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El ataque de Israel genera un semillero de milicianos para Hamás

La red terrorista controla el país tras liquidar a Fatah, la organización más moderada que luchaba por un estado independiente aconfesional

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análisis

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la situación de los últimos días en Palestina puede estar alimentando el extremismo religioso. Gaza es un territorio ocupado donde la población no puede salir ni moverse. Hay un pueblo secuestrado. Todo está sellado. Si la violencia solo engendra violencia, la violencia extrema es un carburante altamente inflamable capaz de encender un ejército de suicidas dispuestos a inmolarse por cualquier causa política o religiosa. Hamás sabe dónde reclutar a sus soldados. Jóvenes y adolescentes sin futuro que ya solo piensan en la Yihad, en matar judíos y en salir del arroyo en que han convertido la Franja de Gaza para llegar al paraíso de una vez. En ocasiones incluso niños huérfanos y sin escuela caen en manos de la organización terrorista. Anulada la Autoridad Palestina, enterrado el viejo sueño de Yasir Arafat de construir un Estado aconfesional y democrático, al pueblo hambriento y sin futuro solo le queda la beneficencia de Hamás y el consuelo de sus guías espirituales. Cuando la vida se convierte en un infierno, solo queda Dios, aunque sea un Dios lejano que nunca se ocupa de los inocentes que mueren bajo las bombas.

Hamás hunde sus raíces en los años setenta del pasado siglo. Es una organización con fuertes tintes religiosos y fundamentalistas. A finales de los años 70, el jeque Ahmed Yasín, un alumno coránico parapléjico en la Ciudad de Gaza, puso el germen al crear un movimiento social (todavía sin relación con la Yihad), manifestando que el verdadero enemigo del pueblo palestino no era solo el Estado judío, sino los vicios fustigados por el islam, verdaderos azotes de los palestinos, a saber: las prostitutas, los narcotraficantes (incluyendo a los que vendían droga solamente a israelíes), oficiales y patrullas de los barrios, empresarios que colaboraban con Israel en provecho propio sin ayudar a los palestinos e intelectuales que anteponían filosofías extranjeras al islam. El discurso yihadista estaba sembrado.

Tres años más tarde, cuando los Hermanos Musulmanes egipcios y sirios recomenzaron la guerra contra los gobernantes corruptos de sus respectivos países, Hamás se consolidó como movimiento de liberación nacional. Unos seguidores del Grupo del Cairo formaron la organización Yihad Islámica. Una subdivisión o escisión, formada en la Franja de Gaza, comenzó una guerra de baja intensidad contra el ejército de Israel y la administración militar y civil que dicho país ejercía en los territorios palestinos desde 1967. Tal escisión no mostró demasiada habilidad militar, por lo que tuvo menor apoyo comparado al de Fatah y otros grupos en el exilio, los cuales recibían armas de aliados árabes. En aquel tiempo el hombre fuerte de Palestina era Yasir Arafat, el que llegaría a ser presidente de la Autoridad Nacional y líder del partido político secular Fatah, que fundó en 1959. En aquellos años muchos palestinos aún soñaban con vivir en un Estado independiente aconfesional y democrático al estilo occidental. Hoy, con los radicales de Hamás controlándolo ya todo, aquella esperanza se ha esfumado para siempre.​

La organización Hamás se encarga de cuidar y mantener económicamente a los familiares de sus activistas y militantes que se encuentran encarcelados en cárceles israelíes, a los que han muerto como consecuencia de ataques del ejército israelí o a causa de sus actos contra Israel, incluyendo los atentados y ataques armados. Se ha convertido en un Estado dentro de otro Estado. Ofrece comida, defensa y la falsa promesa de una Palestina libre donde ya no exista Israel, país al que no reconoce y al que sueña con borrar de la faz de la Tierra algún día. También cuenta con una amplia red de escuelas coránicas y centros de atención, y acostumbra a repartir alimentos entre la población en las épocas de mayor crisis económica. De esta forma, es visto por parte de la población palestina como la única organización que, a pesar de los múltiples cambios coyunturales, apoya firmemente y sostiene a su pueblo. Su amplia red de atención social le ha granjeado gran popularidad entre la población palestina, que sufre las consecuencias del conflicto con Israel. Donde Hamás no llega con lo que poco que tiene, no hay nada. Solo sed, hambre y enfermedad. De ahí que buena parte de la población palestina se haya radicalizado por pura necesidad. Allá donde hay miseria, hay fanatismo. Allá donde los olvidados son abandonados a su suerte florecen los salvapatrias que ofrecen el camino de la venganza, la violencia y la redención. Hamás es lo único que les queda a muchos palestinos hartos de vivir una existencia miserable. «No me importa morir, así al menos me libero de esta vida de mierda», asegura un palestino cuando en un programa de La Sexta se le pregunta si tiene miedo a las bombas israelíes.

En su libro, Hamas: politics, charity and terrorism in the service of jihad, el analista y exsubsecretario de Inteligencia del Departamento del Tesoro de los Estados Unidos y asesor del FBI, Matthew Levitt, del instituto proisraelí Washington Institute for Near East Policy, calcula que esta red probablemente cuenta con un presupuesto de entre 70 y 90 millones de dólares, de los cuales invierten del 80 al 85 por ciento en sus actividades políticas y en sus redes de escuelas, clínicas y obra social, mientras el resto lo dedican a sus actividades armadas. Asimismo, el académico israelí Reuven Paz, exdirector de investigación del Shabak, el servicio de seguridad general israelí, afirma que aproximadamente el 90 por ciento de sus actividades son sociales, de bienestar, culturales, y educativas. Hamás ha sabido atraerse al pueblo mientras que Fatah ha caído en desgracia. Hoy muchos acusan al partido de Yasir Arafat de traidor por haber pactado con Israel y Estados Unidos una serie de acuerdos que a lo largo de la historia no han servido más que para traer más represión del Ejército judío y más miseria al país. Muchos ya solo confían en Hamás.

Desde 2003 la Hoja de Ruta para la Paz, el actual proyecto para un acuerdo de paz israelí-palestino, se basa en la Solución de dos Estados. Sin embargo, las diferentes interpretaciones de Israel y EE.UU han hecho embarrancar el proceso. Todos los intentos han resultado en vano. En 1991, Israel y los países árabes implicados directamente en el conflicto llegaron a la Conferencia de Paz de Madrid, convocados por el presidente norteamericano George H.W. Bush. Las conversaciones continuaron en Washington, pero produjeron escasos resultados. Los acuerdos de Oslo supusieron otra frustración. Tras el asesinato de Isaac Rabin en 1995, la senda de la paz finalmente se bloqueó. Los ultraortodoxos judíos nunca quisieron a Rabin. Lo querían mejor vivo que muerto al considerar que ponía en peligro la existencia del Estado de Israel. En el 2000, el presidente de EE.UU., Bill Clinton, convocó una nueva cumbre de paz entre el presidente palestino Yasir Arafat y el primer ministro israelí Ehud Barak. Los acuerdos quedaron en papel mojado y tampoco Barak Obama logró avances significativos. El Plan Trump, a partir del año 2017, solo consiguió enervar más a los palestinos después de que la Casa Blanca decidiera trasladar su embajada a Jerusalén. Además, el magnate neoyorquino cortó la ayuda de millones de dólares para la recuperación de la zona. Hoy el plan biestatal, es decir, la constitución de un estado palestino independiente en coexistencia pacífica con Israel, está en vía muerta.

Israel y Hamás se retroalimentan en la lógica de la violencia. Ambas partes han entrado en una lógica en la que los crímenes contra la humanidad se han normalizado. Hacía tiempo que la especie humana no conocía una guerra tan salvaje y brutal como la que estamos viendo estos días dramáticos en la Franja de Gaza. Mientras tanto, la comunidad internacional asiste impasible al festín de muerte que se están dando árabes y judíos. Nadie, ni siquiera la ONU, puede detener este infierno. Hace tiempo que Naciones Unidas se ha convertido en un instrumento inoperante incapaz de resolver el conflicto. Israel, parapetada en Estados Unidos, el gran gendarme del mundo libre, se mofa de las resoluciones que exigen un avance hacia la Solución de los dos Estados. Esa sería la única fórmula para lograr la paz. Una Palestina autónoma, dos muros paralelos separando ambas naciones por varios kilómetros de cordón de seguridad y una fuerza de interposición de paz, del estilo de los cascos azules, velando por la paz en la tierra de nadie de la frontera. Algo parecido a lo que ya se hizo en Kosovo durante las guerras de la antigua Yugoslavia. Por desgracia, a día de hoy todo eso no es más que una utopía. Hamás no acepta el Estado de Israel ni lo aceptará nunca. A su vez, el Estado hebreo no quiere ni oír hablar de una república árabe que pueda convertirse en teocrática y fundamentalista en su patio trasero. La Autoridad Palestina no existe o es un títere en manos de Hamás. Todo ha salido mal. Y ya solo queda un pueblo oprimido al borde de la extinción que busca su salvación en la radicalidad y el fundamentalismo. Solo queda el horror.

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