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Cuestiones éticas: ¿queremos en realidad ser «a-mortales» ?

Isabel Bailo Domínguez
Isabel Bailo Domínguez
Profesora de educación infantil, técnica fitosanitaria cualificada, técnica medioambiental y forestal, madre a tiempo completo, actualmente estudiante de grado de historia y Rebelde con causa.
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análisis

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En el transcurso de la historia, la humanidad incesantemente ha buscado la fuente de la eterna juventud, la inmortalidad. Es algo que a través de las religiones, la ciencia o la tecnología hemos tratado de encontrar.

El manantial cuyas aguas restauran la juventud de cualquiera que bebe o se baña en sus aguas es un mito que se remonta a tiempos prehistóricos. De hecho, el historiador y geógrafo griego Heródoto escribió sobre ello en el siglo V a. C. y es que la esperanza es eterna, y como hemos podido comprobar en numerosas ocasiones, la historia se repite.

Para muchas culturas, la mortalidad es una de las principales cualidades que separa a la Humanidad de los dioses. Mientras que los humanos nacen, están sujetos a la voluntad de la naturaleza y mueren, los dioses de los antiguos y los dioses de hoy, en general se caracterizan por ser inmortales.

En las mitologías de todo el mundo, a los humanos que alcanzan la inmortalidad se les consideran dioses o se considera que poseen cualidades similares a las de los dioses.

Una de las primeras obras de la literatura es el «Poema de Gilgamesh«. La epopeya de Gilgamesh tiene casi cinco mil años de antigüedad y es, por tanto, el poema más antiguo que se conoce. Se remonta a la época en que los sumerios fundaron en Mesopotamia las primeras ciudades de la humanidad e inventaron la escritura. Se dice que el erudito Sin-Liqe-Unnini resumió la epopeya en doce tablillas de arcilla, alrededor del año 1100 a. C.

En ella explica que  Gilgamesh, el rey de la ciudad de Uruk, era dos tercios dios y un tercio humano, se comportaba como un tirano con sus súbditos, caprichoso y arrogante.  Un día, la diosa  Aruru crea a Enkidu, un hombre salvaje  que convive con las bestias hasta que le aconsejan que vaya a visitar a la voluptuosa y sagrada Shamhat: en realidad,  ella debe seducir al salvaje Enkidu e integrarlo en la comunidad de hombres civilizados. Ambos duermen juntos seis días y siete noches  hasta que la hermosa Shamhat lo persuade para que vaya con ella a la ciudad  de Uruk, donde esta Gilgamesh y allí, se haga su amigo.

Los dos, se vuelven inseparables y corren mil andanzas y desafíos, hasta que los dioses  deciden que Enkidu tiene que morir por haber matado a Humbaba  (un gigante, guardián del bosque de Cedros y al Toro del Cielo, un monstruo en realidad).

Tras la muerte de Enkidu,  Gilgamesh se muestra inconsolable, se da cuenta de la mortalidad del hombre y protagonizará la mayor de las aventuras en busca de la fuente de la eterna juventud, quiere vencer a la muerte.

Lo vio, experimento y consideró todo, viajó al el fin del mundo, luchó contra ella hasta que aceptó lo inevitable, entendió la aporía y se llenó de sabiduría; descifró que la única manera de ser inmortal es a través de sus acciones en vida para luego poder ser recordado en la eternidad.

Como anécdota, en la epopeya de Gilgamesh, también se describe  un mundo ahogado por un diluvio, un hombre, Ziusudra , que había construido un bote y una paloma liberada para buscar tierra firme.

Era una versión del Arca de Noé. Pero el libro no era el Génesis, se había escrito unos mil años antes de la composición de la Biblia judía (el Antiguo Testamento cristiano). Ziusudra, quien por cierto, según la leyenda, habría sido inmortal. 

Volviendo al tema, en esta recopilación de mitos en busca de la inmortalidad, podemos mencionar la época medieval, el papel del  alquimista o mago en busca de la creación de la piedra filosofal que se le atribuía el secreto del elixir de la vida. Luego encontramos a el Conde de Saint Germain con su afirmación de que tenía más de 500 años. Este aristócrata europeo del siglo XVIII fue fuente de intensa especulación durante la Era de la Ilustración y como muestra final, los alquimistas chinos con sus hongos mágicos y toda clase de brebajes  de metales preciosos como el oro o el mercurio líquidos que supuestamente otorgaban la inmortalidad, y como no, el navegante español, Ponce de León, fundador de la actual Puerto Rico, embarcó en el segundo viaje de Cristóbal Colón y se cree que en este periplo buscó la fuente de la eterna juventud.

Si echamos la mirada al presente descubrimos que hoy en día se sigue buscando la inmortalidad, hay numerosos proyectos que así lo demuestran, gracias a los avances en la tecnología, la ciencia, el conocimiento de nuestro organismo, los genes, la medicina, la biomedicina, la robótica, los nano materiales y otras áreas mas complejas nos ponen al umbral de ese objetivo,

convertir al ser humano en «a-mortal» con base en tratamientos, nano robots, partes ciberneticas y tecnologias aplicadas a prevenir el deterioro del organismo, el cual, lleva a la degradacion y a la muerte desde la perspectiva natural del envejecimiento.

La inmortalidad nos suena a ciencia ficción, pero hay quien se ha atrevido a ponerle fecha: 2045. Es el plan del empresario y millonario ruso Dmitry Itskov, que defiende que en poco más de 20 años podremos soñar con una vida eterna en forma de avatares, el plan es descargar tu cerebro, hacer una copia digital y convertirla en una simulación por ordenador, su objetivo es preservar cerebros usando un proceso de embalsamamiento de alta tecnología para que en un futuro se pueda descargar la mente en un superordenador.

El «proyecto Gilgamesh» es una de estas cruzadas que busca extender la vida por medio de curar el envejecimiento.

Financiado por millonarios de Silicon Valley, cuna mundial de la alta tecnología, centra sus esfuerzos en tres líneas de investigación. 

La primera es la ingeniería genética, que supone modificar el ADN para intervenir en el deterioro de las células. (¿De qué me suena esto?…)

La segunda es la ingeniería de ciborgs o implantación de partes inorgánicas en sistemas orgánicos, que incluye, desde el desarrollo de órganos artificiales y extremidades biónicas, hasta dispositivos electrónicos que se incrustan en el cerebro humano y captan señales eléctricas en doble sentido.

Y la tercera es la que he nombrado anteriormente, sobre recrear cerebros humanos en el interior de computadores.

El empresario Elon Musk alimentó este debate al anunciar a finales de este enero, que su compañía Neuralink consiguió implantar con éxito uno de sus chips cerebrales en una persona. Telepathy (telepatía). El procedimiento implica implantar un pequeño chip sellado herméticamente directamente en el cerebro del paciente.

El chip está conectado a 1.024 electrodos diminutos, no más gruesos que un cabello humano, y funciona con una batería que se puede recargar de forma inalámbrica.

Entre otras empresas que han logrado avances similares en este campo se encuentra la École Polytechnique Fédérale de Lausanne (EPFL), en Suiza y también la empresa estadounidense Blackrock Neurotech, con sede en el estado de Utah, que implantó la primera de sus muchas interfaces cerebro-computadoras en 2004.

El hecho de que la FDA aprobara el ensayo en humanos, provoca gran preocupación, no hay suficientes datos sobre los daños potenciales que pueden ocasionar al cerebro, implica utilizar a humanos como cobayas, y todo para satisfacer el ego desmedido de unos pocos «Gilgameshs» que no se aceptan tal y como son en realidad, vidas vacías, superficiales, sin un ápice de lo que significa ser humano. 

Hay un carrera tecnológica mundial para ver quien es el primero que encuentra  «la fuente de la vida eterna» , convertirse en un Zeus ciber-digital y por supuesto, vender el elixir a precios en consonancia al poder económico de los dioses del Olimpo. Esto es en realidad, lo que siempre se ha buscado desde hace más de 5000 años.

Conmigo que no cuenten.

-De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma? Quien quiera conservar su alma, la perderá.- (Blaise Pascal).

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