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Ayuso cree que ha llegado la hora de fulminar a Feijóo

La presidenta de la Comunidad de Madrid lanza un órdago ideológico al líder del PP que no es bien recibido por algunos barones de Génova

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análisis

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A Isabel Díaz Ayuso se le está yendo la mano con el trumpismo. Sus declaraciones de ayer en el programa de Ana Rosa, con las que trató de deslegitimar a la izquierda española al compararla con el comunismo de Nicaragua, han suscitado enorme preocupación entre algunos barones del PP, que no ven con buenos ojos la deriva ultra en la que ha entrado el partido en Madrid. La lideresa castiza no tuvo su mejor día en su entrevista con Quintana, donde puso en juego un discurso duro, recio, casi falangista. “Aquí lo que se pretende es recuperar una República, que otro Pablo Iglesias de la vida sea el que está por encima de todos”, aseguró tratando de sugerir que Pedro Sánchez trama una operación en la sombra para derrocar al rey Felipe VI.

No sabemos qué tipo de café desayunó ayer Isabel Díaz Ayuso en el programa de AR. Uno fuerte, euforizante, lisérgico sin duda, porque de otra manera no se entiende su discurso todavía más extremista que el de Santiago Abascal. Decir que el Gobierno pretende meter en la cárcel a la oposición, como si aquí estuviésemos viviendo un régimen chavista bolivariano, no solo es una absurda hipérbole y un exceso, sino también una solemne gilipollez. Ya hemos advertido otras veces del riesgo que entraña colocar en el poder a una muchacha que no tiene idea de nada siguiendo los pasos de la moda trumpista norteamericana. Cuando Miguel Ángel Rodríguez la lleva atada en corto, sujeta y al pie, Ayuso cumple perfectamente con su función de marioneta de los poderes fácticos que sueñan con convertir Madrid en un paraíso fiscal libre de impuestos, de socialismo intervencionista y de Estado de bienestar. Sin embargo, cuando la dejan sola, cuando tiene que acudir sin red a los platós de televisión, improvisando y sin filtro, el personaje meticulosamente construido por MAR se desmorona y emerge la ultra desmelenada y sin complejos que lleva dentro. Y claro, al creer que tiene licencia para decir cualquier animalada porque ella lo vale y porque le sale gratis, da rienda suelta a sus delirios sin ningún freno ni control.

A la presidenta castiza los palmeros y burócratas de Puerta del Sol la han encumbrado tanto, la han adulado tanto y durante tanto tiempo, que ella se ha venido arriba y ya se cree Margaret Thatcher. Le dijeron que era la nueva ideóloga conservadora, el nuevo faro y guía de la derecha europea para tiempos de posverdad, y se volvió loca de poder. Le dieron la vara de mando (ella piensa que es una varita mágica capaz de transformar la Sanidad pública en privada al grito de ale-hop) y se emborrachó de autoridad. En realidad, la colocaron ahí, en el trono, para que fuera buena chica y moviera la boca como un muñeco aplicado, un Monchito en manos de las verdaderas ventrílocuas, que no son otras que las élites financieras. Y ella se metió tanto en el juego y en el papel que perdió el norte. De alguna manera, han creado un monstruo que camina solo, una muñeca Pepona del tamaño de un torpe y pesado Godzilla de la política que a su paso va aplastando los ambulatorios y hospitales públicos, divirtiéndose como una niña diabólica que destroza a golpes un mecano. Calificar a Sánchez de tirano bolchevique, cuando aquí no hay más tirana que ella, que juega a la ruleta rusa con la salud y la vida de los madrileños, supone un prodigioso ejercicio de cinismo. Cualquier día da la orden de asaltar la Asamblea de Madrid como hizo Trump con el Capitolio.

Lógicamente, tanta burrada y tanto estilo faltón contra el adversario político y contra el sistema (cuestionar la legitimidad del Gobierno de coalición es como invalidar la democracia misma, tal como hace Trump con Biden en Estados Unidos) no ha gustado a algunos barones del PP. De momento, el jefe Feijóo no se ha pronunciado sobre “las ayusadas” de última hora. El hombre ha asumido dócilmente el rol de rehén secuestrado por la presidenta y su derecha mediática y lo cumple sin rechistar. No podemos esperar nada de alguien que opina que la Guerra Civil fue “una pelea de abuelos”. No podemos confiar en que enmiende la plana a su delfina si hace solo unos días se bajó los pantalones, como un vulgar calzonazos de la política, cuando ella le dio el toque por teléfono para decirle que ni se le ocurriera pactar la renovación del Poder Judicial con Pedro Sánchez.

A esta hora, en Génova hay alguno que otro que se siente incómodo con el sello falangista que Ayuso trata de imprimirle al PP y está deseando dar el paso al frente que Feijóo no se atreve a dar. La crisis sanitaria desatada en Madrid, con su consiguiente huelga de médicos y enfermeros hartos de trabajar en condiciones tercermundistas, ha terminado por colmar la paciencia de los llamados “moderados” del partido, que están convencidos de que el liberalismo puede convivir perfectamente con un mínimo de servicios públicos y de Estado de bienestar. Ya en la época de Lasquetty (aquel consejero de Sanidad que en tiempos del aguirrismo quiso vender la Sanidad pública al capital privado y a los fondos buitre), ministros como Ana Pastor y Montoro se opusieron férreamente al inevitable proceso privatizador. Al final, Lasquetty perdió la batalla y salió por la puerta de atrás, pero hoy Ayuso recupera el viejo programa ultraliberal en la siniestra creencia de que ha llegado el momento de implantar un sistema sanitario yanqui, o sea que quien quiera médico que se lo pague.

La incomodidad de algunos dirigentes populares crece por momentos. Lo que se está jugando estos días es ni más ni menos que el liderazgo de la derecha española, saber quién manda en esa casa. De momento, la pequeña trumpita lleva ventaja ante un gallego pusilánime que no tiene ni personalidad ni talento para enfrentarse al icono pop de la política española. Dicen que la batalla está servida pero en realidad solo se ve una ganadora.

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