Me había reservado el partido para verlo después de media noche. Mientras Nadal jugaba contra de Miñaur tenía que dar una clase y luego me estaba esperando una novela con la que llevo siete años luchando pero que ya tengo casi lista y no me permito ni flaquezas ni desalientos.
Me encanta ver los partidos grabados porque los veo en compañía de Tigre Manjatan, el Tigre, al ritmo que ambos queremos.
Eran casi las once de la noche y ya estaba acabando de vestirme en el Canoe, el club donde voy a nadar cada día (por lo de mens sana in corpore sano).
-¿Has visto a Rafael?
Es Paco. Paco siempre está en el vestuario. Va cada día un par de veces al club. Mañana y tarde-noche. Levanto la mano -aterrorizado- y le pido que por favor no me diga nada. Y como ya me conoce, Paco asiente y me deja tranquilo.
Lo oigo hablar del partido del Madrid contra el Manchester, de lo complicado que lo tiene aunque parece que hay posibilidades. Habla con Antonio: un tipo encantador, arquitecto, que siempre me da pequeños consejos para que mejore mi torpe estilo como nadador.
Y de repente Antonio lo dice. Se lo dice a Paco, pero estamos todos cerca y yo, por supuesto, me entero.
Nadal ha perdido contra de Miñaur. Era lo lógico, de Miñaur es un jugador inmenso que cuando está inspirado puede ganar a cualquiera, absolutamente a cualquiera de los ídolos del tenis del momento.
Ay. Finalmente me he enterado. Pero me resigno. Y es de nuevo Paco, quien ya ahora sin la rienda de mi petición de silencio, explica que le resulta triste ver así al ídolo, que Nadal debe estar sufriendo.
Pero yo le contesto que no, que está saboreando sus últimos momentos. Aunque pierda son «sus últimos momentos». El aplauso final en el torneo Conde de Godó fue para él y no para de Miñaur, aunque le ganase el partido.
Y que nadie descarte que el Gran Nadal vuelva a recomponerse lo suficiente como para luchar por otro Roland Garros; porque allí cada asiento, cada grano de arena de polvo de ladrillo, le conoce y admira y respeta. El milagro podría, una vez más, como en el partido de ayer del Madrid contra el Manchester, acabar sucediendo.
Pero en cualquier caso nadie es quien para juzgar al mejor tenista español de todos los tiempos. Al valiente, al héroe, al inasequible al desaliento.
Yo soy escritor y soy empático, me meto en la cabeza y en el corazón de mis personajes, y tengo la certeza absoluta de que Rafael Nadal -me pongo en su piel- sabe perfectamente lo que está haciendo.
EXCELSIOR.
