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El desconocido 101

Un médico del hospital de Gaza sube a las redes sociales un vídeo para encontrar a la familia de un bebé herido tras un ataque israelí

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análisis

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En el hospital de Al-Shifa, el más importante de Gaza, un médico graba un vídeo y lo sube a las redes sociales pidiendo ayuda para una de las víctimas de la guerra. “Este es un bebé recién nacido. Él es el desconocido 101”, asegura mirando dramáticamente a cámara. En la camilla algo destartalada, una pequeña y adorable criatura con una venda ensangrentada en la cara duerme tranquila y ajena a las sirenas, a las bombas y a la destrucción que la rodea por todas partes.

El “desconocido 101” no tiene familia, nadie sabe quiénes son sus padres ni de dónde demonios ha salido. Parece ser que alguien lo rescató entre los escombros y, en volandas y corriendo, lo llevó al hospital, donde en principio ha salvado la vida, aunque eso no es decir mucho, ya que en Gaza no hay papilla ni siquiera agua para alimentarlo (de hecho, ya no queda comida ni para los adultos), así que quién sabe lo qué será de él mañana o pasado. Supuestamente el “desconocido 101” debería estar en lugar seguro porque ha llegado a un hospital y un hospital es una especie de santuario sagrado donde todo el que está allí puede sentirse a salvo y fuera de peligro. Pero tampoco. En Palestina hace ya tiempo que los derechos humanos son pisoteados vilmente sin que nadie en la ONU, ni en la UE, ni en el G20 mueva un solo dedo para evitarlo. De hecho, pese a que la Convención de Ginebra prohíbe atacar instalaciones sanitarias, anoche, cuando el “desconocido 101” llevaba apenas unas horas ingresado, el Ejército israelí lazaba un misil y volaba por los aires un centro sanitario, matando a quinientas personas, quizá ochocientas, nadie lo sabe con exactitud. En la Franja de Gaza la vida brota y muere en un ciclo salvaje y natural, pero no vale nada.

Qué sabe ni qué le importa a nuestro diminuto niño anónimo y olvidado si la bomba asesina la ha tirado el Gobierno judío o la Yihad Islámica. El pequeño “desconocido 101” aún no entiende por qué está fuera del vientre de su madre, donde se vivía tan cálida y confortablemente, ni por supuesto quién es ese anciano venerable al que llaman Benjamin que probablemente tendrá nietos como él a los que abrazará tiernamente en la fiesta del Yom Kipur. El pequeño “desconocido 101” tan solo cuenta con ese ángel valiente revestido de blanco que lo atiende de cuando en cuando, aunque solo a ratos, ya que el hombre no da abasto y anda desquiciado de acá para allá, tratando de ayudar inútilmente a otros niños, a otros inocentes, a otros desconocidos como él también perdidos en un infierno de muertos y mutilados esparcidos de mala manera en los pasillos del hospital.

El “desconocido 101”, con esa venda que casi le tapa un ojo, solo es capaz de mirar arriba y contemplar esas divertidas luces del techo que titilan y se mueven de un lado a otro y empiezan a fallar, encendiéndose y apagándose de forma agonizante. Rodeado como está de otras personas que se quejan constantemente, que tosen y emiten sonidos guturales de sufrimiento y dolor, le llama la atención, en su ingenuidad de recién nacido, cómo es este mundo extraño al que ha llegado de repente, ese zumbido de los viejos motores de los grupos electrógenos, ese fragor violento del exterior que golpea las ventanas, esos gritos de horror y lamentos de las salas de espera que no se escuchaban en el otro lado tan feliz, en la oscuridad de la cálida gruta fetal, en las entrañas de la madre. El “desconocido 101” siente que ella va a venir en cualquier momento porque algo le dice que se encuentra en un lugar donde esas cosas ocurren. Ocurre que las mujeres se desprenden de sus hijos por un instante tras el doloroso estertor, pero enseguida regresan para cogerlos y abrazarlos con ternura. Ocurre que a uno lo ponen boca abajo y luego le dan un buen azote en el trasero, o lo meten en una incubadora, aunque no hay que asustarse porque todo eso es lo normal. Eso al menos le susurra su intuición que le habla en esos primeros duros momentos de la vida.

Algo le dice que los bebés como él nacidos en el quirófano están protegidos por esos ángeles blancos que están ahí para ayudarles a salir al exterior y ponerlos en los brazos maternos. Algo le dice que en un hospital puede sentirse tranquilo y seguro. Pero el tiempo pasa y ella no vuelve y empieza a pensar que ese hospital no es un hospital más, sino algo más parecido a un lugar funesto y hostil. El “desconocido 101” aún no sabe quién es, ni por qué está aquí, ni qué va a ser de él. Por eso precisamente le llaman el “desconocido 101”. Por eso está solo en el mundo. Únicamente le queda llorar cuando tiene hambre o sed, reclamar inútilmente la teta y la leche que nunca llegan, dormir un sueño extraño de tripas que duelen, de caos, de llantos y de un estrépito como de explosiones cada vez más cercanas. La última ha estallado tan cerca que ha hecho temblar el suelo y el techo de la habitación, haciendo caer una lluvia de polvo sucio y turbio. Ahí viene otra vez el ángel sudoroso vestido de blanco a endosarle el chupete con algo dulzón para matar el hambre. ¿Pero dónde se habrá metido mamá?

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