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Digresiones de verano: la conversación; su inicio

Joan Martí
Joan Martí
Licenciado en filosofía por la Universidad de Barcelona.
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análisis

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El comienzo de una conversación implica romper el silencio, lo cual requiere el uso de prácticas sociales adecuadas a las situaciones y a los interlocutores potenciales. Cuando las personas se conocen o tratan un tema específico, iniciar una conversación no presenta dificultades. Sin embargo, los encuentros entre personas desconocidas, reunidas por circunstancias preestablecidas, generan un momento inicial de silencio. Este silencio sirve para adaptarse mutuamente y buscar las palabras adecuadas para comenzar la conversación. En la mayoría de los casos, la incomodidad pasa desapercibida. Una serie de fórmulas estereotipadas, como hablar del clima, los incidentes del viaje o simplemente presentarse, ayudan a iniciar la conversación y disipan la amenaza del silencio.

Por otro lado, la interacción se vuelve más difícil cuando una persona aparentemente normal para su comunidad se encuentra por primera vez con alguien que tiene una discapacidad física o sensorial, como una desfiguración u otra característica visible. En ese momento, la persona «normal» se detiene y la sorpresa le deja sin palabras. Casi siempre se produce un breve silencio debido a la confusión inicial. La otra persona está acostumbrada a tener un margen de maniobra limitado en estas situaciones. Para evitar la incomodidad, suele tomar precauciones para no molestar a las personas con las que se encuentra. Se acerca lentamente, simula cierta indecisión, consulta el reloj o mira el paisaje. Estas actitudes están dirigidas al interlocutor para acompañar su aproximación, son estrategias que preservan las defensas del interlocutor y le dan tiempo para asimilar la sorpresa y actuar como si nada hubiera pasado. Es un silencio de ajuste cuya sutileza pretende disminuir la desconfianza de la persona «normal». La otra persona, acostumbrada a este tipo de situaciones, a menudo toma la iniciativa con un comentario humorístico o una fórmula clásica para «romper el hielo».

Cualquier ruptura en el patrón habitual de interacción provoca una pausa en la conversación, indecisión, duda e inquietud en el observador. Cuando se presencia una declaración inesperada o embarazosa, también se tiende a sumirse en el silencio, desconcertado ante la violación del estatus de participación de un interlocutor y obligado a buscar el motivo de tal desliz. El flujo agradable de la interacción encuentra un obstáculo cuando uno de los participantes toma un camino inesperado; una vez superada la sorpresa, se debe intentar retomar el curso común, sin perder la compostura ni poner en peligro la del causante de la confusión. Comportamientos llamativos, accidentes de tráfico, altercados entre conductores, ruidos inesperados, interrumpen la conversación y agudizan la curiosidad que, aunque por un momento permanece en silencio, pronto se convierte en una actitud consecuente en la que se vierten comentarios según la gravedad de lo ocurrido. Si la escena es dramática, las ganas de hablar desaparecen y la emoción lleva a los testigos a un recogimiento interior. El silencio contiene la efusión y hace que las palabras resulten inoportunas o insuficientes. Cualquier evento inusual que conlleve la amenaza de lo desconocido provoca una reflexión interna cargada de interrogantes tanto en la persona afectada como en el público presente.

En ocasiones, el silencio no solo se utiliza como una estrategia para lidiar con situaciones incómodas, sino que también se convierte en una forma habitual y normalizada de recibir a los demás. Algunas sociedades tienen la costumbre de establecer un silencio previo que permite adentrarse en la conversación antes de identificar correctamente al interlocutor desconocido. Las miradas se cruzan, tal vez se intercambia un breve saludo, pero el diálogo se suspende mientras se espera conocer mejor al otro, ya que esto es lo que realmente proporciona la confianza necesaria para entablar una interacción. El silencio se convierte así en un ritual de asombro y al mismo tiempo permite desarrollar un sistema de valoración que ayuda a familiarizarse con las nuevas circunstancias.

El silencio marca una posición de espera y observación frente a una situación ambigua en la que los roles tradicionales aún no se han impuesto por completo. Por ejemplo, en la comunidad apache del centro-este de Arizona, se establece este silencio cuando se encuentran con un extraño, ya sea apache o no, al que no identifican de inmediato. Si la persona se apresura a tomar la iniciativa y aborda al interlocutor sin las debidas precauciones, se encontrará con un silencio total. El apache sospecha que esa persona tiene intenciones poco claras o que viene a pedir dinero o algún favor. Su actitud demasiado directa genera inquietud, ya que establecer un vínculo social es algo muy serio que requiere prudencia y tiempo.

La incertidumbre también suele estar presente en los primeros momentos de una relación amorosa entre los jóvenes apaches: la conciencia de la distancia que los separa los aleja aún más el uno del otro. Se necesitan varias semanas de acercamiento mutuo antes de poder dirigirse la palabra sin torpeza. Además, cuando un pariente regresa después de una larga ausencia, especialmente si es un joven, es costumbre que los padres permanezcan en silencio después de las pocas palabras de saludo. Escuchan al recién llegado sin iniciar ningún diálogo. La familia debe adaptarse a una situación aún ambigua, llena de incertidumbre. Temen especialmente que el joven haya sucumbido a malas influencias durante su estancia entre los «blancos» y que haya dejado de ser quien era antes de partir. Por lo tanto, lo observan durante varios días antes de retomar las conversaciones habituales con él.

El silencio se utiliza, de esta manera, para posponer un encuentro cuando la situación es incierta, y acompaña el juicio que decide si es apropiado o no hablar. La duración de este silencio puede ser más o menos larga y pesada dependiendo de las circunstancias; es como una especie de compartimento estanco que marca la transición entre dos mundos. En realidad, el inicio de la conversación, ya sea de manera hablada o silenciosa, es un ritual para conjurar otro silencio: el que precede al encuentro. Así como se deben eliminar los riesgos del contacto inicial, se deben rodear de signos familiares los momentos de despedida, ya que en el silencio concluyen todas las conversaciones, incluso las más animadas o amorosas. Algunas formas rituales indican que el diálogo se acerca a su fin. Puede ser a través de interjecciones («¡Bueno!», «¡Bien, ya es hora!», «dicho esto», etc.), una disminución en el flujo de palabras, un mayor espacio entre las intervenciones respectivas, miradas que se dirigen a otro lugar, la formulación de enunciados genéricos casi enfáticos («no hay nada que hacer», «así es», «¡Así es la vida!», «ya se verá», etc.), o cuando uno de los participantes se aleja ligeramente o, por el contrario, se acerca para despedirse. En resumen, son fórmulas simbólicas que anuncian el final del intercambio.

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