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Casadistas versus ayusistas: crónica de otra semana negra para el PP

La guerra intestina en Madrid amenaza con una escisión en el partido

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análisis

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La lucha entre clanes rivales del PP madrileño es abierta y total con multitud de claves y actores implicados, de modo que a partir de ahora va a ser necesario pasar el parte de bajas diario a nuestros lectores para informarles de cómo va la guerra. El conflicto se agudiza por horas y cualquier día vemos titulares de esta guisa en la prensa de Villa y Corte: “Hoy cayeron dos casadistas en la sede del PP de Chamberí”. “Encerrona en la agrupación de la Castellana. Defenestrado un ayusista”.

Y no crean ustedes que esto va de programas, de contenidos, de diferentes ideas y proyectos sobre el Madrid o la España del futuro, qué va, ni de coña, esto va de pillar cacho, de tocar pelo de poltrona, de colocarse bien y de trincar poder, sobre todo de trincar poder. En los últimos días se han producido algunos episodios encadenados en una trepidante secuencia que da una idea nítida de cómo está el patio. Todo empieza cuando Isabel Díaz Ayuso reclama un congreso regional cuanto antes para reforzar su liderazgo tras su arrolladora victoria electoral y de paso admite que mantiene “tiranteces” con el secretario general del PP, Teodoro García Egea, a quien a partir de ahora llamaremos Teo por abreviar. En las altas esferas algunas piernas se aflojan por el auge emergente de la presidenta castiza y el propio Teo, sin duda por indicación del jefe Casado, da orden a Martínez Almeida de poner en marcha la maquinaria para pararle los pies a la muchacha. Es entonces cuando al alcalde de Madrid (qué casualidad) lo pillan rajando de Ayuso, de quien dice no puede ser presidenta del PP madrileño (aunque luego lo desmiente y deja mal al periodista que publica la información, o sea aquello de matar al mensajero, un truco tan viejo que ya se usaba en la Atenas de Pericles).

Más tarde, la lideresa monta en cólera y bloquea a varios dirigentes nacionales y regionales en WhatsApp, que es como los adolescentes rompen relaciones con la pandilla de amigos en el mundo de hoy (a fin de cuentas, la dirigente popular es una milenial hija de su tiempo, de modo que se comporta como tal). Y para completar el panorama, Casado se plantea suspender la cena de Navidad porque no puede asegurar que aquello no termine como el rosario de la aurora, o sea a hostia limpia a los postres, entre turrón, polvorón y copazo. El último capítulo está todavía por escribirse, pero promete ser crudo y violento como un guion de Scorsese.

La imagen de un PP divorciado y a la gresca en plena Nochebuena resultaría demasiado fuerte y desgarradora para la militancia, un trauma navideño que el votante de derechas no vivía desde que el pequeño Chencho se perdió en La gran familia, aquella vieja película de Alberto Closas y Amparo Soler Leal que todavía hoy, en pleno siglo XXI, sigue inspirando el programa político sobre lo que debe ser el modelo perfecto de familia española, tradicional, numerosa, bien avenida y decente. A decir verdad, poco queda ya de la gran familia unida que fundó Manuel Fraga Iribarne allá por la prehistoria de la Transición. Aunque parezca mentira, hace tiempo que el PP no es un partido sólido, monolítico y cohesionado. Existen diversas corrientes internas, facciones, sensibilidades, como dicen los sesudos politólogos. De hecho, la escisión de Vox no fue sino el despertar de un clan, el neofranquista, que después del paso de Rajoy por la jefatura decidió romper con un proyecto demasiado blando y democrático y optó por echarse al monte para construir el nuevo Movimiento Nacional Patriótico.

Los tiempos en que los votantes del PP acudían a la llamada de las urnas todos a una y en comandita, sea quien fuese el líder supremo, ya han pasado. Hoy muchos murmuran por detrás, critican, conspiran y muestran públicamente sus desacuerdos. Esa olla a presión es la que salta ahora por los aires. Esta guerra no es sino la punta del iceberg de un flujo magmático que fluye bajo el subsuelo del volcán de Génova. Los centristas de Feijóo reflexionan, los democristianos meditan, los liberales piensan en el error que fue dinamitar Ciudadanos, los aznaristas más extremos de Ayuso miran con simpatía a Santi Abascal y los casadistas dudan de la competencia de un jefe que no gana ni al dominó.

A esta hora nadie sabe lo que puede pasar. Lo más probable es que esto sea una crisis pasajera y que las heridas cicatricen en el próximo congreso regional, pero también pudiera ocurrir que el partido termine saltando por los aires y partiéndose en dos o en tres, quién sabe, lo cual sería, sin duda, el certificado de fallecimiento de una formación que no ha sabido hacer la catarsis tras tantos años de decadencia por la corrupción. Una buena noticia para Vox, que podría nutrirse de los restos del naufragio y ampliar espacio electoral. El culebrón genovés, la guerra cruenta e intestina entre familias, promete reducir aquellas reyertas literarias entre capuletos y montescos a la condición de pelea de ursulinas en un patio de colegio. Esta vez se están navajeando a conciencia. Se están atizando fuerte. Retírense del ring si no quieren que les salpique la sangre. 

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