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La izquierda andaluza confía en resucitar a su electorado desmovilizado de aquí al 19J

PP y Vox siguen fuertes en las encuestas pese a que la situación económica está mejorando

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análisis

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El paro baja en Andalucía más que en cualquier otra región de España. Será el verano y la temporalidad, dicen los analistas de la derecha siempre metiéndole el dedo en el ojo a Sánchez. Esto es por la reforma laboral de Yolanda Díaz, que empieza a surtir efecto, concluye la prensa de izquierdas. “Son cifras históricas, pero queda mucho por hacer”, explica la ministra de Trabajo sonriendo visiblemente satisfecha. Feijóo, en tono de mal perdedor y enrabietado porque España va bien, denuncia que los datos están “maquillados”. De cualquier forma, sea como fuere, la economía no va tan cuesta abajo teniendo en cuenta que salimos de la peor pandemia en la historia y que andamos metidos en la guerra de Putin. Y sin embargo, todas las encuestas dan ganador al PP en las elecciones andaluzas (con ligera pero preocupante subida de Vox). ¿Por qué?

La radiografía sociológica de aquella comunidad autónoma no puede, no debe, explicarse solo desde el dinero y desde el malestar por la crisis. Hay otros factores, otras causas endémicas que están condicionando definitivamente la brújula política, que sorprendentemente marca el norte de las derechas, eso que muchos ya llaman “el vuelco” histórico en el mapa electoral andaluz. Para empezar, Andalucía ya no es aquella tierra atrasada de caciques y jornaleros del pasado siglo. La sociedad andaluza se ha transformado, los pequeños propietarios agrarios han ocupado el lugar de los terratenientes, se ha asentado una clase media con chalé en Torremolinos y la región se ha modernizado en carreteras y ferrocarriles (el AVE ha vertebrado a ese pueblo en el sentido más orteguiano del término). El analfabetismo se ha situado en niveles residuales, como en cualquier país desarrollado, aunque es cierto que existe un serio problema de fracaso escolar. Hay buenos científicos, hospitales punteros, centros de investigación en todas las disciplinas. Aquella frase con la que Federico aludía al sueño eterno secular del sur español –“Andalucía es increíble. Oriente sin veneno. Occidente sin acción”– afortunadamente es historia. Los “descamisaos” de los que hablaba Alfonso Guerra, el socialismo de base, se ha transformado en otra cosa. Hay autónomos que se creen empresarios, obreros precarizados sin conciencia de clase a los que les importa un comino la política, parados de larga duración que viven del subsidio y que han terminado odiando a la izquierda. La España trumpizada, en fin.

Además, con el “salto adelante” andaluz ha surgido una clase media aburguesada y desideologizada que vota PSOE o PP en función de la coyuntura, de los intereses, de lo que el bipartidismo le dé en cada momento. Gente que participa en los comicios solo para que le arreglen lo suyo (lo suyo es mayormente no pagar impuestos, el mantra que la derecha ha logrado colocar bajo la falsa idea de que el Estado de bienestar se mantiene solo y que cualquier medida intervencionista es un paso más hacia el comunismo). A estas clases medias se las suele clasificar tanto en el centro-izquierda como en el centro derecha o con la engañosa etiqueta del “votante moderado”. Ahí es donde se ganan las elecciones, en ese inmenso granero en el que Unidas Podemos no ha logrado penetrar. La izquierda no está sabiendo leer la realidad de una sociedad que se ha vuelto compleja y que ya no atiende a la vieja dialéctica señorito/jornalero. El manido recurso de “que viene el lobo”, o sea el fascismo y la nobleza del cortijo, ya no funciona. La izquierda no está conectando con la sociedad andaluza de hoy, ni Teresa Rodríguez ni las demás confluencias. En cuanto al PSOE de Espadas, empieza a perder fuelle de forma preocupante, lo cual nos hace temer que puede entrar en una dinámica decadente similar a la que ha terminado por engullir a otros partidos socialistas como el francés.

En esa compleja radiografía social de Andalucía que demuestra la radical transformación de una sociedad con todo lo que ello implica falta un elemento esencial que marca definitivamente la tendencia del votante: el factor de la identidad nacional. Hasta hoy los andaluces han llevado con orgullo su gran logro político en democracia, el Estatuto de Autonomía de 1981 reformado en 2007 que reconoce su nacionalidad histórica. El andalucismo socialista llegó a ser marca y sello de una región que desde ese momento ha podido competir en transferencias, en competencias y en identitarismo con catalanes, vascos y gallegos. Una conquista política que los andaluces siempre han llevado a gala pero que hoy, tras la llegada de la extrema derecha a las instituciones de la mano del PP, se ha diluido un tanto. Con la entronización de Vox han retornado las viejas soflamas patrióticas del nacionalismo franquista español. Vuelve el elitismo, el señorito caballista, el torero, el cazador de coto privado, la flamenca de la peineta (qué les puedo decir de Macarena Olona), la España de Los santos inocentes con su atavismo y cruel ley del amo que tan acertadamente describió Delibes. Tras el procés y el referéndum de autodeterminación en Cataluña se ha disparado la catalanofobia, el “a por ellos oé”, un mal alimentado desde las tribunas por los discursos retrógrados de Santiago Abascal. El españolismo irredento vuelve a ser tendencia. El andalucismo, torticeramente asociado por Vox a la idea de chiringuito socialista, a corrupción, a ERE manipulado y a paro subvencionado, puede entrar en crisis por primera vez en cuarenta años. Los andaluces vuelven a comprar el discurso centralista divulgado por un partido ultra que ha prometido acabar con el Estado autonómico para recuperar la España una, grande y libre. Jorge Buxadé ya le ha advertido a Juanma Moreno Bonilla que Vox va a decidir, sí o sí, las políticas que se van a hacer en Andalucía “desde el Gobierno”. En la misma línea se pronuncia Abascal: “Nuestras políticas, o cuentan, o que se olviden de la investidura”. Algunos andaluces le están perdiendo el miedo al nazi que ahora que gobierna no parece tan fiero (todavía no le ha puesto el pin parental a los escolares, aunque todo se andará, el fascismo siempre trabaja a largo plazo).

La confirmación del vuelco histórico puede ocurrir el 19J. Entre una derecha que se radicaliza cada vez más y una izquierda desmovilizada que va camino de caer en el abstencionismo, el descalabro del bloque progresista en las urnas parece cantado. El PSOE ya ha perdido su gran terruño histórico e ideológico. Se empeñaron en llevar limosna al campo en lugar de la revolución. Muchos andaluces van a votar por puro odio a Sánchez. Otros socialistas de toda la vida van a caer en el voto útil, o sea Juanma, para ver si así se libran de Olona, a la que ven como la bruja de Blancanieves. Los andaluces están pasando de Marx a Nietzsche. Otra taifa de la izquierda que se pierde. Triste.

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