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De Fukuyama a Xi Jinping 

Joan Martí
Joan Martí
Licenciado en filosofía por la Universidad de Barcelona.
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análisis

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Hace ahora unos treinta años lo que el señor Fukuyama previó no fue el fin de la historia —entendida como el minúsculo reino de los acontecimientos y sucesos diarios— sino el fin de la Historia: un proceso evolutivo que representaba la autorrealización de la libertad en el mundo. El fin que él tenía en mente consistía en la realización de un telos: se trataba más de una culminación que de una conclusión o final.

En términos muy parecidos se han expresado, muchos otros para quienes la tesis de Fukuyama «obliga a preguntarse si el fin de la historia no es más que el final de un determinado concepto de historia», a saber: el de ese concepto tan familiar en Occidente para el que la historia constituye un espacio de enfrentamiento ideológico entre sistemas mundiales que compiten entre sí (en los últimos tiempos la democracia liberal contra el comunismo). Para otros, es precisamente ese concepto de historia el que habría llegado a su fin con el colapso del comunismo, pero no la historia en sí ni cualquier otro posible concepto de historia.

Demostró, Fukuyama, poseer unas extraordinarias dotes de predicción: su artículo está escrito meses antes de la caída del Muro de Berlín y de la cadena de acontecimientos que se produjeron a partir de este suceso, lo que sin duda contribuyó eficazmente a su éxito. Pero la satisfacción y hasta el entusiasmo con los que fue recibido su artículo en determinados círculos políticos, académicos y mediáticos se debió también, en considerable medida, a que planteaba en sus páginas una cuestión que amplios sectores del público occidental en general (y del estadounidense en particular) deseaban fervientemente: algo así como la demostración teórica de que el sistema liberal-capitalista era insuperable y, por tanto, no resultaba descabellado, sino más bien razonable, prever su extensión e imposición en todo el mundo.

Después de vencer a su máximo enemigo, el socialismo, el autor celebra su triunfo en el enfrentamiento ideológico que fueron los años de la Guerra Fría. Los argumentos de Fukuyama y su tono de éxtasis reflejan la euforia que generó la caída del comunismo en Occidente. Además, presenta un escenario lleno de esperanza para el siglo XXI con un «nuevo orden internacional» que lleve prosperidad, paz y libertad, en el que la universalización de la democracia liberal se perciba como un proceso lento pero ineludible.

Fukuyama dio un giro drástico en su optimismo hacia la democracia humana, ofreciendo una perspectiva sombría y escéptica. Esta nueva postura representa un futuro sin grandes luchas, heroísmo o idealismo, donde los individuos se preocupan solo por el placer material. Esta derrota de la dialéctica de las grandes ideas que dieron significado a la historia, llena a nuestro autor de tristeza.

La esperanza de un mundo mejor, que Fukuyama había atisbado,  ha mermado como consecuencia de la disminución de la democracia en todo el planeta. Esto ha llevado a Xi Jinping a defender la idea de que el orden mundial actual, liderado por Estados Unidos y sus principios de derechos humanos y reglas, será reemplazado. Esta perspectiva persigue la intención de crear un sistema más flexible, basado en los acuerdos de las naciones más grandes y el predominio de los más fuertes. No debemos subestimar la amenaza de tal visión, ni su atractivo para el resto del globo.  

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