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2020, una odisea en lo social

Jesús Ausín
Jesús Ausín
Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.
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En el cristal del vagón por el que Plinio mira la oscuridad de los túneles, se reflejan los asientos aledaños. Un padre y sus dos hijos ocupan los tres asientos contrarios a la puerta junto a la que Plinio, de pie, ha cogido la máquina del tiempo para irse muy lejos de allí y a una era que, aunque cercana en el calendario, la siente tan lejana que parece de otra vida. En el reflejo, los críos del asiento rebuscan en la bolsa que ambos llevan de la mano, en la que puede verse el logotipo de unos grandes almacenes y un papel regalo arrugado por los flancos, señal inequívoca de que ya han sido abiertos. El padre les regaña sin ganas y les dice que no sean impacientes y que se estén quietos. Los críos protestan. “Queremos jugar con los regalos de los abuelos”. Pero el padre insiste en que deberán esperar a llegar a casa. Aunque este año Santa Claus se haya adelantado a la tarde de nochebuena por la pandemia, les dice, no significa que puedan adelantar la mañana de Navidad. Deberán esperar a llegar a casa y poner los regalos bajo el árbol. ¡Jo, no es justo! dice el más pequeño. Pero el padre le recrimina de nuevo con la mirada severa y el crío se enfurruña y cede.

Es en ese momento cuando Plinio, que lleva un plumas reflectante amarillo y sucio, unos pantalones vaqueros limpios y unas botas en las que aún pueden verse restos de hormigón, se acuerda de los tiempos en los que también estaba en casa con sus niños y su mujer la tarde de nochebuena. Y los sábados, los domingos y las fiestas de guardar. Ahora, después de la crisis del ladrillo en la que perdió su puesto de trabajo en una gran constructora y casi hasta el permiso de residencia, los sábados son un día más de labor. Incluso dependiendo de la necesidad de acabar que tenga su jefe, trabajan algunos domingos. Los festivos no laborales ya ni figuran en el calendario. Todo ello con una merma importante del salario y de las condiciones. Ahora gana quinientos euros menos que antes y ha perdido casi cualquier derecho laboral. Si denuncia, ganará, pero no le volverán a contratar en ningún sitio y perderá su residencia.

Por eso mira con añoranza a los chavales que van con su padre. A él, aún le queda casi una hora y media más de camino hasta llegar a casa. Debe hacer otro transbordo en el metro. Cuando llegue a Alonso Martínez en la línea 5, cambiar a la 10 hasta Príncipe Pío y de allí la camioneta 539 hasta el Xanadú y luego la 531A hasta Villamantilla. Antes de la caída del ladrillo, vivía en Carabanchel, pero les desahuciaron por no poder pagar la hipoteca. Ahora es lo único que pueden pagar con su salario y el de su mujer, Manuela, a la que la pandemia ha dejado en paro porque era camarera de un Hotel de tres estrellas cercano a la localidad. Y hoy, Nochebuena y la hora que es, espera no tener problemas en el trayecto y llegar antes de que salga el último autobús. Esta noche estarán solos. Sin los vecinos con los que han celebrado las tres últimas nochebuenas. Esta noche, a sus dos hijos, Julio Alberto y Sakira no les visitará Papá Noel. Mañana no habrá apertura de regalos. Manuela, entre la pérdida del trabajo y la pandemia lo está pasando mal y él no ha tenido tiempo ni para ir al chino a comprar un detalle. Y luego está lo de la multa. Que no saben ni cómo van a pagar. Una lágrima de impotencia recorre ahora la mejilla de Plinio. Anteayer al llegar a casa, Manuela le dijo que había una carta certificada que venía del Ministerio del Interior. Pensaban que era alguna reclamación sobre papeles de extranjería. La sorpresa dio paso a la indignación primero, a la desesperación después y al abatimiento finalmente. Era una multa. Ochocientos euros por desobediencia a la guardia civil y desórdenes públicos. No entendía nada. Pero por la dirección y la fecha debió ser el problema que tuvo este verano en una de las obras dónde estuvo trabajando. Hacía un calor infernal y no había ningún sitio dónde comprar nada. Salvo un tugurio de carretera cercano al chalé que estaban arreglando. Se dirigió al local y pidió una botella de agua fresca. El camarero le dijo que allí no admitían monos. Que se fuera a su jaula y a su país. Plinio, dominicano y negro de nacimiento le espetó al camarero que era un racista de mierda. El camarero se dirigió a Plinio con intención de darle un puñetazo y él se defendió y le dejó noqueado de un gancho. Un cliente del bar decorado con temas franquistas, llamó a los civiles. Al rato se presentaron. Preguntaron que había pasado, Plinio les contó lo sucedido y ellos le sacaron del bar y le dijeron que se fuera para no montar más jaleo. No sin antes pedirle la Tarjeta de Identidad y de tomarle los datos. Pero no le dijeron nada de multarle. Y casi seis meses después, a dos días de nochebuena, se encuentra con la multa.

“Próxima estación, Núñez de Balboa”. La voz en off del metro le trae de vuelta a la tarde de Nochebuena. Los niños y su padre se han levantado y se han puesto frente a la puerta. Plinio les mira a través del reflejo en el cristal y una mueca parecida a una sonrisa asoma de su boca.

Se siente feliz por ellos.

*****

2020, una odisea en lo social

Todos los años, llegadas estas fechas, la prensa se suele hacer repaso del año. El lío llegó en primavera, con la pandemia, de la que íbamos a salir mejores personas y lo estamos acabando, mirándonos, en general, más el ombligo que nunca.

Crecen los negacionistas, los terraplanistas, los antivacunas, los fascistas y sobre todo los hooligans de aquí y allá. Periodistas que le echan la culpa al gobierno de la nación por el individualismo, la haraganería social y la ecpatía hacia los demás de esa gente a la que hay que decirle, como a los niños de cinco años, lo que deben o no deben hacer para que tengan una justificación personal a la que agarrarse cuando sufran las consecuencias de hacer lo contrario. Crecen los individualistas y los que antaño se quejaban de tener que pasar la Nochebuena con la arpía de su cuñada y la pesada de su suegra, ahora se quejan de que no pueden hacerlo. Crecen los pobres, mientras los bares, que deberían estar cerrados por la pandemia, parecen seguir siendo un próspero negocio. Crecen los enfermos de covid, mientras cientos de niñatos estúpidos montan fiestas en sus colegios mayores o en locales privados. Se permite la apertura de restaurantes casi sin obstáculos, pero se ponen miles de trabajas a teatros y cines en los que se supone que todos van con mascarilla y nadie puede hablar. Pero es que los restaurantes son, en su mayor parte, amigos del régimen, mientras que los actores suelen ser unos rojos de mierda. Pasa como con los conciertos de esas megaestrellas que luego son retransmitidos por televisión y que año tras año nos dan la turra con su concierto por Navidad a quiénes les permiten un aforo de más de 5000 personas cuando tú tienes que dejar de ver a tus hijos en nochebuena porque entre todos sumáis once.

La intolerancia y el cinismo prosperan adecuadamente. Hungría y Polonia se consolidan como estados fascistas mientras la Unión, mira para otro lado. Hungría prohíbe la adopción a las parejas homosexuales, cuando el ponente de la ley, un fascista del partido de Orban es pillado en una orgía gay en Bruselas. El PP hace de escudero de ambos países poniendo trabas al reparto de los fondos de recuperación porque si no los controlan ellos, prefieren que no los haya y así tener excusa, de nuevo como sucedió con el ladrillo, para volver a salvar a España cuando en realidad lo que hacen es salvar sus propias economías. Ahí están los casos Lezo, Gürtel, Kitchen y los otros mil casos más investigados por el pago de comisiones ilegales, actos de partido con dinero público, reforma de sedes con dinero fraudulento y contratos de adjudicación amañada con el fin de obtener fondos para la Caja B. En Madrid, gobernado por el Averno a través de una bausana, la situación se ha convertido en insostenible para los que aquí vivimos. La enfermedad campa a sus anchas y salir a la calle es un peligroso juego a la ruleta rusa del Covid. La gestión de la escuela pública es nefasta para los alumnos que se han ido de vacaciones de Navidad con el despido de 1.117 profesores del refuerzo que la mayor parte de esos alumnos nunca tuvieron. Los más afortunados, se han ido al calor de sus casas y han dejado por unos días las clases con abrigo y con mantas por tener que tener las ventanas abiertas rayando el invierno.

Vamos a dejar atrás un año complicado en el que todo se ha puesto patas arriba. Un país en el que el teletrabajo era una rara situación laboral (apenas un 4,9 % de los ocupados) porque aquí se lleva eso de calentar la silla horas y horas aunque no hagas nada (un 22 % menos del VAB en 2019 que la media europea), las largas comidas de empresa y las reuniones a las seis de la tarde, ha tenido que lidiar como ha podido con la situación para demostrar que un gran porcentaje del trabajo administrativo se puede hacer desde casa si se quiere, se dota de infraestructuras adecuadas y se forma al trabajador para ello (entre otras cosas en la responsabilidad). Igualmente ha demostrado la obsolescencia de la administración, incapaz de asumir con teletrabajo las demandas de los ciudadanos en parte por no disponer de software actualizado y en otra gran parte por no contar con el personal necesario debido a la constante rebaja del número de trabajadores porque tras la jubilación, esos puestos se extinguen. Esta situación también ha demostrado lo que es esencial para la sociedad y lo que no. Tras años de recortes en lo público, los países como Uruguay o Cuba dónde la sanidad pública está bien dotada económicamente (un 20 % del PIB en Uruguay frente al 8,9 % de España), han dominado mejor la pandemia que aquí. Se ha demostrado que la inversión en sanidad pública (no en eso que aquí llaman público y que consiste en el concierto con lo privado para dejarles el beneficio y cuando hay una pandemia, eso es cosa de lo que es 100 % público) es esencial para la sociedad frente a rescatar bancos que es un fraude social. Se ha demostrado que los trabajadores del comercio de alimentos de primera necesidad son esenciales, frente a las sociedades especulativas como los fondos de inversión que siguen dejando a la gente sin casa. Se ha demostrado que la educación pública necesita un aporte económico importante para que los más desfavorecidos puedan competir en igualdad frente al negocio de lo privado del que salen titulaciones como churros e ignorantes como Casado o Ayuso.

Esta situación de catástrofe mundial ha dejado en cueros a los países que como España se cepillaron por decreto ley el tejido industrial para apostar por la economía del fraude fiscal como el turismo, la restauración o el ladrillo. China, después de haber cerrado el país durante casi dos meses, sigue siendo la locomotora industrial del planeta porque produce bienes que otros necesitan y no fabrican.  Alemania ha soportado mejor la crisis social que ha acabado apuntillando la pobre economía española. Los EREs no pueden ser eternos y, conociendo el paño empresarial de este país, se aprovechará la coyuntura para empeorar, aún más, unas condiciones de trabajo que ya son de semiesclavitud con jornadas laborales de lunes a domingo, horarios indefinidos y aumento exponencial de los falsos autónomos. El rayo de esperanza lo tenemos en la jornada laboral de 32 horas.

Pero si la situación de pobreza extrema galopante de nuestro país es muy preocupante, nueve millones de pobres, un 20,7 % de personas en riesgo y el deshonor de ser la quinta por la cola en pobres, después de Rumanía, Letonia, Bulgaria y Estonia, la situación de indigencia democrática que padecemos en España es angustiosa, con un estamento que se ha confirmado a lo largo de los años como un reino de taifas dotado de impunidad absoluta porque no sólo no es controlado por ningún otro poder, sino que se han auto convertido en una tercera cámara legislativa en la que, al parecer, se juzgan delitos dependiendo de la ideología de los presuntos delincuentes (el 1O frente a la petición de fusilamiento de 26 millones de españoles) y se restringen derechos dependiendo de a quién afecten las presuntas ofensas (ultrajes a la bandera de España frente al no acoso permanente a la vivienda de dos dirigentes de Podemos). Como escribía aquí Gonzalo Boyé, a quién ahora, después de haber ganado todos los procedimientos en Europa a la “justicia” española, le intentan buscar las vueltas acusándolo de blanquear dinero de la droga, lo que está pasando con el poder judicial siempre ha sido una cuestión de cercenar derechos. Tal vez a muchos les dé igual porque no se sienten cercanos al problema, pero cuando ves que te meten 800 euros por discutir con un dueño de un bar que acaba de denigrar a una persona de color, cuando te quieren meter cuatro años y medio por grabar un desahucio ilegal en Guadalajara, en el que “casualmente” está implicada una sociedad católica, cuando lees que la Guardia Civil investiga a una sociedad catalana (Ómnium) por un delito INEXISTENTE como el de “denigrar la imagen de España en el extranjero”, cuando lees que ACODAP solicita una orden ante el juzgado de guardia para la detención inmediata del Presidente del Tribunal Supremo (Lesmes) y te informas de dónde viene esa petición, te das cuenta de que aquí, nadie está a salvo y de que esta gente te puede joder la vida en cuanto te sientan como un peligro.

Cerramos un año en el que desgraciadamente somos peores que antes porque la pobreza que nos rodea, en lugar de evitarla vacunándonos contra el individualismo y contra los opresores que son los que nos están llevando a ella, seguimos pensando que es mejor encerrarse en nuestra burbuja para evitar que nos toque no vaya a ser que nos quiten el Chalé de la playa que nunca tendremos, nos vayan a grabar con impuestos el capital que jamás acumularemos o nos quiten el trabajo fijo que ya ni recordamos.

La pobreza no la crean los pobres. De la pobreza y de su explotación, viven los explotadores.

Por último, o quiero dejar a un lado la situación alarmante que vivimos en el movimiento feminista. Divide y vencerás. Y las luchas entre feministas están debilitando nuestro movimiento por la igualdad. Debemos volver a la esencia. Las mujeres necesitan igualdad. Un un hombre vestido de mujer sigue siendo un hombre. Debería necesitar algo más que su palabra para que dejara de serlo.

Salud, feminismo, república y más escuelas públicas y laicas.

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1 COMENTARIO

  1. «los países como Uruguay o Cuba dónde la sanidad pública está bien dotada económicamente (un 20 % del PIB en Uruguay frente al 8,9 % de España), han dominado mejor la pandemia que aquí.» Jesús Ausín

    Lo de Cuba sin comentarios. Respecto Uruguay país al que hay que reconocerle que está haciendo grandes progresos en sanidad y educación, los datos del Ministerio de Salud de Uruguay «Cuentas de Salud 2016-2017» (Pagina 19) informan que es el 9,8 del PIB lo que Uruguay destina a la salud pública.

    España destina efectivamente un 9,8% del PIB, exactamente el mismo porcentaje que Uruguay. En números absolutos las cifras son +-1690 euros por habitante España y 998 por habitante Uruguay.

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