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Guerra, de entrada no (y de salida, tampoco)

Jesús Ausín
Jesús Ausín
Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.
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análisis

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Hoy debería ser el día de su cumpleaños. ¡Un siglo y un lustro nada menos! Y sin embargo ni siquiera él parece acordarse. Hace tiempo que ya nadie viene a visitarle. Hace años que vegeta en una residencia de ancianos. Sus hijos murieron todos y los nietos rondan la sesentena. Los que viven en la misma ciudad, están tan ocupados que apenas sacan tiempo para hacerle una visita y los otros sólo vienen una vez al año. Para la mayor parte de los bisnietos el bisabuelo es alguien lejano que está ahí pero al que no dedican ni un minuto de su pensamiento. Y eso que Lesmes es un tipo duro que ha vivido lo que no está escrito y tiene peripecias y anécdotas para llenar dos novelas. Y sin embargo, la soledad, la angustia de verse apartado de todo, los anodinos días en la residencia donde todo está milimetrado y nada se sale de lo establecido, han ido sumiéndole poco a poco en un estado de languidez que cualquier doctor en medicina podría catalogar como una demencia senil. Pero, no. Lesmes no está demente. Su cerebro funciona correctamente, sólo que ha decidido no hablar, no reaccionar a casi nada y dejarse llevar esperando a la muerte. Siente que ya hizo todo lo que tenía que hacer y que tras una vida llena de dificultades sería mejor descansar ya eternamente que tener que aguantar día tras día el proceso de levantarse, que le laven, desayunar, ver la televisión, comer, siesta, ver la televisión, cenar, dormir y vuelta a empezar.

Una auxiliar arrastra su silla de ruedas hacia la sala de la televisión. Unos juegan a las cartas. Otros, reciben visitas de sus familiares, otros, los menos, leen en un rincón. La tele normalmente está sin sonido. Otros, son arrinconados frente a la pantalla. Lesmes se pregunta para qué lo dejan allí si la tele no tiene sonido y la mayoría de sus compañeros de parking, no son capaces de distinguir los dedos de la mano. El Observa. Disimuladamente mueve los ojos de lado a lado y a veces gira hasta la cabeza. Se entretiene con las conversaciones que escucha aquí y allá. Las visitas son de hablar fuerte a los abuelos como si todos necesitasen sonotone y sobre todo de contar batallitas. Anécdotas ajenas que Lesmes vive como quién lee una novela o un relato corto.

Hoy no hay mucho ruido. Tampoco hay muchas visitas. El buen tiempo repentino ha hecho que la gente de visita saque a sus familiares al jardín, al parque cercano o incluso a dar una vuelta por la ciudad. Así que Lesmes centra su mirada en la pantalla de la televisión. El sonido es apenas audible. La imagen muestra a unas personas andando por lo que parece una cantera, un camino o un descampado por el que han hecho camino los vehículos de tanto pasar. Las tres personas van andando y parece que hablando plácidamente. Son civiles. No se ve que porten armas y sin embargo, tras unos metros recorridos, un fogonazo, parece que  un misil, ilumina la pantalla y se ve que da de lleno en las personas destrozándolas. Un letrero debajo dice que es Israel el responsable. A continuación salen soldados, fusiles en mano, disparando y gente corriendo.

Entonces Lesmes entra en un estado de melancolía y una lágrima comienza a rodar por sus mejillas. Él vivió la guerra del 36. Fue uno de lo que denominaron la generación del biberón a la que llamaron a filas con sólo 16 años. Al principio como soldados de retaguardia. Como ayudantes de furriel, aprendices de cocina o como ayudantes de los oficiales para llevar órdenes y papeles entre puestos de mando. Lesmes estuvo un tiempo como ordenanza de un capitán. Allí conoció los fríos de Molina de Aragón dónde el chorro de la fuente estaba helado, el frío se metía entre los huesos y no había forma de quitarlo ni con dos litros de coñac. Más tarde conoció el hambre en Extremadura, dónde los paisanos se subían a las acacias y comían las semillas que en Castilla no se las echaban ni a los cerdos.

Ya en el frente del Ebro, conoció el miedo de verdad. Las balas silbantes por encima de la cabeza, las constantes avenidas de las ametralladoras y hasta la hijoputez de los hombres. Un compañero, entonces amigo, le pidió que le guardara un paquete mientras salía de ronda. Resultó que dentro había medio jamón deshuesado, una ristra de chorizos y medio kilo de tocino curado con veta. Lo había robado del almacén de víveres. Cuando el capitán de suministros revisó uno por uno a todos los soldados y dio con el paquete, el “amigo” negó que el robo fuera suyo y acabó acusando a Lesmes del delito. La guerra estaba a punto de finalizar y Lesmes la acabó en uno de los campos de concentración donde estaban los rojos. Dos años más tarde, le dieron la opción de redimir pena alistándose en la División Azul. No tenía nada que perder salvo los piojos. Y se vio en una trinchera en mitad de Rusia, muerto de frío y de hambre. Allí, lo de Molina de Aragón era una broma. Aquello sí que era frío. Fue capturado por los rusos y enviado a una cárcel. Ser español le valió para que acabaran dejándole libre una vez finalizada la guerra. Aquí había sido dado por muerto. Fueron años de miseria, de hambre y de desolación. Con todo, lo menos malo había sido lo de la cárcel rusa. Allí por lo menos había algo más que comer que pan duro. Y el agua para beber estaba siempre a su disposición, cosa que no sucedía en el Campo de Miranda de Ebro donde estuvo encerrado por el robo no cometido. Allí bebían un cubilete de agua cada dos días y se tenían que sacar la mierda del culo con un palo.

Acaban de entrar en la sala dos jóvenes con un anciano que llegó hace dos días. Están hablando del peligro de una nueva guerra mundial y Lesmes piensa que quién quiere la guerra es porque nunca ha estado en ninguna y porque sabe que él nunca va a sufrir sus consecuencias.

*****

Guerra, de entrada no (y de salida, tampoco)

A pesar de no ver la televisión, llevo unos cuantos días con una sensación extraña. Como si supiera que estoy a punto de entrar en un túnel negro, lleno de peligros, con la casi seguridad de que no voy a poder salir de él y de que, a pesar de todo eso, y en contra de mi voluntad, es imposible no transitar por ese camino.

Los tambores de guerra de los anormales correveidiles del imperio, no cesan y cada vez su estruendo es de mayor calado y su insistencia más insoportable.

En España ese ruido de tambores va acompañado además por la sensación general de corrupción total, de que todos son iguales y de que como siempre en este país, la pandemia les sirvió para lo habitual desde la edad media, esta vez como una Vía Apia de la corrupción, para, mientras nos metían en casa a la fuerza y se deshacían de unos cuantos abuelos (miles), desviar el dinero que es de todos para llenar sus garajes con coches deportivos, pagarse putas de lujo, comprarse casas de un millón de euros o llenar maletines con los que aportar a la sociedad suiza.

Es obvio el porqué de la defensa a ultranza de la prensa amarilla próxima al PP de la indefendible Ayuso. Sólo hay que mirar las cuantiosas donaciones a esos grupos de comunicación a través de la Comunidad de Madrid. Para muchos de ellos, que no serían capaces de vender más de tres periódicos en papel y con una audiencia residual tanto en radio, televisión como en la red, esa fuente de financiación es la única forma de poder vivir en casas de lujo con piscina y de tener un ritmo de vida que de tener que pagarlo con lo recibido de sus suscriptores, sería imposible.

Y su insistencia en meternos por todos los orificios la necesidad de una guerra con Rusia se explica en el mismo sentido. En esta coyuntura en la que nos hemos metido nosotros mismos a base de dejarnos engañar, de darle más importancia a las cañas que a la sanidad, en la que los derechos laborales saltaron por los aires porque en las huelgas te descuentan parte de la nómina y nunca sirven para nada, en esa enfermiza posición de que es mejor que gobierne el hijoputismo con nombre social que el hijoputismo nazi (que al final todo es el mismo hijoputismo), en esa dejadez absoluta y ese culto a lo individual, los medios de comunicación sólo son correa de transmisión de los intereses de los poderosos. Y al que se mueve, no sale en la foto. Prueben ustedes a meter el nombre de este medio en el que están leyendo esto en Google y verán lo que nos han hecho: “borrarnos del mapa”. No aparece la dirección (https://diario16plus.com) como si aparecía hasta hace dos semanas o como aparece como primera entrada en cualquier otro buscador que no sea Google. Porque aquí, en esta democracia tan fascinante y tan plena, en este mundo tan liberal, resulta que si eres independiente y no tienes reparos en contar lo piensas, te bloquean inmediatamente y te intentan acallar como sea.

Y esto sucede con más habitualidad de lo que pensamos. Ya sea a través de esta nimiedad de Google, o bastante peor como ya sucedió con el insufrible hombrecillo y el cierre de Egunkaría o la agencia de noticias Sputnik o el medio informativo RT (https://actualidad-rt.com) que directamente ha sido eliminada de todos los buscadores y no puedes acceder aunque sepas la dirección. El viernes tarde ha sucedido lo último y más grave. Un juez, para salvaguardar unos supuestos derechos de propiedad intelectual ha decidido que a partir de la medianoche del sábado se cerrara Telegram. Que es como si para evitar que se vendan camisetas falsas de futbol en la puerta del Corte Inglés de Princesa, un juez ordenara el cierre de todos los grandes almacenes y tiendas de todo el estado. A no ser claro que lo que menos importe sea la propiedad intelectual y lo que de verdad moleste son las noticias que circulan por el canal Telegram sobre las que no pueden poner sus sucias plumas los correveidiles de la prensa y por tanto, no pueden manipular la información para que la necesidad de los tambores de guerra sea audible.

Así está ocurriendo con el atentado sucedido en Rusia. Mientras escribo esto, sólo han pasado unas pocas horas pero la versión de occidente de que ha sido ISIS (que por otra parte siempre es el socorrido en estos casos como en su día lo fue Bin Laden, y que ese grupo que se supone que es integrista islámico sin embargo jamás ha actuado de forma contundente en Israel y en sus inicios fue financiado por la CIA), parece que se diluye como un azucarillo en un plato de agua. Primero porque en la forma de actuar, y después en la detención de alguno de los autores en los que ha confesado a cámara que actuaron por dinero, indica que no es una forma en la que actúe ISIS y después porque fueron detenidos dirigiéndose a la frontera Ucraniana y todos los que no vemos la televisión, sabemos el porqué de un conflicto que nada tiene que ver con la defensa de un país y si con el intento de destrucción y división en pequeños estados satélites de la gran Rusia.

Los que no vemos la tele, sabemos de las dificultades del imperio USAniano. De que Joe Biden tiene muy difícil la reelección en noviembre y que, desde hace casi un año, en la que con mayoría en el senado americano de los republicanos, los fondos que antes eran casi ilimitados a Ucrania ahora tienen el grifo cerrado. Sabemos que USA es un país del tercer mundo con un envoltorio de superpotencia. Cientos de miles de drogadictos y pobres, que hasta comen residuos humanos, que pululan por las calles de sus grandes ciudades convertidos en zombis por el Fentanilo. Un Donald Trump al que ni siquiera el poder judicial americano ha podido meter entre rejas a pesar de ser el responsable último del asalto al Capitolio. Y además con grandes posibilidades de ser reelegido como presidente, de nuevo, en noviembre.

Y en estas, las empresas armamentísticas que se han quitado definitivamente la careta en Israel, que suministran lo que un gobierno que asesina impunemente a todo lo que se menea, saltando todas las líneas rojas de la decencia, de los tratados internacionales y de la moral humana, quiera y necesite, se encuentra con que Rusia es el principal productor de varios de los elementos necesarios para la economía de guerra. Pensaban que un régimen decadente venido a menos (creyeron que con la extinción de la URSS, Rusia estaba acabada) acabaría doblegado en un par de meses, destrozado y dividido en partes en las que poner pequeños mafiosos que les sirvieran en bandeja lo que necesitasen. Y ha resultado que no sólo no le han hecho daño al régimen de Putin, sino que le han llevado a ser el país que más ha crecido económicamente. Y que además, les está dando en la línea de flotación del imperio: el Dólar. Una moneda de escaso valor que se imprime con más facilidad que el papel higiénico y que, de dejar de ser el valor de referencia en el intercambio de mercaderías como el petróleo, llevará a USA hacia la ruina total como potencia y probablemente como país único.

Así han llegado los BRICS, una asociación, grupo y foro político y económico de países emergentes, que en 2010 se constituyeron en un espacio internacional alternativo al G7. A los iniciales de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, se les han ido añadiendo otros hasta llegar en 2024 a los 36 países cuya principal misión es el uso de monedas locales, y no el Dólar como moneda de pago de los intercambios de mercancías. Esto puede ser el estoque final para un imperio que ha demostrado mucho interés en propiciar golpes de estado y guerras en todo el mundo pero, como buen matón de patio de colegio, ha salido con el rabo entre las piernas en todas las que ha participado directamente. Por eso, como ocurrió en la II Guerra Mundial, siempre ha preferido alejar los frentes de su país y dejar que sean los demás los que se destruyan para luego participar activamente en la reconstrucción y hacer lo único que saben: ganar dinero a base de la explotación.

Debemos estar alerta, tanto por los tambores de una guerra que ni nos conviene, ni tenemos nada que ganar y mucho que perder, como por los fuegos amigos, los atentados terroristas de falsa bandera. Porque USA está muerta, pero su fin no va a ser incruento.

Y ya saben que hay que apagar la TV. Sobre todo los canales de los más mierda. Esos que hacen que te importe más la enfermedad de una persona de la familia real inglesa a la que ni conoces, a que tus hijos puedan acabar empuñando un fusil y con una muerte segura en el frente ruso o a que un misil nos mande a todos al otro barrio.

Soló nos queda el feminismo, la ecología, que el decrecimiento obligado acabe con la desigualdad y que nadie toque el botón rojo. Aunque tal y como vamos con el medioambiente nos encaminamos directamente hacia la extinción.

Salud, república y más escuelas.

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