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Corazones y riñones en las tinieblas

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análisis

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Todos los años, unos días antes de la feria de san Isidro, el escritor Manuel Vicent escribe su tradicional columna antitaurina en el diario El País. Dice que cada año se sacrifican en España alrededor de cincuenta mil toros corridos o sacrificados públicamente en plazas o en festejos populares ante “el general jolgorio, lleno de gritos, aplausos, denuestos, vítores y regüeldos de los aficionados a la fiesta nacional”. “Si por cada res muerta que se llevan las mulillas al desolladero, se añade una media de tres puyazos, tres pares de banderillas, tres estocadas, cuatro pinchazos en hueso y otros tantos descabellos, acompañados de los vómitos correspondientes producto del degüello, la suma alcanza más de un millón de cuchilladas”. “El inconsciente colectivo de este país está sumergido en una charca de sangre que se deriva de esta gran carnicería festiva”.

En una de estas columnas, Vicent denunciaba que unas horas antes de la corrida, cuando en los corrales de la plaza los toros, como gladiadores del circo romano, aguardaban su cruel destino, unos torvos y oscuros empleados de la plaza les dejaban caer unos sacos terreros sobre los riñones de los pobres animales para quitarles fuerza y de esa manera pudiera lucirse el torero con más tranquilidad, sin el temor a que el toro se viniera arriba en algún momento del ritual de tortura y muerte y le diera un susto. Con este barato y sencillo tratamiento de desrriñone, el toro se movería con la dolorida lentitud suficiente para que el torero se pusiera a salvo de cualquier embestida.

Viendo en cualquier telediario, oyendo cualquier cadena de radio o leyendo en cualquier periódico, naturalmente nos referimos a telediarios, cadenas de radio y periódicos dignos de ese nombre, no a panfletos de la caverna conservadora, el cotidiano espectáculo de la sistemática corrupción política y del más de un millón de cuchilladas que se asestan cada año a las arcas públicas a cargo del nutrido cartel formado por los ya acreditados y conocidos diestros profesionales, y algún espontáneo, para desangrarlas hasta la última gota, a uno se le ocurre que quizás en estos casos también se le podría dejar caer  a cada uno de estos ladrones de traje y corbata y ladronas de traje chaqueta, un palet de doscientos kilos de billetes en los riñones desde una altura no menor de seis metros. Con este tratamiento de choque, quizás el mangante perdería casta, fuerza, bravura y acometida a la hora de meter mano a las arcas públicas, el dinero de todos, y se conformaría con menos botín, al fin y al cabo y pensándolo bien, tienen tanto dinero en bolsas de basura llenas de billetes encima del armario, como aquel dirigente político del PP madrileño, o tanto dinero en cuentas a nombre de familiares o en la caja fuerte de su chalé, o en un bien montado entramado de sociedades más negras que el alquitrán en paraísos fiscales o, lo más fino y elegante, en cuentas en Suiza que, como decimos, se apañarían con bastante menos dinero, para ellos, el único Dios verdadero. 

 El inolvidable Antonio Fraguas “Forges” en su “formideibol” albúm “Forgesound”, dejó para la historia la letra de la canción “Ay Suiza, patria querida” con la música prestada del conocido himno asturiano y la voz  de Aute, donde clavaba la pulsión, el instinto, la querencia por llenar la saca con dinero público de estos hombres de Estado, grandes próceres, gente bien comulgada, de bandera en el balcón y en el corazón, todos ellos muy patriotas y mucho patriotas, españoles de orden. Una estrofa de la canción decía: “Ser patriota no es sinónimo de idiota / yo la bandera la llevo en la billetera / me da canguelo si me huelo algún revuelo / y me sienta fatal la reforma fiscal. La siguiente estrofa decía: “Ay Suiza patria querida / Ay Suiza de mis amores / yo tengo una cuenta en Suiza con muchísimos millones. Vivan las cuentas en clave / la fuga de capital / el tráfico de divisas / viva la Suiza neutral / viva la Suiza neutral / refugio de mi chequera / viva la banca extranjera / con capital nacional ”

En estos desgraciados días donde parece que no cabe más infamia, más indignidad, ruindad y vileza, con la pandemia que no cesa, ni tampoco la actitud de muchos para los que tal cosa “se la suda” como dice Leguina, ese patricio madrileño, el gran referente del socialismo obrero español. Días aciagos que solo podrían si no salvar, sí al menos atenuar su padecimiento una muy generosa cantidad de vino, hablamos de arrobas. Días de honda pesadumbre, donde parece que no nos cabe más vergüenza ajena viendo y escuchando algunas de las actitudes y declaraciones de algunos de los políticos que nos “gobiernan” por decir algo.

Por si fuera poco lo anterior, también en estos días  se expende desde los tribunales de justicia una cantidad ingente de  bajeza, degradación, degeneración y envilecimiento. Por un lado está el caso Bárcenas, ya en su tramo final, donde ex integrantes de la cúpula nacional del PP niegan que recibieran sobres de dinero, algo que Bárcenas, que  fue tesorero del PP durante muchos años, jura que les entregó regularmente quedando constancia de ello. Casualmente, como ya le ocurrió a la infanta Cristina en su declaración ante el juez Castro, y como también les ha ocurrido a tantos otros, han sufrido un fulminante ataque de amnesia y ninguno recuerda ni sabe nada, todos niegan poniendo cara de no saber nada de sobres, si llegara el caso declararían, sin mover un solo músculo facial, desconocer lo que es un sobre. Mariano Rajoy, Álvarez Cascos, Rodrigo Rato, Arenas, Acebes,Trillo, Aznar, Cospedal… todos ellos niegan haber visto nunca un sobre, ni siquiera de felicitación navideña. Don Ignacio López del Hierro, marido de la Cospedal, empresario y hombre de negocios variopintos  a la sombra de su señora, ha dicho con total desfachatez, que ninguna de las dos personas “ L. Hierro” o “López Hierro”  que aparecen en la contabilidad B de Bárcenas, son él. Como tampoco M. Rajoy,  es Mariano Rajoy, un nombre tan común y corriente que evidentemente puede ser cualquiera.

Por otro lado, también está acabando la vista del caso de la familia Pujol, una nueva versión  de la legendaria banda de bandoleros conocida como  “Los siete niños de Écija”. En este caso son “Los siete niños catalanes y sus desalmados padres”, una banda criminal que se ha dedicado a lavar, a invertir las ingentes cantidades de dinero que sustrajo el patriarca, el molt honorable president Pujol, con el famoso tres por ciento de comisión en todas las obras públicas y contratos públicos en general llevados a cabo por la Generalitat de Catalunya en las largas décadas en que ocupó el cargo. La madre también tenía una parte muy activa en la organización y su nombre de guerra era “la madre superiora” que le tenía puesto como nombre en clave “misales” a los millones. Nunca se sabrá exactamente cuantos millones de euros o “misales” robaron de las arcas públicas catalanas y llevaron a Andorra para desde allí invertirlos en los más variados negocios, hoteles y caprichos, como la colección de coches del primogénito Jordi, valorada en unos veinte milloncejos de euros de nada.

También se investiga en estos días por parte de la inspección de Hacienda los 4, 4 millones de euros pagados a escote por un grupo de probos empresarios para regularizar las cuentas con Hacienda del rey emérito. Que se hable de esta cantidad cuando se le calculan unos dos mil millones de fortuna personal sisada a través de comisiones a lo largo de su largo reinado, un dineral repartido en un entramado de sociedades en paraísos fiscales llevadas por testaferros, es una burla, un desprecio, una humillación, un tomarnos por gilipollas que nos causa la misma desazón, el mismo dolor y abatimiento que los sacos terreros descargados sobre los riñones de los pobres toros en los corrales de las plazas.

En cualquiera de los tres casos, tanto el “caso Bárcenas”, como la peligrosa banda de los siete niños Pujol o la del rey emérito y sus cuarenta testaferros, nos deja sobrecogidos y conmocionados ese impulso, ese instinto por amasar, por acumular dinero ya sea en bolsas de basura en lo alto de los armarios, en abultados sobres, en cuentas Andorranas o Suizas o en paraísos fiscales, mucho más dinero del que pueden llegar a gastar lo que les resta de vida. Sabiendo, además, que ese dinero lo necesitan tus compatriotas más que tú. ¿Para qué guardar más de lo que se va a necesitar? ¿ Por qué esa ambición sin límites, ese egoísmo, esa enfermiza necesidad de más y más?. ¿Por qué Dios nos hizo de este material tan defectuoso, de esta pasta tan mala? ¿no podría haberse esmerado un poco más y haber creado un producto mejor? Como dice José Sacristán: “Creo que Dios no existe, pero si existe no tiene perdón de Dios”

En un episodio de Los Simpsons,  Montgomery Burns, el viejo millonario sin escrúpulos, grandísimo tacaño, dueño de la central nuclear de Springfield, cuando le preguntaron por la causa de la muerte de su padres respondió: “interponerse en mi camino”. Preguntado también si no le parece enfermizo vivir tan apegado a su fortuna responde: “ No lo hago. Dios sabe que daría todo lo que tengo por tener un poco más”.

Esto también es “El horror, el horror…” del que hablaba el coronel Kurtz / Marlon Brando en su espectacular monólogo final de la película Apocalipse Now. Basada en la novela El corazón en las tinieblas, de Joseph Conrad. 

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