martes, 14mayo, 2024
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Carta abierta al señor P. C.

Manuel F. García
Manuel F. García
Manuel F. García es activista sociocultural. Colabora como voluntario en varias asociaciones de actividades sociales, culturales y deportivas adaptadas a personas con diversidad funcional. Ha participado en proyectos educativos como alfabetización de adultos, formación profesional y ocupacional.
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análisis

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Apreciado Sr. P. C.:Fui usuario  del Centro de Asistencia Primaria en el que usted trabaja, desde el momento en que lo construyeron, hace más de cuarenta y cinco años. Aunque ya no vivo en el barrio, muy a menudo acompaño a mi padre, que cumplirá noventa y tres años en menos de dos meses. Nos ha atendido usted de forma muy competente desde la recepción del centro muchas veces durante muchos años. Su cara y su nombre ya nos resultan familiares, y sus modos siempre han sido, no sólo correctos sino cordiales.

Recuerdo con especial atención la ayuda y el apoyo que usted y sus compañeros administrativos y sanitarios nos mostraron ahora hace un año y pocos días, cuando el doctor de urgencias del centro donde usted trabaja había derivado a mi padre a un Centro de Urgencias de Atención Primaria para que le hiciesen unas pruebas imprescindibles para determinar el nivel de gravedad de su estado (ya que estaba afectado de una crisis respiratoria grave), a fin de decidir cómo actuar a continuación, pero tuvimos que volver urgentemente porque le negaron la atención médica. Y rechazaran a mi padre porque el enfermero que nos atendió exigió arbitrariamente que nos pusiésemos una mascarilla mi padre y yo. Estábamos exentos de llevarla, como constaba en el certificado médico que presentamos y que dicho enfermero de aquel centro decidió desobedecer, cometiendo doble negligencia: saltarse la autoridad médica del doctor que expidió el certificado de exención y saltarse la autoridad médica del doctor de urgencias que redactó un dictamen de atención urgente a mi padre en aquel centro específico.

Usted mismo se escandalizó cuando lo supo por mí, puesto que, como reconoció, habíamos acudido al centro donde usted trabajaba sin haber tenido que usar la mascarilla, al estar exentos. Ni usted, ni los vigilantes de seguridad, ni los enfermeros, ni los médicos que atendieron a mi padre pusieron objeción alguna. Demostraron una gran profesionalidad al no desacatar en ningún momento el certificado oficial de exención de mascarilla que un médico colegiado nos había expedido a mi padre y a mí, incluso estando en vigor las medidas obligatorias en aquel tiempo. Ustedes procedieron diligentemente a avisar a mismo doctor que había revisado a mi padre horas antes para poner en su conocimiento lo que nos había ocurrido, y gracias a que fuimos atendidos rápidamente, el doctor, que mostró su estupefacción por la grave negligencia del enfermero del CUAP, nos aconsejó no perder el tiempo denunciando ese presunto delito grave de negación de auxilio a un anciano en estado de salud muy afectada, y que marcháramos sin más dilación a urgencias del hospital habitual donde solíamos llevar a mi padre como último recurso cada vez que padecía una crisis respiratoria que ponía en peligro su vida.

Usted nunca supo, porque no hubo ocasión de comentarlo, que, más tarde, en urgencias del hospital, volvimos a tener un caso de negación de auxilio todavía más flagrante, cuando el enfermero de cribaje desdeñó literalmente las exenciones de mascarilla de mi padre y mío (dejándolas caer sobre su mesa en actitud claramente despreciativa, mientras afirmaba: «esto no sirve para nada»), y extendió su mano en actitud autoritaria, portando dos mascarillas, diciéndole a mi hermana (que sí llevaba una, puesto que para ella no suponía un riesgo por efectos adversos, al contrario que a mi padre y a mi), que si mi padre quería ser atendido, debíamos satisfacer su exigencia sin condiciones (tanto este enfermero como el del CUAP nos conminaron a obedecerles en nombre propio, sin alegar nunca que ningún mando superior o autoridad médica se lo hubiese ordenado, ni ofreciendo la posibilidad de que hablásemos con un superior, arrogándose tácitamente una autoridad mayor a la de un médico colegiado).

Tampoco sabía usted, señor P. C., que, al alegar al enfermero que mi padre no podía ponerse mascarilla por prescripción médica y que él no estaba cualificado ni poseía autoridad para saltarse negligentemente lo que había prescrito un médico colegiado y que él debía respetar, aquel individuo, de una estatura y estructura corporal considerable, se levantó bruscamente de la mesa y se dirigió velozmente hacia mí con gestos y expresión agresiva, colocándose a escasos centímetros de mi persona, mirándome fijamente y con una feroz expresión facial, a pesar de haber visto claramente que yo llevaba bastón y que mi equilibrio es precario, ya que padezco una enfermedad degenerativa neuromotora, hasta el punto que estuve a punto de caer hacia atrás, por la impresión de ver cómo una persona de gran tamaño, totalmente fuera de sí, se dirigía hacia mí velozmente.

Tampoco puede usted saber que fui expulsado de urgencias de muy mala manera, y que contacté con dos abogadas; una de ellas era Beatriz Talegón, a quien conozco por ser a esta abogada penalista y periodista la persona a quien, desde hace más de un año, envío los artículos que escribo para mi modesta sección de opinión en Diario16 plus para su revisión y publicación, y a quien le estaré eternamente agradecido por haberme atendido a las once de la noche del día de reyes para intentar orientarme jurídicamente; como también me atendió gentil y desinteresadamente la otra abogada referida, que era Inés García Troitiño, de la asociación de juristas Eleuteria, un colectivo que, al igual que la asociación Líberum, realizan acciones sin ánimo de lucro para defender los derechos de las personas y colectivos afectados por las imposiciones arbitrarias, negligencias, delitos y coacciones que se producen por  parte de profesionales e instituciones desde que las implantaron con la excusa de la supuesta «pandemia Covid» (un estado excepcional y unas medidas posteriores que no han tenido, hasta el momento, ninguna justificación científica, médica ni técnica válida, sino que lisa y llanamente han obedecido a una serie de mandatos políticos, algunos de ellos fundamentados en leyes, y otros sin fundamento legal alguno). Incluso estaba dispuesto a ponerse en contacto conmigo el abogado Luís María Pardo, de Líberum, tras conocer la gravedad del caso que me estaba aconteciendo.

Ha de saber, señor P. C., que mi padre tuvo, afortunadamente, a mi hermana a su lado, quien preservó su vida gracias a que negoció con aquel alterado enfermero la posibilidad de que mi padre sólo aparentase llevar la mascarilla, bajada hasta la barbilla, cosa con la que aquel individuo se dio por satisfecho, signo evidente de que él conocía perfectamente la completa ineficacia y falta de seguridad que, cada vez con mayor certeza, han demostrado todos los estudios clínicos que se han hecho sobre la ausencia total de protección para virus respiratorios como gripe o Covid, de cualquier mascarilla (domésticas de tela, quirúrgicas, FFP2, N95…). Cuando mi padre ya pudo pasar de la sala de espera a la consulta, ya no llevó mascarilla en ningún  momento hasta el momento en que le dieron el alta. Ningún facultativo ni enfermera o enfermero le obligó a ponérsela.

Mi padre salvó la vida gracias al cuidado de mi hermana, y los doctores y enfermeros que le atendieron y cumplieron la ley, pero tuvo que ser a pesar de los enfermeros que sí incumplieron la ley y su código deontológico al respecto de su compromiso ético y profesional con los pacientes (como usted sabe, o debería saber, todo médico o sanitario ha de trabajar por y para la salud particular de cada uno de los pacientes que atiende, y jamás supedita ningún supuesto «mayor beneficio de la comunidad» en detrimento de su paciente; la seguridad de ese paciente está por encima de mandatos o consignas políticas o legales que vayan en contra del derecho a la salud o del código deontológico que se han comprometido a cumplir).

Estos enfermeros negligentes no respondieron por las acciones que pusieron en riesgo la vida de mi padre, puesto que, tal como pudo comprobar Luís María Pardo, de Líberum, tras viajar al Parlamento Europeo, se había aplicado internacionalmente un política de connivencia e impunidad que permitió a toda la jerarquía de trabajadores médicos y sanitarios, agentes de la autoridad y de seguridad privada, jueces y cargos institucionales y políticos, conculcar gravemente leyes y normativas del mayor rango jurisdiccional como son el Código de Núremberg de 1947, la declaración universal sobre Bioética y Derechos Humanos de 2005 (Unesco), el Pacto de San José -Costa Rica-, el Tratado de Helsinki, la Carta Internacional de Derechos Humanos (Tratados Europeos), o la Declaración de Ginebra. La imposición de la mascarilla y el obligar a exhibir el documento médico de exención (que constituye información confidencial protegida por la Ley Orgánica de Protección de Datos de Carácter Personal -LOPD, ley 13/1999-), conculcarían el Art. 14 de la Constitución Española; de Actos Discriminatorios, Art. 18.1 de la Constitución Española del Derecho a la Intimidad; la Ley 41/2002 del consentimiento informado y derechos del paciente; la Ley Orgánica de tratamiento de datos de carácter personal -Art. 4.2. RPGD y Art. 5.1.t-, además de que, exigir pública y coercitivamente el uso de la mascarilla podría constituir crimen de incitación al odio -art. 510.1 del Código Penal-.

Como a usted, sin duda, le han hecho saber, en julio de 2023 se publicó en el BOE el levantamiento de la obligatoriedad de uso de las mascarillas (Orden SND 726/2023, de 4 de julio de 2023, que señalaba la finalización oficial de la pandemia en España), quedando sólo como recomendación en el anexo de dicha ley (es decir, que no es articulado legal, y por lo tanto tampoco debe cumplirse como tal).

Como a usted sin duda, le han hecho saber, o deberían haber hecho saber, desde ese momento y hasta el día de hoy no hay vigente ningún decreto ni normativa específicos al efecto, del gobierno de la comunidad autónoma donde nos encontramos, puesto que no han sido publicados en el preceptivo Boletín Oficial.

Y como a usted sin duda le han hecho saber, o deberían haber hecho saber por organizaciones sindicales o colectivos profesionales del sector al que usted pertenece, NO SIRVE ninguna recomendación, instrucción o protocolo al respecto, puesto que cualquier documento oficial en ese sentido constituiría prevaricación, ya que incumpliría la ley a sabiendas, y la persona que exigiese el uso de la mascarilla valiéndose de esa espuria recomendación sería responsable administrativa, penal o coercitivamente a través de las sanciones correspondientes que estipula la ley. Es decir, NO SERÍA EL CIUDADANO quien respondería ante la ley por no obedecer el mandato o recomendación de la mascarilla, sino la persona que pretenda imponerla o exigirla valiéndose de coacciones camufladas como recomendaciones.

Mi padre ha tenido que volver a visitar el  Centro de Atención Primaria en el que usted trabaja, por un resfriado que se complicó, y que ha requerido varios desplazamientos al centro para que pudiera visitarle presencialmente tanto su doctora como su neumólogo. Ha sido de agradecer que todo el equipo de profesionales del centro procurasen que mi padre fuese atendido presencialmente a pesar de las restricciones políticas injustificadas que nos privan de nuestro derecho a una atención sanitaria con mínimas garantías de eficacia (y que los contribuyentes pagamos como si fuese de lujo, obteniendo a cambio una atención precaria), y gracias a ustedes, mi hermana y yo conseguimos acompañar a mi padre a visitas en las que su doctora pudo examinarle estando en turno de urgencia; así, la excelente coordinación del personal del centro posibilitó compensar el problema de listas de espera. Mi agradecimiento por ello, ya que soy consciente de las dificultades por la que todo el colectivo de profesionales del  sector de la sanidad pública atraviesa, hasta el punto de que se ha llegado a un estado de conflicto laboral para forzar unas negociaciones para intentar paliar el grave problema de la precariedad en el desempeño de su trabajo que sufren todos ustedes. Vaya por delante mi solidaridad como contribuyente y usuario, ya que el ser solidarios contribuye al beneficio mutuo de ustedes, que tienen derecho a trabajar en condiciones dignas, y nosotros, que exponemos nuestra salud a las consecuencias no sólo de las malas praxis, sino de las dificultades y carencias existentes.

En las dos anteriores ocasiones en que acudí con mi padre al centro y subí hasta la planta donde está la consulta de su doctora, ningún vigilante jurado, ni enfermera o enfermero, ni nadie del personal administrativo nos indicó en ningún momento que debíamos ponernos la mascarilla. Incluso la doctora de mi padre nos atendió con total normalidad y cordialidad sin hacer referencia alguna a ese hecho. Sí he podido observar por mi parte, en esas ocasiones, que todos los profesionales del centro (médicos, sanitarios, administrativos y efectivos de seguridad privada) sí la llevaban puesta, pero deduje que se trataba de una opción voluntaria y personal, habida cuenta que me percaté en ambas ocasiones que en la sala posterior al mostrador de recepción (una zona acristalada donde se puede ver perfectamente a las personas que allí se encuentran), nadie o casi nadie lleva mascarilla, e incluso algunos de sus compañeros salían de esa sala sin mascarilla y hasta se habían dirigido a la salida sin ponérsela en ningún momento.

Sin embargo, hoy, aunque volví a acompañar a mi padre a una visita más, en esta ocasión con su neumólogo, e incluso a pesar de que me dirigí al mostrador para consultar la planta y el despacho concreto al que debíamos dirigirnos sin que ni la recepcionista ni ningún otro empleado a su lado nos hiciese comentario alguno por el hecho de no llevar mascarilla, en el momento en que esperábamos al ascensor, el vigilante jurado, que presenció cómo me atendieron en recepción sin más problema, se acercó y se detuvo delante mío advirtiéndome que debía usar mascarilla. De forma natural, le pregunté si es que ya se había publicado alguna orden o mandato legal que declarase la obligatoriedad de las mascarillas, respondiendo el vigilante con la afirmación errónea de que «se publicó hace dos semanas». Lógicamente, le hice ver su error, extrayendo en ese momento del bolsillo de mi chaqueta la información impresa facilitada por el colectivo Liberum, donde se constatan claramente los derechos de los ciudadanos y usuarios al respecto de la situación actual del uso de las mascarillas, las responsabilidades administrativas, civiles y penales que incurren quienes imponen el uso de las mascarillas a día de hoy y la manera de proceder si se pretende imponer la mascarilla.

El vigilante rehusó ver esa información, aun a sabiendas que la ignorancia de las leyes en vigor no exime su cumplimiento, pero sorprendentemente todavía insistía en que «hay que llevarla [la mascarilla]», a pesar de que le informé que ya habíamos venido en dos ocasiones anteriores, habiendo sido atendidos por todo el personal y sin que hubiésemos hecho uso de las mascarillas. Aun así, conociendo esos datos, el vigilante, como si estuviésemos intercambiando rumores de calle en una charla de café, totalmente alejado de la más mínima profesionalidad, me espetó: «haga usted lo que quiera, si coge el Covid es cosa suya». Zanjé entonces aquella incómoda situación al haber llegado ya el ascensor diciéndole: «ah, ¿es usted médico?»

Para su información le diré que el neumólogo nos atendió con excelente profesionalidad y cortesía, sin hacer observación alguna al hecho que ni mi padre ni yo llevábamos mascarilla (cosa que cualquier facultativo que se precie también haría, no sólo por el hecho de que todos los estudios revisados confirman que las mascarillas son ineficaces para virus como la gripe o el Covid, sino porque el principio deontológico médico PRIMUN NON NOCERE les obliga a considerar que el uso de la mascarilla en personas de la edad y patología respiratoria grave de mi padre provoca síndrome neurorrespiratorio -taquicardia, taquipnea y vasoconstricción-). Este doctor revisó a mi padre y nos  indicó que debíamos, antes de marchar del centro, pedir una próxima visita con él para hacer el seguimiento de mi padre, para esta primavera.

Es por todo ello, apreciado señor P. C., que me dejó perplejo su acción repentina de extender su mano hacia mí y depositar en el mostrador dos mascarillas quirúrgicas antes de que yo pronunciase palabra alguna, después de haber hecho cola esperando a ser atendido por usted, y sin que en ningún momento ni el vigilante de seguridad que todavía se encontraba allí, ni ningún otro trabajador del centro me indicase nada al respecto. Me dejó estupefacto que usted manejase las dos mascarillas desprovistas de funda de plástico protectora, con las manos desnudas, sin llevar guantes y sin haberse siquiera aplicado gel desinfectante, y las dejase sobre el mismo mostrador en el que decenas o incluso cientos de personas se habían estado apoyando y depositando, tal vez, miles o millones de agentes patógenos, sin que usted limpiara esa superficie en ningún momento.

Entonces fue cuando usted me dijo, sin más, que mi padre y yo debíamos ponernos las mascarillas, a lo que yo respondí que ya volvíamos de la visita del doctor, que ya marchábamos y que hasta entonces, en las visitas efectuadas anteriormente ningún facultativo indicó en ningún momento que ni mi padre ni yo debíamos ponernos las mascarillas.

Y lo que menos entiendo todavía es que, ante esta información que le di, su postura se volviese más intransigente todavía, aun teniendo usted la obligación de conocer la actual legislación sobre mascarillas, que indican que no son ni obligatorias ni se deben recomendar, y acabase usted diciéndome de forma tan firme y contundente como errada y sin fundamento: «si no se ponen las mascarillas NO LES ATIENDO».

A partir de ese posicionamiento suyo, yo, como ciudadano con mis derechos y capacidad de obrar intactos, podría haber procedido según la normativa que llevaba conmigo, ya que usted en ese momento había tratado de imponernos a mi padre y a mí la mascarilla SIN SOPORTE JURÍDICO ALGUNO, pudiendo estar incurriendo en delitos penales como coacciones, trato degradante, omisión de socorro, o prevaricación, contemplados todos ellos en el Código Penal y penados con prisión, sanciones e inhabilitaciones para el ejercicio profesional de hasta diez años.

Pero, al igual que me ocurrió un año antes, me vi en la tesitura de que yo no quería en modo alguno buscar ningún conflicto, ni perjudicar a nadie, ni convertir aquel incidente en una cuestión de agravio personal o postureo político; pero, en última instancia, se produjo entonces y se volvió a producir hoy una situación de riesgo para la salud de mi padre y de imposición ilegal para mí que era contraria a la ley y totalmente rechazable para cualquier persona en aquellas circunstancias. Ni usted ni el vigilante jurado tenían razón ni derecho alguno en su pretensión, ni se avinieron a razones cuando yo quise demostrarles lo que la normativa legal decía al respecto. Y era su obligación profesional y como ciudadanos acatar la ley y reconocer su error.

Y aun así, por mi parte, en lugar de pedir el libro de reclamaciones, o solicitar la presencia de un superior para resolver expeditivamente la situación, he optado por darle aún más datos, recordándole a usted que ya habíamos venido mi padre y yo hacía un año, con las restricciones en vigor portando sendos certificados de exención de uso de mascarillas, y que pudimos permanecer en el centro sin tener que llevarla ni mi padre ni yo, sin ninguna oposición por parte ni de usted ni de ninguno de los trabajadores que se encontraban allí en aquel momento al tanto  de nuestra situación. Pero usted, sin atender a razones, de forma firme ha exigido la exhibición de esos certificados UN AÑO DESPUÉS DE SU EXPEDICIÓN. Le he recordado entonces a usted que esa información era de carácter médico y confidencial, y que usted no era médico colegiado (ni siquiera un agente de la autoridad puede exigir la exhibición de ningún documento con información médica de ningún ciudadano, si no es médico colegiado).

Fue muy desagradable la forma en que terminó aquella situación, cuando usted, habiendo agotado ya todos los argumentos posibles, se avino, con actitud hosca, a cumplir, entonces sí, con su obligación y proceder a la reserva de la visita de mi padre. Por mi parte, y en previsión de que no se volviese a repetir la misma situación en las siguientes posibles ocasiones en que tuviese que volver a acompañar a mi  padre a ese centro (habida cuenta de su insistencia demostrada en imponer el uso de la mascarilla por su propia cuenta y riesgo, sin que exista ninguna situación ni norma legal vigente que así lo indique), le ofrecí la posibilidad de que usted se quedara con la información jurídica al respecto de todo este tema que yo le ofrecí, a lo que usted, una vez más mostró su total oposición, dejándome claro que no pensaba leer esa información.

No me ha dejado otra opción que recordarle que así reconocía usted que no quería ni conocer la ley ni cumplirla, con lo cual le advertí que la próxima vez llamaría a los agentes de la autoridad, sin más.

Señor P. C.; quiero pensar que ese momento de conflicto y tensión que se produjo entre nosotros fue una situación puntual, y que, pasados los días (redacto esto el 25 de enero, día en que todo ha acontecido), tanto usted como yo habremos tenido tiempo de repasar con calma lo sucedido, y de forma serena recapacitar hasta qué punto nos dejamos llevar ambos por la tensión, razón por la cual nos posicionamos tal vez de forma inamovible, y que al pasar los días tal vez concluyamos que, a la próxima ocasión que nos veamos, será el momento de la disculpa mutua y del hablar y razonar para que no se vuelva a repetir esta desagradable situación.

Tengo ya casi la sesentena, y aún recuerdo cuando, siento un adolescente, en 1977, acompañando a mi padre, participé en la sentada de los vecinos del barrio, cuando protestábamos por el retraso en la habilitación de ese centro recién construido, y entre todos, vecinos y trabajadores del centro, conseguimos tanto que ustedes dispusieran de los recursos suficientes para desempeñar mejor su trabajo, como nosotros una garantía de mejora en la atención sanitaria, que tan precaria había sido hasta entonces en ese  barrio, posiblemente el más degradado del extrarradio de Barcelona. Conseguimos entonces colaborar para el beneficio mutuo, para el bien común.

Le pediría que transmitiera usted esa misma idea a sus compañeros, apreciado señor P. C.; ahora que la historia se repite, y que a ustedes se les obliga de forma improcedente a lidiar con una situación precaria, ilegítima e ilegal que a ustedes no les corresponde llevar a cabo bajo su única responsabilidad y sin amparo legal, como es la imposición del uso de la mascarilla sin razón médica ni científica ni soporte legal alguno, niéguense a esa imposición arbitraria que desde el ámbito político se les pretende endilgar. Ya que se encuentran ustedes, según lo último que veo, finalizando un conflicto laboral, incorporen también a sus reivindicaciones la negativa a tener que ejercer de «agentes autoritarios ilegales» para aplicar un mandato político sin respaldo jurídico, que perjudica a todos, tanto a usuarios como a sanitarios (que pueden tener que responder ante la ley a denuncias que comportarían sanciones y años de inhabilitación profesional).

Le animo a usted y a sus compañeros a replantear su actuación, y a reivindicar una acción solidaria con su propia causa legítima de reivindicaciones; no tiene ningún sentido que el colectivo sanitario proteste por una situación injusta impuesta por los poderes políticos al tiempo que colaboran con ese mismo poder político haciéndoles el trabajo sucio de imponer a los ciudadanos un mandato abusivo contrario a la ley y al derecho de autonomía del paciente.

Comencemos a tomar conciencia de que nosotros, los trabajadores, los usuarios de la sanidad que pagamos y mantenemos entre todos (ustedes también son contribuyentes y usuarios del mismo sistema de salud que pagamos y sufrimos conjuntamente), estamos  en el mismo barco y no podemos  torpedearlo traicionándonos a nosotros mismos.

Fuera mascarillas, no a imposiciones injustas e ilegales.

Hubiese sido esperanzador ver ese eslogan en el cartel de protesta que tienen ustedes en la recepción de ese Centro de Asistencia Primaria que tanto nos costó entre todos, codo con codo, construir y mantener a lo largo del tiempo.

Reciban, usted y sus compañeras y compañeros, un gran abrazo y todo mi apoyo en sus justas reivindicaciones, en la esperanza de ser correspondido.

Atentamente,
M. F. G. 

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