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Del arte de leer en la ficción

Joan Martí
Joan Martí
Licenciado en filosofía por la Universidad de Barcelona.
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análisis

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Vamos a suponer por un momento que la sentencia del proceso catalán (que se espera con gran desconfianza), el texto escrito por los magistrados, fuera leído por los acusados como ficción. En ese universo saturado de textos jurídicos, donde todo está escrito, sólo se puede releer, leer de otro modo. Por eso, una de las claves de ese lector (encausado) es la libertad en el uso de los textos, la disposición a leer según su interés y su necesidad. Cierta arbitrariedad, cierta inclinación deliberada a leer mal, a leer fuera de lugar, a relacionar series imposibles de acontecimientos no acaecidos.

Quizá la mayor enseñanza sea la certeza de que la ficción no depende sólo de quien la construye sino también de quien la lee. La ficción es también una posición del intérprete. No todo es ficción, pero todo puede ser leído como ficción. Lo borgeano (si eso existe) es la capacidad de leer todo como ficción y de creer en su poder. La ficción como una teoría de la lectura. El problema es ver cómo está la ficción en la realidad, cómo actúa la ficción en la realidad, donde buscamos la ficción en la realidad.

No es lo real lo que irrumpe en este juicio, sino su ausencia, un texto que no se tiene en pie, cuya búsqueda de sentido lleva, como en un sueño, al encuentro de otra realidad inventada. La realidad, si no tenemos una idea demasiado superficial y endeble del ser humano, está hecha de atención. Atención que es una actitud de caridad, de benevolencia hacia los hechos. Una capacidad de escucha.

La falta de pruebas es asimilada de inmediato a lo que ha sido sustraído. Hay algo político allí que remite al complot, a una lógica malvada y sigilosa que altera el orden del mundo. Alguien tiene lo que falta, alguien lo ha borrado. No es un enigma, ni un misterio; es un secreto, en sentido etimológico (scernere significa «poner aparte», «esconder»). Una página -un texto – no está, la carta ha sido robada, el sentido vacila y, en esa vacilación, emerge lo fantástico, la ensoñación de una violencia nunca sustentada por los acontecimientos.

La vida no se detiene, sólo se separa del que lee y si esta lectura es un texto jurídico que acarrea penas de cárcel mucho más. El lector inventado se instala en ese espacio, que se abre entre la letra y la vida.

La pregunta “qué es un lector” es, en definitiva, la pregunta de la literatura y de la vida. Esa pregunta, no es externa a sí misma, es su condición de existencia. Y su respuesta, para beneficio de todos nosotros, lectores imperfectos pero reales, es un relato inquietante, singular y siempre distinto.

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