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Enérgeia, enárgeia, narración e Historia

Joan Martí
Joan Martí
Licenciado en filosofía por la Universidad de Barcelona.
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análisis

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Según Marc Bloch, la química tenía una ventaja significativa al dedicarse a realidades que, por su propia naturaleza, no pueden nombrarse a sí mismas. Sin embargo, cuando hacemos historia, ocurre lo contrario: las palabras cambian, el sentido cambia, el contexto cambia y los actores cambian. Es precisamente en ese espacio entre la perspectiva del historiador y la visión que tenían de sí mismos aquellos que son objetos de nuestro estudio, donde debemos centrar nuestra atención.

En una breve novela titulada «Poncio Pilatos», Roger Caillois inteligentemente explora las implicaciones de esta analogía. Es de noche y la mañana siguiente se llevará a cabo el juicio de Jesús. Pilatos aún no ha decidido qué sentencia dictará. Con el fin de influir en su elección hacia la condena, un personaje predice una larga serie de eventos que seguirán a la muerte de Jesús: algunos son importantes, otros son insignificantes, pero todos ellos, como el lector comprende, son verdaderos. A la mañana siguiente, Pilatos decide absolver al acusado. Los discípulos de Jesús lo abandonan; la historia de la humanidad toma un rumbo completamente diferente. La conexión entre la ficción y la historia nos hace pensar en los cuadros de Magritte, donde se representa lado a lado un paisaje y su reflejo en un espejo roto.

Resulta evidente afirmar que un relato histórico comparte similitudes con una narración inventada. No obstante, resulta más interesante cuestionarnos por qué percibimos como reales los eventos narrados en un libro de historia. En general, esto se debe a una combinación de elementos tanto dentro como fuera del texto. En este caso, me enfocaré en los elementos textuales con el objetivo de analizar algunos procedimientos relacionados con las convenciones literarias utilizadas por historiadores antiguos y modernos para transmitir el «efecto de verdad» que consideraban esencial en su trabajo.

En la tradición manuscrita de un fragmento de la Retórica de Aristóteles, encontramos una confusión similar que se refleja en textos mucho más tardíos y llega hasta nuestros días. En realidad, esas dos palabras, «enérgeia» y «enárgeia», no tienen nada en común. Mientras «enérgeia» significa «acto, actividad, energía», «enárgeia» se refiere a «claridad, vivacidad». La importancia del primer término en la terminología aristotélica, que resulta crucial para el vocabulario intelectual europeo, explica por qué «enérgeia» ha perdurado en tantos idiomas. Podemos encontrar formas diversas como «energia», «energy», «énergie» y otras. En cambio, «enárgeia» es una palabra en desuso. Aun así, es posible reconstruir su significado, o más precisamente, la constelación de significados que la rodea.

Al igual que con «enárgeia», hay otro término que se relaciona con un ámbito de experiencia inmediata, como sugiere otro fragmento de Polibio: «Juzgar cosas por rumores no es lo mismo que hacerlo habiéndolas presenciado: hay una gran diferencia. Una convicción basada en el testimonio ocular siempre tiene más valor que cualquier otra». Tanto este pasaje como el mencionado anteriormente en relación a Homero se refieren al conocimiento histórico. En ambos casos, se considera que «enárgeia» es una garantía de veracidad.

El historiador de la antigüedad tenía la responsabilidad de comunicar la verdad de lo que narraba. Y para conmover o persuadir a sus lectores, tenía que emplear la «enárgeia», un término técnico que, según el autor del tratado «De lo sublime», describía el propósito de los historiadores, a diferencia de los poetas que buscaban cautivar a su audiencia. En la tradición retórica latina, se hizo varios intentos por encontrar términos equivalentes a «enárgeia».

Quintiliano (Institutio Oratoria [Institución oratoria], propuso la «evidencia en la exposición», señalando que era una virtud destacada, ya que no se trataba tanto de decir como de manifestar la verdad de cierta manera. En otro pasaje, Quintiliano observó que Cicerón había utilizado «inlustratio et evidentia» como sinónimos de «enárgeia», los cuales no solo decían, sino mostraban algo; a través de ellos, las emociones seguirían de manera similar a si estuviéramos presenciando el desarrollo mismo de los hechos.

En efecto, según Cicerón, «inlustris… oratio» se refería a «la parte del discurso que, por así decirlo, presenta el hecho ante nuestros ojos». El autor anónimo de la Rhetorica ad Herennium utilizó palabras similares para definir la demonstratio: «Es cuando la cosa se expresa con palabras de tal manera que el hecho parece desarrollarse ante nuestros ojos, declara todo el asunto y, por así decirlo, lo coloca frente a nuestros ojos».

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