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Vladímir Putin: el laberinto mental de un dictador (I)

El presidente ruso da muestras de una personalidad compleja marcada por sus años como espía del KGB

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análisis

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Putin sopesa cuál debe ser el siguiente paso en Ucrania. El frente se ha estancado y aquella imagen de un convoy ruso de más de 60 kilómetros de largo parado a las puertas de Kiev, impotente a la hora de tomar la ciudad, denotó que las cosas no van bien para el Kremlin. De manera inteligente, los ucranianos han aprovechado el armamento donado por las potencias occidentales no para enfrentarse cara a cara con los tanques enemigos sino para, mediante acciones rápidas típicas de guerra de guerrillas, interceptar y destruir los convoyes, la logística, el suministro de combustible y los vehículos encargados de llevar provisiones al frente. Y ahí siguen los camiones y carros blindados rusos, varados en la raspútitsa (el mar de lodo que en su día frenó a los ejércitos de Napoleón y Hitler), apelotonados unos sobre otros sin poder moverse. Mientras tanto, la poderosa aviación de Moscú apenas ha podido intervenir, ya que los misiles tierra-aire ucranianos se muestran efectivos en su misión de derribar cazas y helicópteros invasores. Rusia está aireando sus debilidades y carencias en una guerra que creía tener ganada en un par de días y que amenaza con eternizarse. Fuentes oficiales hablan de 10.000 soldados rusos muertos, de cientos de heridos y mutilados, de cinco generales caídos en el frente, algo sorprendente tratándose de un gran ejército como el de Putin. Una guerra de desgaste con la que no contaba el todopoderoso líder del Kremlin.

Al mismo tiempo, los comandos ucranianos hostigan a la maltrecha columna enemiga bloqueada frente a Kiev con constantes operaciones de castigo, nocturnas y diurnas, que no dejan un solo minuto de descanso al rival, unos soldados cada hora más cansados, asustados y desmoralizados. Más de 300 carros de combate han sido destruidos por los guerrilleros de Zelenski; decenas de vehículos blindados de infantería inutilizados; y no pocos aviones y helicópteros abatidos. Un material claramente obsoleto e insuficiente, un equipamiento desfasado, chatarra propia del siglo XX que ahora se está viendo no se corresponde con la imagen que la propaganda de Moscú había trasladado al mundo en aquellos fastuosos desfiles militares organizados en la Plaza Roja a mayor gloria del amado líder. El listado de bajas aumenta por días y, si es cierto que Putin está dando a sus soldados comida caducada desde hace siete años, la derrota está más que asegurada. Esa chapuza, unida al hecho de que hablamos de militares jóvenes e inexpertos que han sido enviados al frente engañados y arrastrados por los delirios de grandeza de su presidente (sin que sus familias ni siquiera sepan que han sido movilizados), no augura nada bueno para la aventura expansionista de Rusia. Tampoco la noticia de que han llegado a Ucrania 16.000 mercenarios sirios y chechenos de refuerzo servirá, de momento, para enmendar el curso de la guerra.

En ese contexto negativo para Putin, quizá el gran oligarca se plantee la necesidad de intensificar la crueldad de los ataques contra la población civil en las ciudades asediadas desde hace semanas. Armas químicas, armas bacteriológicas e incluso el empleo de alguna bomba nuclear de baja intensidad serían soluciones finales barajadas por el dictador para tratar de salir del atolladero en el que él mismo se ha metido y poner fin a la guerra más absurda, si es que alguna tiene alguna lógica. La OTAN, más unida que nunca, ya ha advertido de que el empleo de armas de destrucción masiva supondría un enfrentamiento directo entre ambos bloques.

Pero más allá de análisis geoestratégicos, quizá estemos perdiendo de vista la clave principal de la crítica situación a la que hemos llegado: todo, el orden mundial, el futuro de las generaciones venideras, los planes de guerra e incluso el maletín nuclear, está en manos de un solo hombre con sus fobias, filias, manías y delirios. El factor humano vuelve a resultar esencial a la hora de explicar lo que está sucediendo estos días turbulentos. ¿Quién es realmente Vladímir Putin? ¿Nos estamos enfrentando a alguien con sus capacidades mentales perturbadas, a un psicópata que sabe discernir entre el bien y el mal o sencillamente ante una persona sana que cree estar haciendo lo mejor para su pueblo? El psicólogo forense Javier Urra considera que el presidente ruso no soporta a los débiles, de modo que tras comprobar la vulnerabilidad de Occidente ha decidido lanzarle un órdago en toda regla. Desde ese punto de vista, Putin sería como un niño que se sabe “no querido”, pero al que todos temen. Y eso puede acabar siendo muy preocupante, ya que un sujeto de carácter violentamente infantil suele caer en un comportamiento de “aceleración expansiva” sin límites. “Entra en Ucrania, pero inmediatamente amenaza a Finlandia, a Suecia, luego dice todo el tema nuclear, es como si se le escapara el tiempo o supiera algo de su propia realidad”, afirma Urra. ¿Se puede convencer a una persona así, un ser que se mueve por impulsos pueriles? “Categóricamente no”, asegura el experto: “Convencer no, seguro, vencerle sí, y eso él lo sabe”. Por tanto, estaríamos ante un personaje al que no le importa el futuro, un hombre narcisista e inmaduro (quizá un enfermo terminal) que se siente el ombligo del mundo y que tiene que demostrar su virilidad a todas horas. Ese complejo de inferioridad es un rasgo común a muchos dictadores. Hitler y Franco lo padecieron en el pasado y fue causa de grandes males y sufrimientos para la raza humana.

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1 COMENTARIO

  1. No conozco la personalidad de Putin pero no me jugaría ni un café al compararla con las de los prohombres Usa_Otan que nos llevan a las guerras que desde hace tantos años asolan cualquier pais no vasallo de Occidente. Lo de Javier Urra me suena a la Secta y Ferrerasgate.

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