Encuentro mucho más digno desde el punto de vista humano la tonadilla flamenca desplegada por el operario de una fábrica que su actividad productiva, por mucho que esta dé lugar a números, balances, y acredite a los empresarios de turno y proporcione excusas y automedallas a los políticos escrotófagos proveedores de licencias y, así, ofrezca argumentos «sólidos», derivados de la accesoria y destructiva bazofia que se fabrica en la aclamada cadena de producción, argumentos a utilizar por los «expertos», periodistas, economistas, sociólogos y hasta sabios adoradores de la subvención, para soltar así, por la cara, que «estamos haciendo bien las cosas». ¿En serio? Y, díganme, ¿para qué está el ser humano, si así se atreve a llamarse a sí mismo, en este mundo? Quizir: ¿mantener la especie (destruirla, más bien), o evolucionar como humano? (Es inútil; no lo entienden).
No hay nada más humillante, aplastante y, a la larga, envilecedor que el trabajo por obligación cuando se detesta. Ese «puesto de trabajo» cuya finalidad es mantener en la cuerda floja la economía doméstica para llegar a fin de mes y con ello seguir ahí, bajo el yugo, produciendo para el sistema y unos cuantos listillos, con la conciencia de ser una persona «trabajadora».
Cierto es que hay sectores. Una cadena de envasado de limones o lechugas, o un horno de pan, eso es lo más digno de este mundo. Un barrendero, un cocinero, una enfermera prestando servicios a la comunidad: eso es digno de encomio y cojones. Pero una fábrica y otra y más de basura plástica destinada al chino o la gran superficie, más telefonía móvil para facilitar el consumo de más telefonía móvil, más armas, más ropa para abastecer a los compulsivos rebajómanos y ofertófilos que pueblan centros comerciales y tiendas de «accesorios» para satisfacer…, ¿cómo definimos esa clase de impulso? Animal no, desde luego; humano, menos aún. El animal pasta o sale de caza para comer, se aparea y disfruta a la sombra de un monumento vegetal. El humano, si es que es humano, ama, crea y comparte (música, porros, vino, chismes), practica la danza al son de los tambores para invocar la lluvia, practica sexo (ya sea follando o haciendo el amor). ¡Es capaz de leer algo que se escribió miles de años atrás! El ser humano recuerda, llora y ríe y se emociona; todo esto le hace humano, lejos de la compulsiva adquisición de objetos innecesarios, de inventos tecnológicos que en grandísimas ocasiones cumplen la función de escaparates del ego, ese ego que le lleva a desechar ingratamente aquello que tipifica como «antiguo» (incluyendo personas) y a lo que debe su misma existencia.
Otra vez el ego. Y el ego, sí, resulta de lo más humano. Pero la aspiración humana en sí, ¿no debería consistir en deshacerse del ego, discriminar todos aquellos atributos humanos que nos esclavizan y mantener aquellos otros que nos elevan como personas libres? La creación artística, espontánea, compartida, es lo más humano que tenemos: lo más exclusivamente humano. Y si en el camino de la perfección morimos de hambre, ¿qué más da, cobardes empresarios de altura y fábrica en China? ¿No sois capaces de entenderlo? Entonces, no sois ni animales, ni personas: YA sois máquinas de producción/destrucción, y no os envidio, oh, no, porque no sabéis vivir, ni tenéis visión de pasado, presente y, ni mucho menos y aunque parezca otra cosa, de futuro.
