Existe en el Partido Socialista una auténtica rebelión a bordo que sin pudor se retransmite en vivo y en directo por todos los cornijales mediáticos del país. No es una polémica ideológica, pues hace tiempo que la ideología duerme el sueño de los justos, ni estratégica, entendiendo por estrategia el sentido más inteligente del término, sino simplemente una lucha por el poder que adquiere una irracionalidad en los planteamientos hasta llevarla al terreno de la antipolítica. Decía Azaña que el conflicto entre el trabajo y la industria era en España especialmente amplio y eso en un país donde apenas había trabajo y apenas había industria, algo parecido sufre el PSOE que se desangra por unos espacios de poder que cada vez son más reducidos.

Baronías y taifas en batalla contra Ferraz, Ferraz en guerra con las baronías, liderazgos líquidos sustentados en el clientelismo, cainismo como instrumento de acción política, incapacidad de vertebrar un modelo alternativo de sociedad, falta de músculo ideológico que consolide una clara posición y función política, tacticismo mediocre, componen una cosmovisión que, como los decorados de Potemkin, se quiere solapar a base de argumentarios y consignas. Es un tiempo donde una buena justificación es más importante que el pensamiento crítico y la capacidad de generar una nueva mirada.

A falta de debate de ideas o de planteamientos ideológicos el PSOE se ha vuelto mesianista, donde los liderazgos se fundamentan en el poder, la influencia y la aniquilación mutua. Y todo ello por unas causas muy determinantes: la negación del conflicto social como elemento sustantivo de la lucha política del socialismo, la derivación del progresismo hacia políticas identitarias y de modos de vida, inicuas para las minorías fácticas con el consiguiente abandono de los intereses de las clases populares y las mayorías sociales; la adaptación a un régimen donde la izquierda sólo puede subsistir desnaturalizándose; un pragmatismo elemental como sustitutivo de la ideología y la oquedad dialéctica como correlato y la consecuencia de haber planteado la renovación en el elemento generacional y no en el del pensamiento, que ha producido un daguerrotipo de dirigente desideologizado, ambicioso y con un ámbito de actuación cortoplacista que le resta perspectiva política.

Ante eso, el socialismo tiene que superar la paradoja de Bossuet, la que definía Rosanvallon como esa particular clase de esquizofrenia de deplorar un estado de cosas y, al mismo tiempo, celebrar las causas concretas que lo producen y que ha desembocado en una crisis identitaria cuyo pernicioso corolario es la falta de criterio en todos los ámbitos del debate político. No es una crisis coyuntural, sino de índole profunda que afecta a la misma razón de ser del partido y a los elementos más sensibles de su función política y sus modos de relacionarse con la sociedad.

El PSOE corre el grave riesgo de que en el momento que exista más ideología, más valores, más movilización, más malestar sin gestionar en la calle que en el seno del socialismo habrá ocurrido lo que afirmó Felipe González en Suresnes, que había más socialismo fuera que dentro del PSOE. No hay, por tanto, otro camino que fortalecer el poder ciudadano que legitima el poder político de los socialistas y que lo sostiene. Ello requiere un rearme ideológico en la perspectiva del socialismo necesario y el cambio radical y sin excusas.

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