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“Ese lazo que une a los familiares es una construcción basada en la idea falaz de que la sangre alcanza”

La escritora colombiana Margarita García Robayo disecciona en ‘La encomienda’ temas como el desarraigo, la migración, las relaciones familiares y la inquietud que generan los imprevistos en toda rutina diaria

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análisis

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Es una de las voces más personales, potentes y sugerentes del panorama actual en la narrativa latinoamericana. Con una asombrosa, y dinámica, sencillez estilística, Margarita García Robayo (Cartagena, Colombia, 1980) traza historias complejas que se bifurcan temáticamente y necesitan una aproximación más detenida de lo esperado a priori por sus tramas, muy próximas pero en absoluto simples. Como la que encontramos en La encomienda (Anagrama), donde la protagonista, desplazada por motivos laborales a cinco mil kilómetros de su país natal, solicita una beca para poder escribir desde la lejana Europa, más concretamente Holanda. Mientras llega ese ansiado momento, en una rutina cada vez más irritante e imprevista, recibe la visita inesperada de su madre y mantiene videoconferencias periódicas con su hermana, quien le envía “encomiendas” donde cabe todo: comida en mal estado, viejas fotografías y los dibujos de sus sobrinos. Poco a poco, asoman miedos, recuerdos, la carcoma de la soledad y la extrañeza que se da en todo lazo familiar, que García Robayo no tarda ni un segundo en desmontar de raíz sin la más mínima consideración. En definitiva, una novela inquietante y magistralmente construida, que sugiere sin decir, que dice sin mostrar.

En esta apoteosis del ‘yo narrativo’ que todo lo invade en la literatura actual, usted elige un ‘yo’ diferente, en boca de una joven publicista desplazada a miles de kilómetros de su país natal, pero coqueteando con la ambigüedad de lo autobiográfico. ¿Hasta qué grado esto es así?

Todos los “yos” son construcciones. La persona gramatical es una elección formal del autor que le resulta más o menos adecuada para contar lo que va a contar. Creo que el problema de la literatura auto referencial no es la persona gramatical elegida, es la poca capacidad –e interés– de pasar de la anécdota individual a la literatura. La literatura es mucho más ambiciosa que una anécdota. La literatura contiene ideas, profundiza en conceptos, y es una construcción formal muy consciente que persigue un sentido. Lo anecdótico es literal, y da exactamente igual qué persona gramatical se use para ello. La asociación más elemental, la que no profundiza, lleva a pensar que todo yo es individual, o individualista. Pero hay infinidad de autores que nos demuestran que el yo narrativo puede ser un poderoso gesto colectivo, social y político.   

“Hemos naturalizado el desarraigo, porque muchos nos hicimos migrantes desde muy temprano, pero el desarraigo es algo doloroso, es un desgarro”  

El americanismo que elige para titular su novela sirve para acotar la trama y, de camino, retratar una realidad cotidiana en buena parte de Latinoamérica, que no es otra que el fenómeno de la migración. Pero no es este el epicentro temático sino las relaciones familiares y las incertidumbres que el parentesco acarrea a todos los niveles. ¿Cómo logra abarcar tanto con tanta economía de medios estilísticos?

Me interesa que una historia no se trate de una sola cosa sino de muchas cosas. O sea, que sea compleja. Y que todas esas cosas coexistan, que sucedan en simultáneo y signifiquen algo, que no sean meros accidentes o paisaje de fondo. En términos gráficos, me gusta pensar en una línea corta pero gruesa, que adquiera dimensión hacia el fondo, que profundice. Que en poco tiempo (y palabras) suceda muchísimo más de lo que se alcanza a percibir en una primera lectura. Me gustan los libros a los que tengo que volver porque se tratan de más cosas de las que se pueden abarcar en una sola visita.

Nada más comenzar la novela, la protagonista sentencia sobre “la falacia que propone el parentesco”. ¿Están las estructuras familiares actuales sustentadas en una gran mentira consentida por todos?

Absolutamente. Habrá quien la consienta más y habrá quien menos, no digo que todos vivamos engañados, pienso que la narradora señala algo que nos es común a muchos: esta ambivalencia que nos genera el vínculo filial. Muchas decisiones se toman, muchas conductas se moldean a partir de lo que propone ese vínculo, pero lo cierto es que no por ser familia las personas tienen que tener cosas en común. Esas coincidencias se fuerzan, se fingen, en el mejor de los casos se trabajan arduamente hasta llegar a un puerto común. Como quien dice, se aprende a ser hijo o a ser padre o madre. Pero así, en abstracto, ese lazo que une a los familiares es una construcción basada en la idea falaz de que la sangre alcanza.  

“Hay infinidad de autores que nos demuestran que el yo narrativo puede ser un poderoso gesto colectivo, social y político”

Llena de símbolos su novela: una caja enorme difícil de abrir, una gata que pasea por todo el edificio, la visita inesperada de la madre de la protagonista, un vagabundo… ¿Lo cotidiano se rompe a cada instante sin darnos cuenta?

Sí, la novela es la representación de una vida que, como la de cualquiera, está llena de elementos que adquieren significado según quién los mire, cómo los mire, en qué momento se decida a mirarlos. El símbolo más evidente es el de esa caja enorme que le llega a la protagonista, y que representa ese pasado que creyó haber dejado atrás por el simple hecho de haberse ido. El pasado es el origen, la infancia, las taras de familia, o sea, la historia personal que nos constituye en términos de identidad: todo aquello que, por mucho que uno quiera, no se puede dejar atrás porque se lleva pegado al cuerpo como un miembro más. Es probable que esa “caja” siempre hubiese estado allí, pero por determinada circunstancia recién ahora la ve materializada y debe lidiar con lo que contiene.    

Asegura la protagonista que vivir desplazada a miles de kilómetros de su tierra “es un accidente”. ¿Es perpetuo ese recurrente sentimiento de desubicación entre todos los migrantes? ¿A qué cree que se debe?

Hemos naturalizado el desarraigo, porque muchos nos hicimos migrantes desde muy temprano, pero el desarraigo es algo doloroso, es un desgarro, más allá de que sea una elección personal. Cuando se nace y se crece en un lugar determinado, uno está expuesto a una serie de cosas –costumbres e ideología–, en una edad muy sensible. Pienso que todo lo que te pasa de niño va dejando un surco que uno puede desestimar hasta cierto punto, pero nunca borrar. Un niño es mucho más propenso a un trauma que un adulto. La verdadera migración no es geográfica sino afectiva.     

“Me gustan los libros a los que tengo que volver porque se tratan de más cosas de las que se pueden abarcar en una sola visita”

“El secreto es vivir con lo mínimo indispensable, evitar asentarse”, dice la joven protagonista de La encomienda. ¿Una de las claves para hallar la felicidad a todos aquellos que la buscan de algún modo insistentemente?

Es un engaño. Esta protagonista tiene una ética muy contradictoria, porque en el fondo es frágil y busca protegerse. Cree ser alguien que puede prescindir de sus raíces, pero no puede. Todavía no he conocido a nadie que pueda. Hay un momento en que la vida se encarga de demostrarte que sin “raíces” no se sobrevive.

¿Por qué la relación madre-hija es tan tirante e incluso desagradable, precisamente ahora en tiempos donde la sororidad y los movimientos feministas varios para el empoderamiento de las mujeres son la bandera a ondear?

No creo que sea desagradable, creo que es incómoda básicamente por culpa del desconocimiento. Sea lo que sea lo que le pasa a esta narradora tiene que ver con una ausencia: la ausencia de su madre. No llegamos a saber si es una ausencia voluntaria o circunstancial, pero igualmente eso impide que madre e hija se conozcan. Son una mujer mayor y una mujer joven intentando descifrar qué se supone que son, qué se supone que deben ser. Y el cuestionamiento frente al concepto del parentesco que se hace la narradora tiene que ver, justamente, con preguntarse si la mera constatación del vínculo filial alcanza para determinar una relación afectiva: “hago esto porque es mi madre, la quiero porque es mi hija…”. La hipótesis que se plantea la narradora es que, quizá, eso solo no alcance.  

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