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La emergente escuela revisionista española

Tras la promulgación de la Ley de Memoria Histórica de Zapatero surgió una corriente negacionista que ensalza el franquismo

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análisis

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Hasta mediados de los noventa, en España había regido un pacto de silencio entre los dos principales partidos que bajo la excusa de la reconciliación y el consenso ocultaron buena parte de la verdad de nuestro pasado más inmediato. Las cifras oficiales del Ministerio de Justicia, sin embargo, contradecían la versión de que las heridas habían sanado y cicatrizado. Las 2.567 fosas comunes con sus 114.000 cadáveres diseminados por toda España (uno de los países con más desaparecidos del mundo), seguían estando ahí pese al manto de silencio, de modo que empezó a surgir un fuerte movimiento por la recuperación de la memoria histórica, personas a título individual, asociaciones y grupos que se crearon para saber dónde estaban los fusilados y represaliados, rescatar sus restos y darles una sepultura digna, la que el franquismo les negó durante más de cuarenta años. En 2007, Zapatero quiso ir más allá con una Ley de Memoria Histórica para otorgar un reconocimiento jurídico y moral a todas las víctimas de la Guerra Civil y la dictadura, y de paso acabar con la exaltación de símbolos franquistas. No se trataba de avivar la llama del odio y del rencor, como denuncia torticeramente la derecha, sino de recomponer el puzle incompleto de nuestra historia, de poner cara, nombres y apellidos a las personas asesinadas, de sacarlas del olvido y el injusto anonimato y de devolverles la biografía, el recuerdo y la dignidad.

Contraofensiva revisionista

De inmediato, y como reacción visceral, el movimiento revisionista histórico, surgido años antes en círculos de intelectuales, escritores, políticos y periodistas de la extrema derecha, mostró su frontal oposición a una ley que no hacía otra cosa que intentar indagar en la verdad de lo que ocurrió entre 1939 y 1975. Los conjurados en la nueva cruzada denunciaron que Zapatero había roto el pacto de la Transición (falso, el sistema de restauración borbónica sigue funcionando como siempre) y pasaron al contraataque. Se organizaron tertulias y coloquios en ateneos, foros, radios y televisiones; se pusieron a escribir febrilmente y a publicar libros, muchos de ellos disparatados; y alimentaron una nueva fuerza ultra que algo más tarde, en 2013, cristalizaría en forma de partido político: Vox. Fue una reacción visceral, neurótica, desproporcionada, sin mayor sentido que el de aprovechar un resquicio para resucitar el franquismo, que había sido claramente derrotado con la muerte del dictador y la llegada de la democracia. El Mundo, Libertad Digital, ABC, La Razón, COPE y Trece TV, entre otros muchos medios,dieron cancha a las nuevas teorías de personajes como Pío Moa, César Vidal, Hermann Tertsch, Federico Jiménez Losantos y Fernando Sánchez Dragó, recientemente fallecido. Todos ellos pusieron sus plumas y sus micrófonos al servicio del revisionismo histórico revanchista y en contra del Gobierno del PSOE.

Antecedentes franquistas

Ya en los años sesenta, en plena dictadura, los ideólogos del franquismo dejaron un impagable legado que posteriormente sería recuperado por los revisionistas de hoy. Es el caso del político, diplomático y ensayista Gonzalo Fernández de la Mora. Gurú de la tecnocracia en España, partidario de la línea dura inmovilista del régimen y ministro de Obras Públicas entre 1970 y 1974, son famosas sus “hagiografías” a mayor gloria de Franco. Autor de El crepúsculo de las ideologías (1965), fue uno de los padres de Alianza Popular, aunque posteriormente renegó del partido al entender que la Constitución había ido demasiado lejos. En 1983 fundó la revista Razón Española, donde colaboraron conocidas firmas reaccionarias. La semilla del revisionismo había sido plantada con éxito.

Años más tarde, el historiador gijonés Luis Suárez Fernández aportó su granito de arena a la causa ya en la Transición. Procurador en Cortes del régimen, director general de Universidades y miembro del Opus Dei, tras la muerte del general tuvo la habilidad de convencer a su familia para que guardara los documentos relacionados con su vida privada y pública en un archivo hoy propiedad de la Fundación Franco. El académico se aprovechó de esa circunstancia para tener acceso al depósito, casi en exclusiva (lo que provocó la protesta airada de otros compañeros de profesión). Todo ese preciado material germinó en su libro Francisco Franco y su tiempo, de gran influencia posterior en los escritores ultranacionalistas. En su obra, Suárez considera que el franquismo fue un caudillaje y no una dictadura salvo en sus inicios. Empezaba así el blanqueamiento del régimen fascista para cautivar a las nuevas generaciones ya en democracia. Presidente de la Hermandad del Valle de los Caídos, a Suárez Fernández se le atribuye una frase que dice mucho sobre la España de hoy: “Estamos viviendo en un mundo en el que la mayoría tiene razón, bueno, pues si conseguimos que la mayoría vote que ahora es de noche, pues es de noche. Es un absurdo, claro. Nunca la mayoría ha tenido razón”.

Prestigiosos hispanistas contra Pío Moa

Historiadores como el profesor gijonés abrieron el camino que otros continuaron a finales del siglo pasado. A Pío Moa, autor de algunos superventas del momento, se le considera el gran gurú del revisionismo actual. Comunista en sus años mozos, el escritor gallego ha evolucionado hacia la extrema derecha hasta ensalzar la figura de Franco, que para él “debe recibir la gratitud y el reconocimiento de la mayoría de españoles”. Según Moa, el gran culpable de la Guerra Civil fue el PSOE mientras que el Caudillo permaneció fiel a la República. Su obra –formada entre otros títulos por Los orígenes de la Guerra Civil española, Los personajes de la República vistos por ellos mismos y El derrumbe de la II República y la Guerra Civil–, ha sido criticada por prestigiosos historiadores como Javier Tusell y Paul Preston (este último le acusa de recuperar los “lugares comunes de una literatura franquista que surgió para descalificar a la República”). A su vez, el hispanista Benoit Pellistrandi ha dicho de Moa que “es un falsificador de la guerra de España” y que hace “una lectura revisionista, en el sentido más negativo del término” de nuestro episodio bélico. Y Alberto Reig Tapia, de la Universidad Rovira i Virgili, lo considera un mero “fenómeno mediático”, alguien que no hace historiografía, sino “historietografía”. “Es una auténtica pérdida de tiempo abordar científicamente lo que por sí mismo se sitúa al margen de la historia”, se lamenta Reig.

Enrique Moradiellos, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Extremadura, ha enumerado los principales fallos del método Moa: falta de espíritu crítico a la hora de asumir las tesis de la propaganda franquista; radicalización maniquea (los nacionales eran los buenos, los rojos los malos); carencia de rigor en las pruebas que aporta para sostener sus ideas; parcialidad intencionada; y rechazo de las obras de los grandes historiadores por simple antipatía político-ideológica. En general, en los medios académicos a Moa se le ve como un propagandista con alergia a la memoria democrática que recupera los peores tópicos de los historiadores franquistas. Como anécdota curiosa, en agosto de 2022 un centenar de intelectuales franceses publicaron una carta abierta en Le Figaro quejándose por el crédito que el rotativo francés había dado a Moa y negando que el controvertido escritor español sea en realidad un historiador, ya que carece de la metodología y ética necesarias, y no pasaría de la categoría de “polemista obsceno”.

César Vidal es otro gran ariete de la nueva moda ultra revisionista. Madrileño de 65 años, católico pasado por el filtro de los testigos de Jehová, dedicó buena parte de su vida a la abogacía, hasta que en 2004 ficha por la COPE (la radio de los obispos siempre dispuestos a sufragar a todo aquel dispuesto a hacerle la guerra a la izquierda) de la mano del locutor Jiménez Losantos. Es en esa antena reaccionaria donde encuentra el altavoz ideal para sus ideas y el filón del best seller histórico (dos años más tarde ya publicaba un libro cada 16 días). Ha llevado a las librerías Mentiras de la Historia… de uso común, Momentos cumbre de la Historia que cambiaron su curso y Mitos y falacias de la Historia de España, entre otras obras. En algunos momentos también aborda públicamente temas polémicos o controvertidos como el ocultismo, los ovnis, la masonería, las vacunas, los orígenes ideológicos del nazismo y las teorías conspirativas. Afincado en Miami (estaba seguro de que alguien preparaba un inminente atentado contra él), se considera un exiliado en Estados Unidos.

Los revisionistas acusan al PSOE de querer volver al guerracivilismo, cuando la Ley de Memoria no va contra nadie, ya que autoriza a todos los españoles, de uno y otro bando, a recuperar, si lo desean, los restos de sus antepasados y seres queridos asesinados durante la contienda. Desde sus editoriales y tribunas han lanzado furibundas campañas de desprestigio contra el partido socialista, al que han colgado el cartel de “traidor” a España. Algunos de ellos, en su delirio, han llegado a involucrarse personalmente en proyectos como la Fundación Franco, creada para perpetuar la memoria del tirano.

 “Los Moas” –así se ha denominado con cierto sarcasmo a esta brigadilla de revisionistas respaldada por el PP más radical y la FAES (el laboratorio de ideas de Aznar)–, llevan años propagando bulos históricos (e histéricos) de todo tipo, como que la República fue proclamada ilegítimamente y que desde el principio promovió el anarquismo, el bolchevismo y la violencia anticlerical; que fue la izquierda, y no Franco, la que dio un golpe de Estado en 1934; que la victoria del Frente Popular en las elecciones de 1936 fue un pucherazo; que solo un hombre fuerte, militar por supuesto, podía devolver el orden al país; que la represión de la dictadura no fue tan cruel como se ha dicho (las cifras hablan de más de 140.000 desaparecidos); que los campos de concentración jamás existieron; que las cárceles nunca estuvieron repletas de republicanos; y que, en definitiva, el franquismo, con sus cuarenta años de falta de libertades, fue un régimen de paz y prosperidad, argumentos más o menos rocambolescos que la historiografía moderna seria considera burdas manipulaciones sin fundamento.

Recuperar el ideario franquista

En general, ha triunfado la idea de que la República, polarizada en dos bandos irreconciliables, cayó en manos de unos malvados y violentos proletarios, anarquistas y comunistas empeñados en imponer un régimen soviético frente al que solo cabía una solución: el alzamiento o golpe de timón. El problema de esta tesis es que la República no fue un bando, sino un Gobierno democrático y legalmente constituido. En realidad, desde el mismo momento en que nació, los monárquicos, los estamentos más reaccionarios de la Iglesia y los partidos de derechas comenzaron a conspirar para derrocarla. El hispanista Hugh Thomas, en su obra fundamental La Guerra Civil Española (esta sí una fuente imprescindible de obligada consulta), cuenta cómo el domingo 10 de mayo de 1931, ni un mes después de la proclamación de la República y tras la publicación de una incendiaria pastoral del cardenal Segura, un grupo de oficiales y aristócratas se reunió en un piso de la calle Alcalá de Madrid para fundar el Club Monárquico Independiente, cuyo objetivo último era restaurar la dinastía borbónica en España. En un momento del complot, los conjurados colocaron un gramófono junto a la ventana y pusieron la Marcha Real a todo volumen, lo cual desembocó en una serie de graves disturbios y altercados, entre ellos el incendio en la sede del periódico ABC y de la iglesia de los jesuitas en la calle de la Flor. “La luna de miel de la República había terminado”, concluye el gran historiador británico. Por encima de todo, la gran verdad de aquel tiempo es que las élites políticas, financieras y militares conspiraron e hicieron todo lo posible por destruir la libertad, a la que le tienen alergia desde los tiempos de Viriato.

Por supuesto, el objetivo de los revisionistas históricos no consiste solo en servir de poderosa lanza para derribar al Gobierno Sánchez, que como buenos reaccionarios consideran ilegítimo, sino recuperar el ideario franquista e introducirlo en el Parlamento, como así ha ocurrido con los 52 diputados que Vox cosechó en las últimas elecciones generales. Títulos como Los orígenes de la Guerra Civil, de Pío Moa, y 1936, fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular, de Manuel Álvarez y Roberto Villa, se han convertido en auténticos referentes para un público concreto, el radicalizado de derechas, totalmente entregado a la especulación y nada desdeñable en número. Aznar dio una publicidad impagable a la nueva moda revisionista cuando citó una obra del propio Moa entre sus libros de cabecera para el verano. Hoy, estas ideas han calado en todos los estamentos del poder, en las instituciones, entre los funcionarios de la Administración, en la judicatura, en el empresariado, en las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado y en la sociedad civil. El lavado de cerebro ha sido permanente, constante y eficaz.

La conquista de América

Pero los revisionistas no solo se centran en reescribir la Guerra Civil española, su gran fetiche en el intento de adoctrinar a las masas en la ideología neofranquista. Cualquier tema que tenga que ver con la fundación de la nación y sus esencias, con los principios patrióticos que dicen defender, es bueno para lanzar un polémico ensayo con amplia repercusión política. La conquista de América y la grandeza de aquel viejo imperio español que ya no volverá, por ejemplo. Esta cruzada de los revisionistas en defensa de un supuesto pasado glorioso se produce justo cuando en países latinoamericanos como México, Colombia, Chile o Argentina, y también en Estados Unidos, se impone una visión crítica sobre lo que fue la españolización. La figura de Cristóbal Colón nunca estuvo tan denostada como hoy, en todas partes se organizan cursos sobre el holocausto de los pueblos precolombinos y líderes políticos como el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, insisten con reiteración en que España debe pedir perdón por los crímenes cometidos durante la conquista. Esa visión antiespañola (sin duda exagerada, la lógica dice que la llegada de los españoles a tierras americanas, hace 500 años, no puede juzgarse a la luz del mundo de hoy), provoca la reacción airada de la derecha política y mediática a este lado del Atlántico.

Entre los que han enarbolado la bandera contra la interpretación izquierdista “negrolegendaria” (así la llaman despectiva y peyorativamente los líderes de Vox) se encuentra, cómo no, José María Aznar. El expresidente del Gobierno, haciendo gala de su sorna habitual, recordó que tanto el nombre como los apellidos de López Obrador tienen orígenes castellanos y niega que España tenga la obligación de pedir perdón por nada. En realidad, una vez más no estamos únicamente ante una cuestión científica –resuelta por los historiadores a través de múltiples trabajos y estudios en los que se concluye que la conquista imperial española tuvo sus sombras en forma de guerras, destrucción, exterminio de pueblos, abusos contra la población autóctona, evangelización católica a sangre y fuego y saqueo del oro y materias primas–, sino sobre todo política. Una batalla entre la derecha, empeñada en negar las atrocidades que los españoles cometieron en las Indias a partir de 1492, y la izquierda, partidaria de mortificarse y fustigarse hasta el punto de querer acabar con algunas tradiciones como la Fiesta Nacional del 12 de octubre, llamada “de la Hispanidad” pero que para algunos no fue más que el inicio del genocidio indígena. Cada año, cuando llegan esas fechas festivas, se abre un agrio debate entre quienes se muestran orgullosos del descubrimiento y quienes creen que “no hay nada que celebrar”. La espinosa cuestión ha enrarecido las relaciones de España con países como México, sobre todo después de que su presidente enviara una carta al rey Felipe VI pidiéndole que se disculpara por los agravios pasados, una misiva que, según el mandatario mexicano, el monarca español no tuvo la “atención” de contestarle.

El sentimiento antiespañol se propaga no solo por Latinoamérica, sino por Estados Unidos. Tras el asesinato del afroamericano George Floyd a manos de unos policías racistas, movimientos por los derechos cívicos como el Black Lives Matter se lanzaron a destruir monumentos en homenaje al bloque confederado (partidario de la esclavitud durante la guerra de secesión norteamericana), una reacción antirracista que también han pagado las esculturas de los conquistadores españoles, algunas de las cuales han amanecido derribadas y decapitadas. ¿Qué ha ocurrido en un país donde hasta ese momento Colón era el personaje con más estatuas en su honor (149), solo por detrás de Abraham Lincoln y George Washington? Indudablemente, se ha terminado imponiendo la leyenda negra de España como imperio opresor, otra forma de revisionismo.

Contra la interpretación anticolonialista han reaccionado “los Moas”, esos escritores y periodistas ultraconservadores siempre dispuestos a limpiar el honor mancillado de la patria. Nunca antes se habían escrito tantos libros, de ensayo y de ficción, para recuperar la supuesta grandeza de aquel imperio que acabó cayendo estrepitosamente y reducido a la nada por la propia corrupción e incompetencia de una dinastía, la borbónica, que terminó por arrastrar al país a la bancarrota. A su vez, en los programas de radio y televisión de la caverna se fomenta la visión imperial-nacionalista (algo infantilizada, por cierto) y no faltan supuestos expertos que aseguran que los daños contra los pueblos nativos durante la invasión fueron mínimos, ya que los indios nos vieron como dioses libertadores.

Para Vox, la conquista de México fue, ante todo, una hazaña bélica y política llevada a cabo por un millar de españoles heroicos que se enfrentaron a miles de guerreros del imperio mexica y que no se entiende “sin el genio militar de Hernán Cortés”. La versión del partido de Abascal, simplista y maniquea, en la línea del pensamiento político de su líder, no deja de resultar sonrojante y más propia de un cómic juvenil que de gente adulta que trata de llegar a la verdad: “La realidad es que el imperio español sacó a los pueblos precolombinos de la antropofagia, la esclavitud, los sacrificios humanos y la prehistoria tecnológica (no conocían ni la rueda, ni la escritura, ni los animales de carga: el transporte de mercancías se hacía a espaldas humanas)”. De la liquidación de tribus enteras, de la muerte violenta de miles de indígenas y de la devastación y expolio de ciudades que eran florecientes hasta la llegada del ambicioso hombre blanco, Vox no suele decir nada. Por algo en ese partido son elitistas, pro coloniales y, claro está, profundamente revisionistas.

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5 COMENTARIOS

  1. Reconozco que no me he leído todo el artículo, pero me consta que hay por lo menos un error:

    A mi no me cae bien César Vidal, pero eso que escriben Uds en negrita de que es católico me consta que no es cierto, a no ser que recientemente se halla convertido al catolicismo. Ese hombre es un protestante de pro que nunca ha ocultado que detesta al catolicismo. Ha llegado a a afirmar que «ninguno de los voluntarios de Cáritas hace su labor por puro amor al prójimo»

  2. Lo he mirado por internet y en ningún sitio dicen que se halla convertido al catolicismo. Es más, es totalmente anticatólico.

  3. A lo mejor es que Uds no se explican bien. En ninguna parte del texto dicen Uds explicitamente que Cesar Vidal hable contra la Leyenda Negra Antiespañola. Le incluyen como un revisionista sin decir exactamente que es lo que revisa, aunque es un fallo eso de decir que sea católico.

    Pero he buscado por internet sobre Cesar Vidal y según este enlace de 2023, que muestra un texto fechado en 2018, dice que la revisión de la Leyenda Negra Antihispánica es algo que está siendo dirigido desde el Vaticano (según él) y nos da su opinión.
    https://protestantedigital.com/espana/45623/El_revisionismo_de_la_Leyenda_negra_lo_orquesta_el_Vaticano

    He buscado también por internet si César Vidal habría cambiado de opinión y ahora pide que se revise la Leyenda Negra, pero no he encontrado nada.

  4. La conquista de Méjico por Hernán Cortés destruyo la cultura «mexica» y sus tradiciones religiosas y gastronómicas. En lo religioso se prohibieron los sacrificios humanos a los dioses, y en lo gastronómico la parrilladas de «tlaxcalteca» a la que eran tan aficionados los mexicas.

    La sustitución de la religión local con sus sacrificios humanos, por el cristianismo y la sustitución de la `parrillada» de «tlaxcalteca» (documentada por Bernal Díaz del Castillo) por la paella valenciana supuso una agresión sin nombre a las tradiciones locales.

    Hay que decir que los «tlaxcalteca» nunca vieron con buenos ojos esa costumbre de sus vecinos «mexicas» y es probable que esa fuera la causa de que se unieran a los españoles para combatirlos. Según algunas fuentes más de 50.000 tlaxcalteca combatieron junto a Cortés para derrotar a los «mexicas».

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