El 41 Congreso Federal del PSOE será recordado como el del sometimiento, el del lawfare, el del victimismo y el de un partido de gobierno a la defensiva por los escándalos de supuesta corrupción que rodean tanto al partido como al gobierno y al entorno más cercano al presidente.
A lo largo del congreso, todo han sido ataques a los jueces, con referencias al presunto (real o imaginario) lawfare que, por cierto, los socialistas no hacían cuando las causas judiciales iban contra otros. También se ha hablado mucho de bulos y desinformación, cuando en los discursos que se han escuchado, tanto desde el estrado como en los diferentes paneles, se han dado cifras falsas o manipuladas, mentiras que son perfectamente desmentibles con los datos oficiales del propio gobierno.
También se ha mentido cuando, por ejemplo, Santos Cerdán, señaló que en el PSOE todas las decisiones las adoptan su militancia cuando todo el mundo sabe que lo que se señale en las consultas y las primarias tiene que pasar el filtro de Ferraz. El ejemplo más claro de ello es cómo el secretario de Organización afirmó que los militantes habían ratificado los pactos con el independentismo para la investidura de Sánchez cuando, en realidad, eso estaba metido en una única pregunta sobre el acuerdo de gobierno con Sumar. Así es el PSOE de Sánchez: manipulación, mentiras y mucha exaltación de la divinidad. Eso es lo que se ha visto en este Congreso.
Todo estaba condicionado, además, con el ejercicio de autoritarismo estalinista de esta semana con la purga de Juan Lobato. Fue una forma de decir que el que se moviera, no saldría de la foto. La diferencia es que muchos de los que se han callado después, no tienen donde ir después de la política, como se sucede al propio Sánchez que no tiene donde caerse muerto, pero Lobato sí.
El victimismo y la actitud a la defensiva no es otra cosa que la constatación de que no se tiene la capacidad para llevar a efecto un proyecto de bienestar para la ciudadanía porque, en medio del mercado persa en que Sánchez ha convertido el Congreso de los Diputados, las propuestas que puedan aprobar el gobierno sólo se llevarán a efecto si se paga un precio. Eso no sucedería si Sánchez tuviera el valor de hacer lo que es necesario. Y no lo hace porque eso no le da rédito ni, sobre todo, excusas para seguir haciéndose la víctima.
La purga de Juan Lobato ha tenido su efecto. En las semanas previas del Congreso, fuentes socialistas confirmaron a este medio que los críticos podrían limitar el poder de Sánchez votando en contra de la Ejecutiva que pretendiera imponer el líder supremo. Sin embargo, finalmente, ha sucedido lo que el resto de los congresos de Sánchez: un 90% de los delegados han votado a favor. La cuestión es ahora qué sucederá con ese 10%. Tal vez, vuelvan los expedientes masivos de expulsión, tal y como sucedió en tiempos pasados en los que Sánchez estaba acorralado.
La autocrítica ha brillado por su ausencia. Todo ha sido victimismo, exaltación del líder y generación de falsos mártires. El 41 Congreso del PSOE, además de la entronización de Pedro Sánchez como sempiterno secretario general, es interesante por los temas que se han tratado.
Sin embargo, un análisis de los distintos paneles y el contenido de las cuestiones aprobadas demuestra que hay un tema del que se ha hablado mucho: la extrema derecha. Eso sí, ni un mero debate sobre las causas de su crecimiento.
No se trata de un cuestionamiento de la legitimidad de Pedro Sánchez. El secretario general del PSOE no ha hecho nada que se saliera de la ley ni de los límites marcados por la Constitución. Es una lástima que haya que cada vez que se hace una crítica se tenga que reafirmar el hecho de que Sánchez es el presidente legítimo de España. Si no se hacen estas puntualizaciones, los sicarios sanchistas van a la yugular poniendo palabras en la boca que no se han dicho.
En España el PSOE, en la misma medida que el Partido Popular, es responsable directo del ascenso de ese populismo antisistema de ultraderecha. No es sólo una cuestión de Pedro Sánchez, sino de la acción política, tanto en el gobierno como en la oposición, del partido. No obstante, ni una palabra sobre ello.
En los debates, los corrillos y en los discursos se habló mucho de la extrema derecha, de Vox, de los jueces fachas, del trumpismo y de otras muchas cuestiones relacionadas. Pero ni un mínimo análisis autocrítico sobre lo que se hizo y se está haciendo mal.
Para entender la situación actual hay que irse al año 2008, con la crisis económica, crisis que, por cierto, José Luis Rodríguez Zapatero, el Taylor Swift de Sánchez, negó cuando era evidente y estaba golpeando a todo el mundo.
El PSOE, tanto cuando ha gobernado como cuando ha estado en la oposición desde esa fecha, ha confundido los asuntos de Estado con los intereses de los poderes que se comenzaron a apoderar de la riqueza mundial.
La brecha de riqueza se ha incrementado y eso sólo ha sido posible por acción u omisión, tanto del PSOE como del PP. Eso ha generado un escenario de desigualdad desconocido en España desde los años previos a la I Guerra Mundial, lo que provoca que la ciudadanía, las clases medias y trabajadoras, se encuentren con una realidad muy alejada del bienestar que se tenía en los años previos a la crisis global.
La falta de respuesta por parte de los gobiernos socialdemócratas y de centro derecha ante este ataque al bienestar genera resignación, desafección y, sobre todo, crispación, elementos que los movimientos de extrema derecha están sabiendo aprovechar para imponer su discurso antisistema.
Hay que insistir en que no es una cuestión exclusiva de Pedro Sánchez, que ya lleva 6 años y medio gobernando, es un problema sistémico que son incapaces de resolver. Pero si no se ve la raíz, es muy difícil encontrar soluciones.
Tratar este fenómeno sólo desde un punto de vista ideológico es otra baza para que los diferentes movimientos ultras sigan creciendo. Además, pensarlo sólo desde un punto de vista de la teoría política es la demostración de que siguen sin entender los verdaderos retos y las necesidades de la ciudadanía. Por eso se está fracasando y están siendo superados por unos movimientos que no representan sólo el fascismo 2.0 sino que consiguen aglutinar en torno a su discurso la rebelión contra el propio sistema. Por esa razón han ganado Trump, Meloni, Orban, Milei Bukele o crecen en apoyo ciudadano Le Pen, los neonazis de AfD o Abascal.
En el PSOE, al igual que en el PP, se parapetan detrás del argumento de que estas nuevas formaciones ponen en peligro a la democracia. Es cierto pero siguen creciendo porque la propia ciudadanía está siendo consciente de que los sistemas democráticos son ya incapaces de garantizar el bienestar mínimo y, en muchos casos, la propia supervivencia.
La socialdemocracia parece no entender que el crecimiento de la extrema derecha no es sólo un problema político sino sistémico. Mientras no comprendan esto y hagan autocrítica, los ultras seguirán creciendo porque las tendencias ideológicas tradicionales están tan sometidas a un sistema político que no es el real y que les ha hecho perder el valor a gobernar de cara a la búsqueda del bienestar ciudadano. No es una cuestión de derechas o izquierdas, de conservadores o progresistas, es la defensa de la esencia misma de la democracia.
Es, precisamente, la falta de respuestas efectivas a los nuevos retos y la incapacidad para mantener el bienestar que las clases medias y trabajadoras gozaban antes de 2008 las que han provocado un cuestionamiento total del propio del sistema de derechos y libertades.
El presidente de la República Dominicana, Luis Abinader, lo advirtió en la última Asamblea General de la ONU. La gente está perdiendo la confianza en la democracia y, por ganar bienestar, está dispuesta a perder derechos fundamentales. «La democracia no puede reducirse a un sistema de procedimientos mecánicos; la democracia tiene que ser una realidad viva, que transforme positivamente la vida de los ciudadanos. Los ciudadanos no perciben los beneficios tangibles de la democracia, y muestran gran preocupación por el personalismo y la corrupción, minándose la confianza en las instituciones democráticas».
El PSOE, y en la misma medida el PP, no han mostrado oposición real a la depauperación y precarización de las condiciones de trabajo, a la injusticia que se genera en los tribunales, a la rebaja radical de los salarios, a los despidos masivos, a la pérdida de derechos fundamentales, a la especulación salvaje que ha derivado en la actual crisis de acceso a la vivienda, a la impunidad de los poderosos, y un largo etcétera, mientras contemplan impasibles e insensibles cómo millones de familias no tienen recursos para sobrevivir.
Una familia de clase media que ahora se ve en la tesitura de tener que acudir a las colas del hambre o a los servicios sociales para poder sobrevivir tiene miedo y rabia. Ese es el abono de esta nueva extrema derecha. Eso no se analiza, se mira todo desde el punto de vista ideológico o de la teoría política. Ese es el gran error.
Cuando los dirigentes del PSOE afirman que hay que construir un muro contra la extrema derecha, lo primero que deben hacer es mirarse a ellos mismos y actuar en consecuencia. A los ultras sólo se les podrá derrotar con hechos, con medidas que se salgan de la propaganda del titular fácil y que tengan una efectividad real para devolver el bienestar destruido en 2008.