Vivimos en un mundo donde son pocos los que quedan exentos de los desastres de la economía. Los pobres cada día más pobres, los ricos cada día más ricos pero, escasos.

De poco sirve ser un gran profesional, pocos pueden ejercer sus conocimientos. Los sueldos son bajos, de vergüenza, sobre todo para los jóvenes que no pueden permitirse la emancipación, tal vez buscan en países lejanos aplicar sus conocimientos.

No hablemos de lo que cobramos los jubilados tras cotizar toda la vida a la SS, confiando que nuestra vejez sería digna, sin privaciones. Estamos super controlados, sin posibilidad de ayudarte con algún trabajillo so pena de que te quiten tu “renta” de viejo.

Tengo una vivencia que, si no la hubiese vivido, difícilmente consideraría veraz. Una buena amiga artista, me propuso de participar en un rodaje que preparaba un amigo suyo. Se trataba de pasar un día entero, desde las 8 de la mañana hasta las 8 de la noche participando de cómplice en algunas secuencias del film. Necesitaban “extras” y, como saben que me interesa conocer el comportamiento en determinadas situaciones y también las relaciones humanas, me invitaron. Me dijeron que, además de bocadillos, nos darían creo que 12 euros. Me pidieron mi Tarjeta Sanitaria por si algo sucedía a lo largo de aquella jornada, realmente especial para mí. Conocer los entresijos de un rodaje, las múltiples repeticiones porqué algo no salía cual deseaban, el comportamiento de los actores y los extras, las peleas para intentar salir en primera línea…Amoríos, peleas, discusiones.

Me ingresaron en mi cuenta lo establecido y, pocos días después, me llegó una misiva-certificada de Hacienda en la que me amenazaban por haber trabajado sin previo aviso ni permiso. Que aquella osadía podía suponer quedarme sin pensión. Consulté a un abogado, me dijo que sí, podían hacerlo pero, que aguardase.

No pasó del aviso. Guardo la misiva… Si se hubiese tratado de miles de euros…

Hoy sigo con las dificultades a las que casi todos estamos sometidos, sumadas a las que es preciso añadir las de quienes tenemos cerca: hijos, nietos. No podemos permanecer ajenos, abandonarles en su laberinto.

Sobre todo porque, algunos nos sentimos culpables por haberles instigado, en algún momento, en disponer de casa propia. Grave error…

Así nos educaron a la gente de mi edad: lo primero, es trabajar para tener tu vivienda decían nuestros mayores. No es lógico, aseguraban, que trabajando y ganando lo que ganas, no puedas disfrutar de “tu propia casa”. 

Pero, ¿Qué pasó?

Hubo un boom en el ramo de la construcción. Muchas viviendas y apartamentos de todas las categorías.

Para muchos serían las primeras, las viviendas de a diario. Para otros, más pudientes tal vez las segundas y, las terceras, para quienes tenían mayor capacidad económica: en la ciudad, en la playa, en la montaña.

Los sueldos de casi cualquier profesión permitían disponer de unos ahorros que, los “mayores”, aconsejábamos se dedicaran para disponer de un hogar propio.

Se compraron con créditos a largo plazo. Nadie leyó la letra pequeña que, colocada en un rincón del Documento era desconocida. Cuando la vivienda era doble, si tu vecino no paga sus cuotas, el embargo y la propiedad de las casas revierten al banco, la tuya inclusive ya que forman parte de un todo. Vergonzante.

Así estamos algunos, viviendo acres situaciones que, el Gobierno, nunca debió autorizar. Lean las ganancias de las entidades bancarias.

¿Vendrán tiempos mejores? Cuesta imaginar el futuro que les espera a nuestros descendientes. Dudo de que sea positivo para todos.

 

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