No sé si la recordarán, “Volver a empezar”; es una película dramática española dirigida por José Luis Garci en 1981 y estrenada en 1982. Narra la historia de un exiliado que, tras la reinstauración de la democracia en España, regresa a su ciudad natal, donde se vuelve a encontrar con la mujer que fue el amor de su juventud.
Inicialmente fue muy mal recibida por la crítica española, pero, mira tú, en Estados Unidos obtuvo el premio Óscar a la mejor película extranjera, que hasta entonces ninguna producción española había ganado. Y, de golpe, entró en marcha el papanatismo nacional, y, gracias a este reconocimiento internacional, se convirtió en un éxito comercial en España. Y todo el mundo del cine y de la cultura se apropiaron del éxito.
Uno ya tuvo sus aventuras con el canon digital en su momento, y que no me apetece hoy presumir de ellas. Pero en el mundo digital actual, se ha vuelto a reeditar un fenómeno de desequilibrio económico y abuso que emerge con claridad: la aplicación del Canon Digital gestionado por la Ventanilla Única Digital en España. Ventanilla Única Digital es una pantalla de protección de los vividores de los derechos de autor para que no puedan salpicarles los abusos perpetrados.
Este sistema, lejos de promover la equidad, carga, de nuevo, injustamente sobre los hombros de pequeños industriales y profesionales, un peso burocrático desmedido de acreditar que ellos no infringen, con lo que se generan beneficios desmedidos para las entidades de gestión de derechos de autor.
Primero, consideremos la naturaleza del Canon Digital. Esta tasa, impuesta a dispositivos capaces de copiar obras protegidas por derechos de autor, recae sobre fabricantes y, finalmente, sobre consumidores y profesionales. En teoría, se presenta como un mecanismo para compensar a los creadores por las copias privadas de sus obras. Sin embargo, en la práctica, el sistema actual opera bajo una lógica perversa y móviles y hasta relojes están pagando canon.
La Ventanilla Única Digital, a cargo de gestionar este canon, se convierte en una barrera burocrática para quien quiera acreditar que, por su actividad o persona, no copia ni reproduce obras de autores. Para los pequeños y medianos empresarios y profesionales, el proceso de solicitar exenciones o reembolsos se torna en una odisea de trámites y papeleos. Mientras las grandes corporaciones cuentan con recursos para sortear estos obstáculos, los más pequeños, con tiempo y recursos limitados, a menudo terminan absorbidos por este laberinto administrativo y renunciando a lo que se les ha sisado. Porque hablamos de sisa, unas pequeñas cantidades a muchos.
El resultado es una carga desleal sobre aquellos menos capaces de afrontarla. Mientras los conglomerados tecnológicos pueden trasladar estos costos a sus clientes o absorberlos internamente, los pequeños negocios se enfrentan a una decisión ingrata: perder tiempo valioso en recuperar unos pocos euros o resignarse a una tasa injusta.
La Ventanilla Única Digital, en su forma actual, es una manifestación de un sistema que favorece a los gigantes a expensas de los pequeños. Este esquema no solo es contrario a los principios de justicia económica, sino que también asfixia a aquellos que son el motor de innovación y crecimiento en nuestra sociedad.
Por tanto, es crucial replantear y reformar, de nuevo, este sistema. Necesitamos un modelo que reconozca y apoye equitativamente a todos los actores del ecosistema digital, no uno que imponga cargas injustas y perpetúe desigualdades. O replanteamos, o volverá a entrar la justicia europea.
Por cierto, “volver a empezar” es otra de las hilarantes frases de Frau Blücher en el “Jovencito Frankenstein” de Mel Brooks. Y es que el abuso nos hace, al final ridículos.
