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La democracia desnuda a Feijóo

El candidato del PP a la Presidencia del Gobierno se da por derrotado desde el primer minuto y desglosa un discurso sin propuestas novedosas y de enmienda a la totalidad al líder socialista, que aún no es candidato, basado únicamente en desacreditar una posible amnistía aún ni siquiera esbozada

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Nunca un candidato a presidir este país deambuló tantos días y tantas noches, casi una cuarentena desde finales del pasado agosto, para orillar finalmente en la casa de la democracia, de la que emana la soberanía nacional, exhausto y prácticamente sin fuerzas, renqueaste y obsesionado con el cansino latiguillo del “España se rompe” como prácticamente único asidero posible. “Este debate es determinante para España y también lo es para mí personalmente”, reconoce sin ambages el candidato a la Presidencia del Gobierno en el debate de investidura de este martes 26 de septiembre, consciente de que terminará probablemente con él convertido en líder de la oposición, algo que nunca contempló cuando bajó de la apacible Galicia aupado por los poderes fácticos y sus poderosos medios de comunicación afines, en lo que se prometía un paseo triunfal por una alfombra roja que nunca existió ni de lejos y que la fuerza de la democracia le arrebató de los pies contra todo pronóstico en las elecciones generales del pasado 23 de julio para regodearse sin remisión en su impotencia de alcanzar el fin deseado.

Alberto Núñez Feijóo, tercer candidato a la investidura a la Presidencia del Gobierno en la historia de la democracia que protagoniza una cuarta investidura fallida tras la de Mariano Rajoy en 2016 y las dos de Pedro Sánchez en 2016 y 2019, quiso ser arropado por la plana mayor de su partido a todos los niveles como testigos de excepción desde la tribuna de invitados de su sonora derrota parlamentaria después de casi 40 días de captación inútil de apoyos para sacar adelante una investidura inútil desde su nacimiento.

Feijóo Investidura
Feijóo agradece brazo en alto los aplausos de los diputados del PP a su llegada al hemiciclo | Reportaje Gráfico: Agustín Millán

Feijóo ha subido por primera vez al estrado del Congreso de los Diputados igual que como comenzó el 22 de agosto, cuando el jefe del Estado lo designó candidato a la Presidencia del Gobierno. Solo, sin más compañía que la ultraderecha de Vox, esa formación política de la que reniega la amplia mayoría del parlamento por sus políticas excluyentes y tangencialmente incompetentes con los fundamentos de la propia carta magna española.

No se anduvo con ningún rodeo el candidato del PP a la hora de afrontar el armazón de su discurso, que no ha sido otro que el que ha mantenido desde la propia noche electoral del 23 de julio, cuando los españoles determinaron de forma contundente contra todo pronostico que las derechas en España se encuentran completamente solas y aisladas, con una mayoría claramente insuficiente para gobernar, e impotentes a la hora de ahormar otras posibles alianzas con fuerzas nacionalistas o regionalistas. Pese a ello, y pese a la implacable fuerza de la democracia parlamentaria, Feijóo enumeró uno por uno los mantras de la “normalidad democrática” del PP, esa misma supuesta “normalidad” que lo ha orillado este 26 de septiembre en la esquina de los noqueados sin contemplaciones por la verdadera mayoría parlamentaria que otorga el Congreso de los Diputados, única fuente de la que emana la soberanía nacional.

Esa “normalidad democrática” de la que habla el candidato a la Presidencia del Gobierno se basa en extrapolar fuera de los principios básicos de la democracia parlamentaria el hecho de ser “el partido que ganó las elecciones”, circunstancia que no hace presidente a nadie a día de hoy según la propia Constitución Española que tanto pregonan y defienden los 137 diputados del PP, partido que tiene “dieciséis escaños más que la segunda fuerza política y con mayoría en el Senado”, redundando de este modo Feijóo en una idea fallida de inicio que en ningún caso otorga la mayoría de la Cámara. “Me presenté con más apoyos (172) que ningún otro candidato ha superado a día de hoy”, excusa el candidato a la investidura la decisión del jefe del Estado para designarlo a él pese a saber ya en agosto que no iba a sumar en ningún caso la mayoría parlamentaria necesaria para gobernar.

Isabel Díaz Ayuso, contempla el firmamento durante el discurso de Feijóo | Reportaje Gráfico: Agustín Millán

Guiños cómplices y continuos a Vox

Feijóo, que no se arrugó un ápice en lanzar guiños cómplices y continuos “a la tercera fuerza política”, se apresuró rápidamente a agradecer el apoyo “responsable y generoso” de los 33 diputados ultraderechistas, los mismos respaldos que le han servido para llegar a la insustancialidad y la exclusión evidente que le otorga la amplia mayoría de fuerzas democráticas del Congreso de los Diputados. “No pretendo gobernar en soledad”, reconoce un impotente Feijóo, cuyas propuestas, en ningún caso novedosas ni llamativas por su originalidad, basadas en los conocidos seis pactos de Estado que ya ofreció al líder socialista, quedaron ensombrecidas por el tiempo prioritario que dedicó en su discurso a desacreditar una posible amnistía a los condenados por el procés catalán, un supuesto que aún ni siquiera se ha esbozado oficialmente. Tanto es así que, en muchos casos, algunas de sus afirmaciones podían confundirse perfectamente con las pronunciadas por el líder de Vox, Santiago Abascal, como por ejemplo asegurar sin tapujos que existen “imposiciones y adoctrinamientos” en los colegios educativos de España.

“Este debate es determinante para España y también lo es para mí personalmente”, reconoce sin ambages Feijóo, consciente de que terminará convertido en líder de la oposición, algo que nunca contempló

En la recta final de su discurso sentenció de forma reiterada: “Soy un presidente de fiar”. Una afirmación que le sirvió para volver a cargar contra un posible pacto del PSOE con Sumar y los partidos nacionalistas e independentistas vascos y catalanes. “Han reducido casi su razón de ser a la cuestión identitaria”, recriminó directamente a la bancada de Junts, a cuyos diputados preguntó si habían sido elegidos para respaldar las políticas de Podemos, entre enfervorizados aplausos de los diputados del PP.

También quiso cerrar su discurso, de una hora y 50 minutos de duración, con un canto al espíritu de la Transición dirigido casi exclusivamente al líder socialista. “Vengo a reivindicarla y a exigir su vigencia, es lo mejor que hemos hecho, porque la hicimos juntos”. El 31 de octubre de 1978, el pleno del Congreso de los Diputados aprobó el dictamen de la Carta Magna por 325 votos a favor, seis en contra y 14 abstenciones. Alianza Popular se dividió en tres: de sus 16 diputados, ocho votaron a favor, cinco en contra y tres se abstuvieron.

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