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A mí no me llames vieja, llámame okapi

Susana Pérez Alonso
Susana Pérez Alonso
Escritora de novelas, poesía y ensayo. Sus obras han sido publicadas en editoriales de prestigio internacional y por reconocidas publicaciones periódicas académicas. Comienza sus trabajos en la humanización del sistema socio sanitario en el año 1982. Funda la Asociación de Usuarios y Pacientes de la Sanidad. Trabajó en la reestructuración del Área de Oncología y Radioterapia del HUC. Participa en numerosos programas de televisión y radio, así como de reuniones científicas internacionales sobre humanización de la sanidad. Graduada Social y Técnica Fiscal IUDE por la Universidad de Oviedo. Procuradora de los Tribunales.
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análisis

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Hace un mes me di cuenta, tuve que preguntarlo, que cumplía años. Pensaba que la cifra terminaba en tres, pero era en cuatro. Desde entonces sufro una especie de depresión que se manifiesta en ira reprimida o llanto sin aparente motivo. Extraño en alguien a quien apodaban el diamante. No por brillar, por la dureza. Así me sumé a la legión de ciudadanos con problemas mentales que asola al mundo civilizado. Los que habitan el mundo de la esclavitud, el hambre, la auténtica famélica legión, no padecen esas patologías. Lo suyo es infinitamente más dramático.

Empecé a leer en los periódicos temas que, cuando era el diamante, ya había denunciado y nadie escuchó: mal trato en las entidades bancarias, falta de recursos sanitarios específicos, abandonos… Y algo que dio paso al asombro y a una ira poco reprimida: el gran negocio que se está montando en este país a costa de la edad. Negocio puro y duro son las pretensiones de ciudades habitadas por ancianos, negocio son las mal llamadas residencias de ancianos, negocio son muchas de las cosas que leo, escucho y veo. Negocios amparados siempre por la política, sin esos seres que nos gobiernan (oposición incluida) sería imposible que diesen tan pingues beneficios. Ana Diosdado, que será desconocida para los lectores jóvenes, bien definió lo que es todo esto en El Okapi. La residencia El Feliz Descanso no deja de ser terrible metáfora de lo que está sucediendo y de lo que puede suceder. Destruido el esquema familiar que yo llamo el caserío -niños, jóvenes y ancianos, conviviendo y cuidándose mutuamente-, los Fondos de Inversión hacen el agosto con la debilidad de un segmento poblacional sumido en el olvido.

Siempre fui demasiado joven para casi todo, lo cual resultaba desesperante y ahora parece que soy demasiado mayor Es difícil de entender, pero es así. Hay diferentes clases de supremacía a las que se combate, pero no se está haciendo adecuadamente con el tema edad. Un ejemplo claro fue la expulsión del sistema sanitario público de los médicos que cumplieron sesenta y cinco años: a la calle salvo los amigos del gobernante de turno a los que les dieron puestos especiales. Despedimos a buenos y malos, despedimos a personas notables en pleno uso de sus facultades y con una sabiduría acumulada que es imposible tenga ni el número uno del MIR. Sólo la edad nos dota de esa mochila. Y dejamos irse a auténticos talentos ante la indiferencia patria y el asombro de parte de Europa y Estados Unidos. Nadie alzó la voz. Yo sí, pero eso no importa dado que jamás nadie la escucha. De lo sucedido con los mayores durante esta Pandemia, ya hablaré algún día…

Alguien podrá decir que estoy dramatizando, por ello ejemplo práctico. Cumplidos los cincuenta pedí una beca de creadora en París. Un organismo del Estado las dota, Acción Cultural Española. Presenté mi CV siendo muy consciente de que en mi segmento de edad nadie pediría irse a París, y cualquier joven, por muy notable que fuese, no podría igualar mi CV por simple cuestión de calendario. Estaba muy esperanzada, me veía paseando por París buscando historias que contar. No fue posible: la beca se la dieron a un joven que evidentemente no la ganó cumpliendo las bases, a su edad era simplemente imposible. De la edad nada decían las bases, pero al final fue determinante. No sólo son los formularios electrónicos, los teléfonos móviles, las entidades bancarias, es algo mucho más profundo y peligroso.

En las elecciones del año 2019 celebradas en Madrid parece ser que fue determinante el voto de los mayores de sesenta y cinco años. Se entiende mal que siendo así los Partidos no pongan más interés en captarlo. Puede, sólo puede, que los mayores estén como yo: desolados, desilusionados, desinflados y descalificados. La única forma de salir de esos estados es creer que somos okapis: morimos en cautividad y por la libertad se lucha.

Sentaditos al sol. Sin expresión. Sin ánimo para nada… Pensando sólo en comer. O en dormir… Pero ¿Cómo eran antes de que viniesen aquí?

Se me está quitando la depresión a marchas forzadas: yo quiero que me den una beca para ir a Paris o Singapur, por méritos, no por edad. Y no quiero terminar muriendo de tristeza, encerrada, no seré un okapi cautivo, jamás.

Una civilización que excluye a jóvenes es incivil. Una civilización que excluye a mayores o ancianos, es incivil. Institucionalizar el abandono, el desprecio o el encierro no augura nada bueno salvo para los odiados, por mí, Fondos de Inversión.

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