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La gran tabarra y otros espantos

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análisis

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Después de estar un mes padeciendo los ensayos de diversas bandas de cornetas y tambores allá donde vayas urge, como siempre que se ha cometido un sacrilegio, y éste sin duda lo es, y no de los pequeños, hacer varios actos de desagravio, tantos como lugares en los que se han machacado a conciencia a los sufridos tímpanos del personal con tanto y tan cansino: “!Purrún, purrún, purrúm, pum pum”. Muchos nos preguntamos para qué tanto ensayo, que parece que más que el dichoso “Purrún, purrún, purrún, pum pum” estén ensayando la Novena Sinfonía de Beethoven o La Pasión según San Mateo de Bach. Al oírles, todos nos preguntamos dónde está la complicación, dónde la dificultad, qué parte del “Purrún, purrún, purrún, pum pum” se les resiste y tienen que trabajarlo una y otra vez y sin descanso las bandas de cornetas de tambores que actúan en Semana Santa.

Muchos creemos que las interminables semanas de ensayos no obedece a la puesta a punto, a la preparación, el adiestramiento y al ensayo  de la banda, que poco hay que preparar y ensayar habida cuenta de la dificultad, finura y delicadeza de la melodía, sino a la publicidad, al anuncio de que la Semana Santa se acerca para general conocimiento de la población. Si es así, podemos entender que haya tanto y tan enojoso y pesadísimo “ensayo”. Lo que nunca entenderemos es el desprecio a la salud, no solo auditiva, y física en general, sino también mental, de los vecinos y vecinas sometidos un día y otro a semejante matraca, a tan insoportable tostón.

Seguramente, la beligerante orden de que estas bandas se echen a la calle a dar la gran tabarra al personal ha sido dada por curas jóvenes que ven en ellas un magnífico altavoz para  que los fieles sepan que el tiempo de cuaresma se acaba, y se vayan preparando para las próximas, y muy importantes, festividades de la Semana Santa. Pero habría que hacer saber a estos sin duda bienintencionados curas jóvenes, que no todos los vecinos y vecinas pertenecen a su grey, al rebaño que el señor obispo les encargó que apacentaran y llevaran por el buen camino a salvo de las asechanzas, trampas y emboscadas del maligno. Conviene recordar a estos  píos y animosos pastores de almas, que también existen, de todo hay en la viña del Señor, además de los blancos e inmaculados corderos y corderas que forman sus devotos rebaños de bien, otras cabañas ovinas y caprinas de un pelaje más áspero y erizado que tiene todas las tonalidades del gris hasta llegar al negro absoluto, que andamos razonablemente felices fuera del rebaño, y aspiramos a vivir nuestras vidas, que seguramente transitan por caminos equivocados, sin que, año tras año, nos sometan a tan despiadado, implacable, lacerante y desproporcionado castigo. 

Ninguna de estas bandas que aporrean de manera permanente, brutal e inmisericorde sus tambores y hacen sonar cada poco sus furiosas e hirientes cornetas cuyo agudo y punzante tono nos taladra los sesos,  tiene derecho a castigar de ese modo tan cruel a sus sufridos vecinos y vecinas con su invariable, monolítico y pesadísimo ritmo que después de oírlo durante horas, nos dan ganas de echarnos a la calle, más que a protestar, a clamar contra tan cruel castigo auditivo, y actuar como una turba enloquecida, “nada como una turba enloquecida para impartir justicia” dice un personaje de Los Simpsons. Un implacable castigo de tambores y bombos que  las cornetas con su agudo, histérico y apocalíptico tono, elevan hasta extremos tan insufribles que más de uno ha sentido la tentación de emular a los hermanos Izquierdo. Suerte que todavía sabemos contar hasta diez, incluso hasta cien y más, y eso nos da la suficiente paciencia para no cometer una locura.

Todo este abuso, atropello y desprecio a quienes no profesan la religión católica, y a quienes no profesan religión alguna, viene avalado por esa apostilla, esa “frase subordinada” que colaron en el artículo 16. 3 de la supuestamente modélica, ejemplar y muy avanzada Constitución Española del 1978, que establece el principio de aconfesionalidad del Estado al declarar que “Ninguna confesión tendrá carácter estatal” pero, y aquí viene cuando nos la meten doblada: “los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la iglesia católica y demás confesiones”. Por medio de este párrafo que dejaron colar en La Constitución se sigue manteniendo con la iglesia casi la misma relación que se mantuvo durante la dictadura. Por medio de este párrafo metido con calzador, la llamada Carta Magna excluye la posibilidad de un estado laico o independiente de cualquier organización o confesión religiosa. El Estado Español, según La Constitución, no puede ser indiferente ante el hecho religioso, y está obligado a cooperar con las distintas confesiones y muy en particular con la Iglesia católica. Ésta fue  la segunda de las dos grandes imposiciones por narices, por no decir otra cosa, de La Constitución. La primera vez que nos la metieron doblada, y esto no hace falta decirlo porque lo sabemos todos y todas, fue con la imposición de la Monarquía como forma de gobierno en la figura del rey heredado de la dictadura, nombrado personalmente por el dictador. Un rey que,  según la bendita Constitución gozaría de total impunidad, que estaría de por vida por encima de cualquier ley, norma, principio y regla. Y tanto privilegio, impunidad, tanta prerrogativa y tanto fuero especial a una persona, y más a esta persona, o más bien personaje, creó el monstruo que todos conocemos, un ser amoral que no tiene conciencia del bien y del mal, solo de ejercer, como ha ejercido siempre, su santa voluntad sin limitación, traba ni cortapisa alguna. Pero más que a él, que también, que, como decimos, no tiene límite, ética, moral ni responsabilidad alguna, a quien había que pedir cuentas es a los que le tapan, le esconden, amparan y protegen, es decir al PSOE, al PP y a Vox, que han votado hasta dieciséis veces en contra de la propuesta de Podemos de crear una comisión de investigación para estudiar las actividades presuntamente ilegales de este asilvestrado rey emérito de conducta “poco ejemplar” como reconocen hasta sus más fervientes defensores, a quienes habría que llamar más propiamente cómplices.

Pero dejemos atrás a esta Constitución con más trampas que una película de chinos y a los que sostienen esa gran farsa y volvamos a la matraca, al tostón del “Purrún, purrún, purrún, pum pum” con que nos han castigado en las semanas previas a la Semana Santa, y seguirán haciéndolo, y con renovados bríos, durante ésta.  

Como decíamos al principio, este atentado contra el buen gusto musical no puede quedar sin respuesta por parte de quienes amamos la música. Por tanto dolor padecido, tanto sacrilegio musical, es de justicia promover actos de desagravio para reivindicar que el arte de la percusión es otra cosa que ese demencial “!Purrún, purrún, purrúm, pum pum” . Para ello proponemos para después de Semana Santa, que todo lugar, sea pueblo o ciudad, que haya padecido en sus calles las interminables matracas de los tambores y cornetas, puedan resarcirse del grave perjuicio recibido, elaborando un programa musical que nos reconcilie, nos ponga a bien, con el noble, el exquisito arte de la percusión musical, y nos haga olvidar, y puede que también perdonar, aunque esto no es fácil, el dolor sufrido a manos de las desalmadas bandas de tambores y cornetas que todos los años aproximadamente un mes antes de la Semana Santa, nos agreden, arreciando su infernal ruido, su terrible e invariable matraca especialmente durante el jueves y el viernes santo.

Para lavar tanta afrenta, propongo hacer un acto de desagravio como imprescindible medida curativa, que debe celebrarse sin falta al término de la Semana Santa. Para ello, debe crearse en cada pueblo o ciudad que haya sufrido el escarnio, una comisión que elabore una selección de canciones que los vecinos y vecinas puedan escucharlas en las plazas públicas para su general alivio y esparcimiento. Unas canciones donde la percusión tenga una parte importante para, al escucharlas, congraciarnos y hacer las paces con este maravilloso arte, tan vilipendiado, zaherido y desprestigiado por las bandas de cornetas y tambores que han perpetrado sus dolorosos tostones por toda la geografía nacional.

Las listas de canciones donde los baterías, o bateristas, han dado lo mejor de su sensibilidad, de su arte de la percusión, podrían ser infinitas, sobre esto  podrían hacerse tantas listas como personas, pero hay clásicos que no deberían faltar en todo todo catálogo o relación que se precie, como el gran Ringo Starr en canciones de los Beatles como The End, Strawberry Fields Forever, I Am The Walrus, A day In The Life, Come Together, Rain, Hello, Goodbye… O qué decir decir del recientemente desaparecido Charlie Watts en canciones como Honky Tonk Women, Get Off of My Cloud, Beast of Burden, Tumbling Dice, Paint it, Black, Mixed Emotions, Jumpin Jack Flash, Sympathy For The Devil, Satisfaction, Start My Up… y tantas otras, o Ian Paice, de Deep Purple en su clásico The Mule, o Frank Ferrer de Guns and Roses en Paradise City, o John Bonham de Led Zeppelin, en Moby Dick o Larry Mullen Jr.  De U2 en Sunday Bloody Sunday, o Keith Moon, de los Who, y su inmortal My Generation….y qué decir del gran Carlos Santana y su maravillosa banda …etc, etc, etc. La lista sería interminable porque hay mucho y muy bueno donde elegir.

Creemos que haciendo sonar algunas de estas canciones u otras de igual o parecido nivel, serviría para exorcizar a tanto castigo auditivo al que hemos estamos sometidos en las semanas previas y, desde luego, en toda la  Semana Santa, donde este castigo llegará a su máximo nivel.

Ningún agravio o perjuicio que se le hace a alguien en sus derechos e intereses debería quedar sin su correspondiente desagravio. Ningún ofendido debería quedar sin la debida satisfacción, el resarcimiento y la compensación por el daño, el quebranto causado. Pues eso.

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