¿Existe la llamada Comunidad Internacional?

Tal y como está el panorama internacional con dos sátrapas, Putin y Netanyahu, provocando la muerte de miles de personas sin que nadie les pare los pies: la respuesta es no. Personajes que refrendan la historia, mil veces repetida, de que el mayor peligro para el conjunto de naciones y de las sociedades donde crecen, es la llegada al poder de un psicópata; porque lo que les caracteriza es su frialdad, su falta emocionalidad y sentimientos ante el sufrimiento que provocan en quienes se convierten en diana de su patología, para el cumplimiento de sus objetivos políticos o narcisistas. Acción psicopática con la que, íntimamente, incluso disfrutan. Por eso no les afecta cometer crímenes de guerra o someter a las personas a la tortura de la asfixia de medios y alimentos: otra manera, lenta, de matar.   

Especímenes que siempre llegan al poder aprovechando los momentos de crisis y desorientación social —les da igual el motivo—, que les permite desarrollar un mensaje nacionalista visceral, radical y expansionista, mediante la búsqueda de un culpable al que se estigmatiza. De este modo el agresor se convierte en víctima, se victimiza para poder justificar la venganza, más allá del ojo por ojo, hasta llegar a la aniquilación de ese enemigo circunstancial que es necesario eliminar para mantener el poder: máxime cuando este se tambalea. Personajes a los que el narcisismo y la egolatría les encierra en una visión irreal del mundo y la vida en la que, puntualmente, pueden intervenir: pero que siempre termina mal, después de causar muerte, sufrimiento y catástrofes humanas.  Aunque hay otros, los dos psicópatas más peligrosos por el peso de las naciones que regentan son Putin y Netanyahu.

El primero por el ansia que anida en su mente de recuperar, para él mismo, el protagonismo internacional que tuvo Rusia, que ya no tiene por el mero hecho de que asistimos a un proceso, lógico, de cambio del eje mundial de influencia política y toma de decisiones. Pérdida de protagonismo que le sirve para propalar el mensaje de una imposible vuelta a los tiempos de la Gran Madre Rusa: de la que él es el nuevo Zar.

A Netanyahu le ha venido que ni pintada la brutal y salvaje agresión de Hamás, en un momento en que su <<reinado>> estaba en crisis, por aliarse con las formaciones más radicales y sionistas para retener el poder y evitar los procesamientos judiciales de los que está o estaba pendiente —en este contexto ya no se sabe—, de los que ha pretendido librarse con una reforma judicial que resta capacidad de decisión a los jueces de Tribunal Supremo. Pretensión que lanzó a centenares de miles de israelíes a protestar en la calle. Voces ahora apagadas por la llamada a la venganza contra los palestinos, con un bestialidad y coste en vidas inaudito, basada en la visceralidad de la apelación constante a la defensa de Israel: al que todos quieren destruir.

¿Quién para a estos sátrapas? Nadie. Ni las Naciones Unidas, sin nula capacidad para actuar en los conflictos multilaterales, reducida al papel de gran ONG mundial. Ni tampoco quien podría hacerlo, Estados Unidos, siempre con las manos atadas por la poderosa influencia del lobby judío, para poner coto a los desmanes expansionistas de Israel; y atado también con Rusia por el temor a que el psicópata de Putin active las armas nucleares. Y menos la Unión Europea que ejerce de comparsa de lo que diga Washington, por la dificultad para conjugar las contradicciones entre los socios para articular una política exterior fuerte y eficaz. Por eso no existe ese concepto abstruso llamado <<Comunidad Internacional>> que vaya a salvarnos de estos y otros cuantos sátrapas que pululan por el mundo causando muerte y destrucción: salvo que seamos beligerantes en cuanto alguno asoma la patita.