El Partido Popular se echa al monte

Sabíamos que el conservadurismo trata de mantener la validez de lo establecido, que a menudo significa la perpetuidad de sus privilegios, y por ello enemigo de cuanto signifique progreso. Sin embargo, en esta ocasión uno se quede de piedra: El PP convoca a una magna manifestación contra una amnistía “por si acaso”, como hizo el Sr. Aznar cuando nos metió en aquella “guerra por si acaso” de un armamento que nunca existió. El Sr. Feijóo calienta la calle, como si no estuviera ya calentita, y al tiempo se presenta en el Congreso de los Diputados para ser investido como Presidente del Gobierno.

Es decir: el Sr. Feijóo organiza una revuelta popular, en lugar de explicarnos su programa. Alza la calle contra el Parlamento, mejor dicho, contra lo que el Parlamento, Sede de la Soberanía de la Nación, en la que a menos que surja algún “tamayazo” no tiene mayoría, pudiera determinar. ¡La calle contra las Instituciones! Pónganle ustedes el calificativo que prefieran menos el de democracia. A mí se me va la cabeza hacia Hannah Arendt cuando señalaba que <<la única alternativa al poder no es la fortaleza –que es impotente ante el poder- sino la fuerza>>. Naturalmente que, en Arendt, hablamos de circunstancias similares a las de Trump: la calle alzada contra el Parlamento, y demás sin datos. Impura visceralidad.

La sensación que el Partido Popular produce es que su carencia de fortaleza parlamentaria para sacar adelante su candidatura, le ha llevado, no a considerar las razones de su falta de poder, de su desolador aislamiento parlamentario, de su incapacidad para establecer consensos, que bien debería, sino a “defendella y no enmendalla”, esto es, a lanzar a la calle a sus militantes y votantes como un alarde de fuerza que rompa por la fuerza las puertas del Parlamento, sin que al parecer le importe que con ello pueda crear más crispación social, debilitar la democracia y ahondar más en su aislamiento político. A quien esto escribe la viene a la memoria los garrotazos que pintó Goya, sólo que en este caso solo hay uno enterrado, repartiendo golpes al aire, mientras el otro quiere andar en convivencia.

No es bueno, políticamente hablando, que en España pierda eficacia institucional un partido de centro derecha, sumando a su aislamiento la desnaturalización que supone abandonar el sometimiento a la institución parlamentaria, sustituyéndola por el enfrentamiento de la calle a unas instituciones que un día debería gobernar. Cabe otra razón escondida en este arriscamiento: que pretendan que vayamos a nuevas elecciones porque los independentistas catalanes rechacen su encaje en la constitución o porque al PSOE, y a cuantos apoyos consiga, le espere una legislatura de infarto, y haya que anticipar elecciones, presentándose entonces como salvador patrio con su voto bien engrasado en la calle. Pero ese, permítaseme, puede ser un error de bulto que ignora dos cosas: la capacidad para el entendimiento que es ejercicio de toda democracia madura, y el recelo que produce en la sociedad todo movimiento donde cierta moderación se convierta en salvajada. Si tal cosa se produjera, digámoslo “por si acaso”, sería una pérdida costosa que implicaría una nueva refundación del hoy Partido Popular.