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El cultivo de la ignorancia

Vicente Mateos Sainz de Medrano
Vicente Mateos Sainz de Medrano
Periodista y Doctor en Teoría de la Comunicación de Masas.
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análisis

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Fomentar e inducir la ignorancia y la duda es una estrategia deliberada puesta al descubierto, en 1979, por el investigador de la Historia de la Ciencia y de la Tecnología,  Robert Proctor, que bautizó con el nombre de “Agnatología”; para describir cómo se manufactura la ignorancia mediante políticas deliberadas basadas en la retórica de la desinformación, que expanden la incertidumbre y la duda sobre los hechos verificables que, por serlo, deberían ser irrefutables.

El objetivo es conseguir que el debate público dude de los datos contrastables, para centrarlo en propuestas pasionales o acientíficas que cambian los hechos con el fin de generar inestabilidad e ignorancia. Es lo que los investigadores llaman “armas de distracción masiva”, cuya potencia disruptiva se centra negar la credibilidad de las fuentes fidedignas y los propios hechos objetivos.  El resultado es la producción intencionada del entontecimiento, a la que contribuyen de manera decisiva determinadas estrategias políticas, publicitarias y periodísticas.

El resultado es la llamada posverdad que con más claridad definió, en 2016, el profesor de la Facultad de Periodismo (UCM), Joaquín Aguirre, en un artículo titulado “Agnatología o el idiota fiel”, publicado en el “blog” Pisando Charcos; en el que describe que ya no es necesario el ataque directo al adversario, sino sembrar dudas para hacer perder la referencia sobre la realidad tangible y situar en pie de igualdad argumentos racionales y hechos probados, con teorías absurdas y falsas para dar una engañosa sensación de equilibrio. La cuestión no es oponer la mentira a lo objetivo, sino de hacer dudar sobre qué es lo real. Se fomenta así la ignorancia deliberada con campañas mediáticas de millones de euros distribuidos entre medios y profesionales de la comunicación afines, que difunden a velocidad luz las redes digitales estimulando la necesidad, agobiante, de tener voz propia y fijar posición en un flujo continuo de falsedades: aunque no se tenga ni idea de aquello de lo que se opina.

Nos sumergimos así en la sociedad de la opinión constante, que se reproduce así misma sin fin, basada en una ignorancia galopante que genera inestabilidad permanente sobre las visiones del mundo que incrementa la sensación de caos; y favorece la adscripción, acrítica, emocional e irreflexiva, a los mensajes que son más acordes a nuestro pensamiento ancestral: sin importar que sean veraces o, lo que es peor, falsos. De ahí, que antes de opinar sea mejor observar quienes son y qué pretenden los heraldos de la ignorancia.

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