La primera vez que fui al Cursillo de Orientación Ideológica fue una tarde de febrero en la calle Marqués de Molins de Alicante, justo antes del confinamiento.
En el cursillo me metí justo después de terminar mi rehabilitación en Ortografómanos Anónimos –de cuya experiencia ya di cumplida cuenta– al advertir que en este país que nos cupo en suerte cuanto más se prohíbe, menos se cumple. Somos ácratas por naturaleza y anárquicos por vocación. Eso lo tuve claro en el estado de alarma, en la desescalada y sobre todo en ‘la nueva normalidad’. Se me hace evidente ahora que nos van a volver a confinar pero por comunidades, descentralizando responsabilidades y deslocalizando vergüenzas.
He oído hablar mucho sobre la “izquierda radical” y la “ultraderecha” en estos últimos meses que tardaremos en olvidar. Es como si el centro del tablero político tratara de quedarse con la corrección política y los temas de discusión, y buscara desacreditar el resto del arco ideológico. De lo poco que he sacado en claro del cursillo es la teoría de juegos, que dice que solo podemos tener unos cuantos temas en la cabeza y quien determine esos temas gana la discusión; teniendo aplicaciones en todos los campos de las ciencias sociales, así como en la lógica, la ciencia de sistemas y la informática. Es lo que explica que las tendencias en las redes sociales sean unas pocas y no más, que el debate sea el que es en cada momento, y que los temas de discusión política se centren en conceptos manidos y con poca flexibilidad en su articulación.
En el Cursillo de Orientación Ideológica me llaman radical aunque yo me veo más pragmático y equidistante. ¿Acaso creen que soy radical o, incluso peor, centrista? A ver si todo esto les parece radical:
¿Qué les parece organizar una huelga nacional el día de las elecciones? ¿Y una Renta Básica Universal limitada en el tiempo y con formación y trabajo obligatorios? ¿Pensiones dignas para todos? ¿Sanidad y Educación gratuita y universal? ¿Prohibir la educación concertada? ¿Nacionalizar los sectores energéticos? ¿Terminar con los aforamientos? ¿Qué les parece plantear que político que trinque, inhabilitado de por vida para la función pública? ¿Y qué tal prohibir el transfuguismo? ¿Y dejar que los jueces elijan su Consejo General del Poder Judicial? ¿Y dejar de financiar con dinero público a los partidos políticos? ¿Y qué tal hacer una ley comprehensiva de Violencia Intrafamiliar que derogue la ley de Violencia de Género? ¿Y hacer una reforma territorial?: O nos quedamos con las comunidades autónomas o con las diputaciones, pero las dos no. Y ya que nos ponemos, para poner la guinda al pastel, ¿por qué no hacemos un referéndum para decidir la Jefatura del Estado?
¿De verdad creen que soy radical? En realidad soy un centrista en comparación con la generación que nos viene ahora, que ha crecido con los discursos de rojos y fachas, que ha normalizado el insulto y el acoso, que ve como habitual desear la muerte al prójimo por el simple hecho de pensar y vivir de forma diferente.
Cuidado con los vendepatrias, vendehumos, extremados y radicales, de izquierdas y derechas, liberales y totalitarios, de centro radical, que escriben y opinan, que confunden información, gestión y opinión. Cuidado con sus manuales de resistencia porque, acostumbrados a sobrevivir y a mamar de la teta pública, dejarán que nos muramos o nos matemos con tal de aferrarse a sus privilegios. Como siga así la cosa en unos años pasaremos de ‘No hay pan para tanto chorizo’ a ‘No hay guillotina para tanta María Antonieta’. En fin…
El próximo martes retomamos el Cursillo de Orientación Ideológica de forma presencial para estudiar la política en tiempos de coronavirus. A ver cómo sigue la cosa, si telemáticamente o telepáticamente, porque hoy en día no me atrevo a hacer planes a más de dos días vista.
