
Consigue ganar los tres primeros puntos del juego. Cuarenta a cero.
Es entonces cuando todos los espectadores que estamos viendo el match a través de la televisión vemos un primer plano de Ferrero y sus labios moviéndose un instante:
-¡Lucha!
Y Carlos lucha. Gana el primer punto. Cuarenta quince.
Pero está claro que el hambre, el deseo de ganar, la necesidad conseguirlo incluso ante sí mismo, de Jordan Thompson es superior a cualquier estímulo que pueda sentir por dentro Alcaraz, quien sí, es un superdotado y uno de los mejores jugadores de todos los tiempos; pero ni siquiera todo eso a veces es suficiente.
El LUCHA que le ha lanzado a Ferrero como estímulo ya se ha gastado en la primera bola, y no alcanza para ganar la siguiente.
Thompson se hace con el segundo set, y es muy feliz.
Mucho más feliz que lo es luego, unos treinta minutos después, Alcaraz cuando gana el partido.
El tenis es un deporte, una forma de batalla, increíblemente sutil.
Se me queda grabada en la memoria la orden de Ferrero:
-Lucha.
Luchar. No siempre es tan fácil, como sabemos absolutamente todas las personas del mundo. Hacemos lo que podemos.
Tigre Tigre
