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La ética en la producción de conocimiento y la deshumanización de la academia

Ángeles Castaño y Elodia Hernández
Ángeles Castaño y Elodia Hernández
Profesoras de la Universidad de Sevilla y de la Pablo Olavide, impulsoras de la Red Ibérica de las Epistemologías del Sur
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análisis

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Desde mediados de abril en redes sociales han aparecido acusaciones de abusos sexuales por parte del profesor Boaventura de Sousa Santos, sociólogo e intelectual de ciencias sociales de reconocido prestigio y fama internacionales en el campo de los estudios poscoloniales y de las epistemologías del sur. De ellas, la prensa se ha hecho eco, suspendiendo toda colaboración con el supuesto acosador, a un ritmo que parece encandilado por la mecha de una sentencia previa y que nos provoca una profunda desazón a quienes conocemos en profundidad la trayectoria científica y humana del citado profesor.

El punto de inicio de estas acusaciones es la publicación de un capítulo en un volumen dedicado a las conductas sexuales inapropiadas en la universidad en 2023, cuyo titulo traducido vendría a ser “Las paredes hablaron cuando nadie más se atrevía. Notas autoetnográficas sobre el control del poder sexual dentro de la academia de vanguardia”, en el que tres investigadoras (sus autoras  Lieselotte Viaene, Catarina Laranjeiro y Miye Nadya Tom) retratan al prestigioso CES (Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra) como una institución en la que los abusos sexuales y de poder son comunes y promovidos por su star professor y los investigadores más relevantes del  equipo.

Sin querer restarle importancia a las acusaciones tan graves que pudieran ser constitutivas de delito, ni tampoco colaborar a la merma del derecho fundamental de presunción de inocencia, nos vamos a detener  justamente en el punto originario del incendio que propaga la polémica que tantos efectos devastadores tienen para las personas implicadas y que nos preocupa especialmente como mujeres académicas y científicas que han desarrollado su trayectoria vital en la investigación y docencia universitaria en la antropología y los estudios cualitativos.

El artículo de referencia adopta la forma de un texto científico para poder ser publicado en una editorial del ramo y es por eso por lo que, desde el título, sugiere una metodología concreta: la autoetnografía, que explicaría al lector de la obra el porqué de un relato carente de datos concretos y de hechos objetivos comprobables predominando la subjetividad del investigador que desarrolla este método.

Si el relato enmarcado por las autoras en ese proceder antropológico innovador es criticado por su falta de rigor ¿se nos acusará de defender un proceder científico caduco? No caeremos en la trampa. Cualquier persona que conozca los métodos antropológicos al leer el texto, con independencia de su temática detectará una metodología mal aplicada, carente de un mínimo de seriedad y, desde luego, de honestidad científica. Es decir, el texto no cumple los requisitos de esta metodología, ni de ninguna metodología etnográfica, no puede ser reconocido como una autoetnografía más allá de la proclama de sus autoras, a pesar de los escudos de citas bibliográficas que aparecen en el texto cuya comprobación pormenorizada también muestra instrumentaciones y manipulaciones entre lo expuesto rigurosamente en esa bibliografía y lo defendido tergiversadoramente por las autoras.

Como se señala en una de las obras citadas por las autoras, la autoetnografía debe garantizar la continua reflexividad, el constante juego del investigador en su ubicación de inclusión/exclusión en el terreno, la empatía, la constante negociación entre observadores y observados, el reconocimiento de la multivocalidad, el análisis fruto de la duda… y, en definitiva, un andamiaje propio de las artes de investigación cualitativas que se basan en el continuo contraste.

En lugar de esto, leemos un relato de unas experiencias autocentradas en las memorias de las autoras, desde éstas y para éstas, más como un relato autobiográfico reconstruido por ellas con unas finalidades particulares no explícitas, que instrumentalizan las herramientas del conocimiento para denunciar a través de una autoetnografía tan sui géneris que resulta inaceptable en términos científicos.  El hábito no hace al monje. El formato de publicación no hace científico el texto (se les escapó a los sistemas de garantía de calidad científica de la publicación). Y, como resulta evidente, no supera los mínimos estándares, porque la adscripción manifiesta a una metodología no implica que sea aplicada realmente y ello es de sobras demostrable en este texto.

Como las autoras parecen conocer la literatura concerniente a la temática, tanto como para hacer un texto formalmente científico, cabe preguntarse a qué obedece esta falta de rigor intencionada y esa falta de honestidad que no consideramos propia de los ámbitos universitarios, aunque no estén totalmente ausentes. Falta de honestidad que nos crea un desasosiego porque amamos nuestro trabajo y creemos en el papel social de la universidad, y nos deja desoladas cuando además puede dar al traste de forma desalmada con personas que han dedicado su vida a construir una sociedad más justa desde la producción de conocimiento comprometido.

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