No me deja de sorprender ciertas historias de coraje y lucha que muestran, inequívocamente, la actitud y el ejercicio que deberíamos tatuarnos en la mente, y mediante la que nuestras conquistas no serían más fáciles, pero sí, y con total seguridad, más cercanas a alcanzar su propósito.
En este presente de títulos, diplomas, master y otros certificados de estudios, que se intercambian como cromos o se expiden desde la expendedora del ego y la hipocresía, así como en esta pauta incorregible de corrupción política y de desatino democrático por quienes tendrían que poner toda coherencia y ordenar las piezas para su funcionamiento, sorprende gratamente la lección de lucha y esfuerzo de quién nada tiene y lo único que quiere es encontrar a su hija desaparecida cuando solo tenía tres años. La lucha es interminable, ya lo he dicho en otras ocasiones, y por eso solo los que nunca se rinden son los que nunca pierden. Pero, a veces, las palabras parece que se quedan ahí, escritas, soportadas por el papel y nada más, y tiene uno la sensación que lo escrito o lo reflexionado no tiene nada que ver con esta especie humana a la que pertenecemos.
Y es por eso que, cuando se leen ciertas noticias, cuando descubres en las páginas de un periódico que un padre se hizo taxista para continuar buscando a su hija perdida o robada muchos años atrás, y lo hace con la intención de llevar a más personas su historia, y de esa forma, quizás, hallar el hilo que lo lleva a reencontrarse con ella, entonces, cree uno que tras la pantalla fatalista, escabrosa, hipócrita, dineraria y de poder y corrupción que asoma por todos lados a este presente, se encuentra la esencia verdadera y necesaria que arraiga a la especie humana, y que, por otro lado, quizás la pueda salvar de su propia insalubridad.
Su hija desapareció en 1994, en la calle, en un descuido de su padre, que poseía por ese entonces un puesto callejero. Sucedió en la ciudad central china de Chengdu. Sus padres se pasaron años colocando carteles y fotos por todos los lugares, así como visitando orfanatos y hospitales, sin perder la esperanza en ningún momento. Pero nada fue válido, nada se constató en resultados. Y un día, su padre decidió hacerse taxista para difundir y relatar lo sucedido con su hija, para enseñar la foto a cuantas personas tuvieran la curiosidad de escucharle, y entonces, por el arte de tanta lucha y tanto esfuerzo, la circunstancias se alinearon de manera que, los periódicos del país se hicieron eco de la lucha de dicho padre, y un dibujante de retratos robot de la policía realizó un esbozo de cómo sería la niña ahora. Dicho retrato voló por las redes sociales como una paloma mensajera, de un lado para otro, golpeando en todas las puertas y ventanas posibles hasta que alcanzó el correcto. Al otro lado del país, una mujer nota el gran parecido con el retrato robot, en especial por una cicatriz en la frente y por ciertos rasgos característicos. Nada más presentarse en un departamento policial, y luego de diferentes pruebas, entre ellas el ADN, se reencontró con su familia, y en el abrazo con su padre este le dice: “Papa te ama”.