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La distorsión de “matar al padre”

Santiago Aparicio
Santiago Aparicio
Doctor en Ciencias Políticas y Sociología. Contador de realidades. Guitarrista de rock en mis tiempos libres. Y cazador de doxósofos.
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análisis

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En la prensa española (también en algún artículo europeo y estadounidense) se suele hablar del concepto freudiano de “matar al padre”. Ese símbolo psicológico mediante el cual el hijo, principalmente, se rebela contra el progenitor para superar su infancia/adolescencia. Realmente lo dicho anteriormente es una interpretación muy suya de lo que dijo Sigmund Freud en Tótem y tabú (Alianza Editorial). En otros casos se asemeja a la simple muerte del padre para instaurar cualquier otra cosa. Algo que no es freudiano en sí. En general queda bien utilizar lo freudiano (o lo lacaniano, como veremos) para aparentar. Bien se sabe que la apariencia es importante en este tiempo de todólogos.

Realmente el proceso de matar al padre, tal y como lo expresó en la citada obra Freud, establece que son los hijos quienes acaban con el padre y comienzan un proceso, aquí está lo interesante, donde se totemiza su figura y donde se establecen ciertos tabúes. Para que no quede constancia del asesinato del progenitor, los hijos o la tribu o el grupo dado, impone como tabú el hablar de ese crimen cometido. Es lo contrario a la marca de Caín bíblica, donde el asesino queda marcado así como sus descendientes, aunque sí se establece un tabú, no atentar contra la vida de aquellos. Una vez que se extiende el tabú sobre el crimen, la siguiente etapa es la totemización del muerto. Se le sacraliza y se le utiliza como símbolo para el grupo. De ahí se deriva la ley y/o la moral de ese colectivo.

Parricidio que no asesinato del padre

Nada que ver con un simple parricidio intelectual o político, que es a lo que apuntan los análisis de muchos columnistas y los que se las quieren dar de intelectuales. En el parricidio se acaba con el padre y a otra cosa mientras se justifica ese asesinato como `progreso, avance o liberación de la dictadura patriarcal. Ni existe tabú sobre ello, ni se sacraliza la figura del asesinado para fundar la ley o la moral, antigua o nueva (no lo deja claro Freud).

En España sí se produjo un caso que encaja perfectamente con el análisis freudiano. Sucedió durante el 28º Congreso del PSOE en 1979. Allí, los “marxistas” (aunque lo suyo era catalogarlos como socialistas clásicos) intentaron acabar con el padre (Felipe González) y, en cierto modo, lo consiguieron simbólicamente. Luego no supieron hacerse con el poder o no pudieron (hubo presiones de las embajadas alemana y francesa, más la siempre colaboradora estadounidense). La operación que siguieron los felipistas sí encaja con lo freudiano. Se impuso el tabú sobre la muerte (se hablaría de ella pero no se podría volver a hacer), cualquiera que lo recordase en el interior del PSOE ya era mal visto y se terminó con la totemización del dirigente. Desde entonces, como dijera Txiqui Benegas, se le concibió como dios dentro del partido. Fuera del ámbito histórico antiguo, es de esas ocasiones en las que la totemización y el tabú han funcionado.

¿Quiere esto decir que no se produce en más ocasiones ese proceso freudiano? En pocas ocasiones se ha visto porque las sociedades se han hecho más complejas y las circunstancias no han sido similares, pero sí ha habido intentos y los sigue habiendo. Estos que sigue habiendo son los que nos interesan. Todos los procesos de victimización que se producen en la actualidad vienen derivados de este intento freudiano de totemizar algo (a una minoría, a un colectivo, a cualquier imbécil que tiene poder) y generar un tabú a su alrededor. Al ser víctima ya no se puede decir lo que hace mal, el daño social o contra el bien común. Queda vetado el hablar del tabú (por ahí hay mucho de cancelación). Tampoco se puede analizar, de manera racional, nada sobre esos tótems generados y que reflejan a supuestas víctimas.

Falsa victimización y totemización

Este artículo surge de la lectura de varios artículos recientes y de ciertas acciones políticas, pero principalmente de uno publicado por el estimado Enrique García Máiquez el lunes pasado (Entrelíneas y al margen). En él habla de un posible parricidio respecto al cristianismo pero se le escapa que la verdadera totemización y el tabú se sitúan en ese grupo que provoca el anatema contra el abad Mathieu Raffray. En Francia al cristianismo más que matarle como padre, lo que pretenden, tan nietzscheanos ellos, es pegarle martillazos (aquí el matiz sobre el filósofo alemán, por si no lo pillan) al ataúd de algo que pensaban muerto. Que se pretenda aplicar el código penal a un cura por decir que la homosexualidad es pecado es, en sí, una salvajada enorme. Entre otras cosas porque cuando lo dicen los Imanes se callan.

Ahora bien, lo que no ha captado el bueno de Enrique, es que lo que está totemizado es el movimiento homosexual. Existe un tabú sobre ello. Por ejemplo, ya que El país también tiene una fijación nietzscheana con el cristianismo, en dicho diario publican datos y datos sobre los execrables abusos cometidos por religiosos de todo pelaje. Callan que esas mismas encuestas que manejan establecen que los homosexuales son el grupo que más pederastia contiene en su seno (ver aquí). Esto está prohibido decirlo porque existe ese tabú y mediante la totemización-victimista fijan lo que es o no ley o moral. Lo mismo sucede con los trans. Hay que aceptar que alguien con barba, pene y sus correspondientes dídimos, sea mujer de todas todas y no decir que es algún tipo de ginefilia. De hecho J. K Rowling está siendo perseguida por defender lo que es una mujer en Gran Bretaña.

Lo mismo sucede con otros grupos que se catalogan como víctimas. No se puede decir que han cometido una violación grupal, que han robado, que han quemado a su esposa porque es tabú. De hecho las “otras” religiones pueden decir lo que sea, no vaya a ser que se sientan mal, mientras que el cristianismo debe ser acallado. Entre otras cuestiones para imponer una moral flexible que agrade al poder en cada momento (en esto están los hunos y los hotros). En todos los casos hay padres que mueren, sean intelectuales o no.

Políticos y pseudointelectuales

En el mundo intelectual es paradójico el uso y abuso de ciertos padres del pensamiento para justificar las distintas mezquindades de cada uno. El caso de Karl Marx es un perfecto ejemplo de cómo la supuesta izquierda le recuerda, sin llevar a cabo la praxis, para diferenciarse en ese juego de apariencias. O de fantasmas, por citar a otro psicoanalista con bastante predicamento como Jacques Lacan. En otros lados John Stuart Mill, Raymond Aron o G. K. Chesterton también son prostituidos mediante su entierro (que en este caso es decir lo que quiere uno decir pero señalando que lo dijo aquel para tener algo de autoridad totémica).

Nos engañan como quieren en muchas ocasiones. Tanto como para hacer caer en ciertas trampas a intelectuales íntegros. Ni se matan padres, ni nada por el estilo en nuestros tiempos (sí existen parricidios pero eso son crímenes de tipo penal), pero sí hay mucho intento de establecer tótems y tabúes por todos lados. La clase política es un buen ejemplo de ese intento de totemización. Se hacen las víctimas, a un lado u otro, no para dar pena, que también, sino para establecer el tabú sobre su persona (y familiares y amigos, guiño, guiño) y poder establecer leyes que les resulten, digamos, favorables a sus intereses (que suelen ser compartidos). Una vez más, intenten pensar por ustedes mismos con las armas que se van adquiriendo poco a poco.

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