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“La culpa del otro”

Resistencia XII

Antonio Periánez Orihuela
Antonio Periánez Orihuela
Maestro de Primera Enseñanza. Licenciado en Filosofía y Letras (Historia del Arte) Doctor en Comunicación Audiovisual. Tesis: La Imagen de Andalucía en el Cine Español (1940-1960) Diplomado por la Universidad de Valladolid. Historia y Estética Cinematográfica. Colaborador varios años del Periódico Comarcal, "El Condado".
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análisis

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El titulo corresponde a una película de Ignacio F. Iquino de 1942, ya lo sé, pero venía bien para la ocasión y no me lo he pensado dos veces. Al grano. Entiendo que el problema que planteo no es sólo una cuestión de niños malos culpando al compañero cuando rompen el cristal de una ventana del colegio, ni del hermano mayor que atribuye al pequeño, que no se sabe defender, el desorden del dormitorio, ni de otros muchos ejemplos, incluidos a los pillados con las manos en la masa.

Es algo que se fragua en los cimientos de nuestra cultura social y corresponde con la mirada sobre nuestros semejantes desde hace tiempo. Nos empeñamos en desprendernos de nuestra responsabilidad, por miedo, por creernos superiores o porque la propia vida nos empuja a mentir para salvarnos. Para ello, lo primero y fundamental que asumimos sobre el problema es que “la conciencia es (…) un producto social”, porque los seres humanos sólo pueden entenderse dentro de la comunidad, es su originaria forma de vivir. Robinsón Crusoe sólo es una buena humorada literaria, aunque tiene un posible origen real, pero el personaje ya arrastraba su propia conciencia que tuvo que redescubrir en la soledad de la isla.

La culpa, para Carlos Castilla del Pino es un sentimiento que supone una transgresión moral, pero en ello hay que tener presente al sujeto culpable y la realidad que vive. Lo trágico viene cuando los actos humanos se contemplan bajo el cuidado de la religión y del mito, entonces los actos humanos se convierten en valores negativos como culpa y pecado. La función de la culpa es reintegrar al sujeto en el grupo social con el que se identifica, pero aquí veo una cuestión interesante cuando el sentimiento de culpa se relaciona con la práctica política en determinados grupos sociales.

En nuestro país y teniendo en cuenta la floreciente caterva de la derecha con la que cuenta la política española actual, el sentimiento de culpa no sólo es rechazado por la mayoría de estos grupos, sino que lo proyectan sobre el taimado adversario añadiéndole comportamientos inventados, a veces, desde una intención de ofendidos. Puede que su beligerante actitud obedezca, más bien, a la posición de clase que muchos de ellos han venido gozando y que se identifica con aquella clase dominante que detentó el poder a través de nuestra historia, para nuestra desgracia como pueblo. No olvidemos que para ciertos componentes de esta lustrosa ralea, la política es un lujoso divertimento cuyo fin no es otro que servir de muro de contención ante una posible invasión de los desheredados. Sobre todo, cuando esos dominados van adquiriendo unos valores nuevos que trasciende lo establecido por la fiereza de su enemigo de origen, el capital. Precisamos, también, la propia ideología conservadora y las necesidades o ansias de poder que algunos precisan para sentirse realizados, cueste lo que cueste.

Si tenemos en cuenta que la culpa es un sentimiento humano complejo, más interesante resulta entender esa misma complejidad en grupos humanos que alientan sus vidas en la certidumbre de que son los elegidos para detentar el poder, de tal modo, que si no lo tienen es porque les ha sido arrebatado de forma fraudulenta e ilegítima y nunca reconocerán las posibilidades de sus adversarios para quitárselo. Recordarán los insultos de la derecha y ultra hacia Pedro Sánchez cuando fue investido Presidente, la mayoría iban en esa dirección, la ilegitimidad de su cargo.

Luego vendrían los argumentos sobre EH Bildu, Ezquerra y cosas parecidas, entre independentismo y lucha de clases. La derecha siente el complejo de casta por haber perdido el poder en estas condiciones, antes, al menos el PSOE, era un adversario tradicional con muchas cosas en común, pero la chusma proletaria actual, los saca de quicio. El poder debe ser para los que saben detentarlo, no es posible escuchar a una Ministra portavoz con un precioso acento andaluz y que además diga: volcao, arreglao, y pensao, ¡hasta dónde se ha degradado la lengua del Imperio español! Y la insoportable Ministra de Igualdad recordando a cada paso su origen humilde y sus estudios en una Universidad madrileña, ¿entonces para qué sirve estudiar en Oxford? O la Ministra de Trabajo que, además de gallega a secas, se apellida Díaz Pérez nada menos y nada más, por ser militante de IU y del partido Comunista, ¿Y los títulos nobiliarios para qué sirven? La situación actual es una contradicción de un sistema que está pensado para un “turnismo” con lazo de terciopelo.

El poder político vino destinado, por el altísimo, para los cuellos de cisne y hombros capaces de lucir un manto de armiño, es lógico que la derecha española esté sumida en un sentimiento de frustración, y que tenga un complejo de culpa que proyectan sobre los que le arrebatan sus privilegios ancestrales. Así, mientras tanto lo recobran, seguirán a galope tendido, escopeta y relincho, derrochando su amor a la España de la Reconquista y de la Inquisición, eso es, construyendo el camino a la derecha.

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