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Las relaciones vecinales

Francisco J. Gordo
Francisco J. Gordo
Profesor de guitarra clásica, concertista, más de diez años de experiencia docente, escritor y Concejal de San Bartolomé de Pinares (Ávila). Cosecha del 96.
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análisis

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La vida en el pueblo es maravillosa: te levanta el canto de los pájaros, se escucha el rumor del agua de una fuente cercana mientras miras al horizonte escarpado; el buen trato con los animales de la zona nos humaniza y un paseo por el monte te conecta con quién eres. No eres nada, la nada más absoluta te sobrecoge cuando entiendes de qué va todo esto de vivir un día sí y otro también. De pasar cada segundo contigo mismo y al mismo tiempo cruzarte con suerte con aquellos vecinos a los que aprecias.

Compartir espacios con los de siempre. Con los que coges cariño…pero también a base de rozar y estar cerca se acaban compartiendo espacios con los que de alguna manera se endurece la relación.

A menudo las relaciones sociales se parecen a las que llevan los niños en el aula unos con otros. Desde nuestra perspectiva adulta somos capaces de observarlos y comprobar que la rabieta de un niño al que se han colado en la fila del recreo es una nimiedad para nosotros. Sin embargo, en esa pequeña sociedad que crean en clase, los roles que cada uno acoge son cruciales para ellos y deben defender aquello a lo que aportan el foco de importancia. Por ello, no logramos entender a veces la frustración del infante, que se siente incomprendido a medida que crece. Puesto que se frustra por cuestiones que para un adulto serían llevaderas dado que las circunstancias del mundo adulto son de mayor envergadura o importancia.

Pues bien, esto es exactamente lo que sucede en los pueblos. Cada vecino asume un rol distinto y lo protege y mantiene puesto que es la base de su honra. Es decir, la imagen que uno proyecta de sí y por la cual es identificado por el resto.

Todo se basa en el constructo que nos creamos socialmente. Es todo una enorme mentira. Nada vale en absoluto aquello que le damos importancia. Todo es fruto del apego.

Es justo de ahí de donde vienen las frustraciones adultas y de donde radican los odios familiares o vecinales en nuestra sociedad. Únicamente por esa lucha de egos en la que nos molesta que que está a nuestro lado, se haya colocado delante en nuestra fila del recreo que es la vida.

Lo importante es saber lidiar con ello,asumir que aunque uno no haga nada en contra de las personas, puede haber alguna de ellas que nos acabe cogiendo cierta tirria. Por ello se suele decir que no podemos caerle bien a todo el mundo. Es exclusivamente por este comportamiento pueril y errático en el que una persona es capaz de ofenderse porque a otro le vaya mejor.

Es nuestro gran lastre como sociedad el no salir de ese círculo vicioso de odio, rencor y envidia.

Muchas veces nos encontramos con personas que tenían altas aspiraciones personales o laborales, y pagan esa incapacidad de llegar a sus objetivos con terceras personas. Esto supone un alto grado de inmadurez. Pero hay un alto grado de inmadurez en aquellas personas que se ponen violentas cuando no les dan la razón.

Con la misma precaución con la que hay que tratar a un niño al que no le dan los caramelos cuando los pide (porque dado su comportamiento, no se los merece), así hay que mantener la calma ante una persona que “salta” o “tiene carácter”. En realidad el carácter se demuestra a través de la calma más absoluta. Puesto que guardar las formas es la clave del autocontrol personal. Y un debate o discusión entre personas que tienen autocontrol, es la única vía para que salga a buen puerto la conversación y se subsanen todos los problemas.

Es decir, todos los problemas intervecinales tienen la misma causa y la misma solución.

Son problemas de autocontrol personal de cara a mantener un diálogo correcto y por ello podamos entender a la otra parte sin perder los estribos como si estuviésemos a lomos de un potro.

Solventando estos problemas de comunicación, resulta que a partir de ahí ya vienen el resto de cuestiones.

Sin entrar en odios ni en venganzas, puesto que el que odia es aquél que mantiene en su mente a la otra persona durante más tiempo. Y se envenena de su mismo odio.

El odio es como un paquete que alguien nos quiere regalar. Si tú no aceptas el regalo, el paquete se lo queda el que te lo iba a dar.

Por más tiempo que pase y más años que uno tenga, no tiene nada que ver con ser más o menos maduro, lo que realmente lo marca es el haber lidiado más o menos durante ese tiempo. Enfrentándose a diversas cuestiones y sabiéndolo hacer correctamente.

Cualquier persona puede tener una edad muy respetable, y aún así comportarse igual que un niño cuando se ponen sus intereses en juego.

Y he ahí donde está el meollo de la cuestión, en los intereses de la gente. Desde las instituciones públicas se debe hacer hincapié en preservar los intereses de cada vecino, para evitar la confrontación entre ellos. Los intereses públicos y privados. Fomentando capacitar al municipio en mejoras desde lo público; para que cada vecino al beneficiarse de estos servicios públicos, pueda mejorar con su trabajo sus intereses privados.

Pero no acaba ahí todo esto, se trata de darse cuenta de que cada persona es persona igual que uno mismo. No agentes sociales que interactúan contigo para tu propio beneficio. Es decir, desprenderse del ego que colapsa las relaciones humanas dificultando así la interacción y la confianza vecinal.

Todo lo demás, los títulos universitarios, los cargos y los puestos de trabajo de cada uno; tan sólo nos reparten las tareas en la sociedad, pero seguimos siendo niños aprendiendo a controlar nuestros impulsos más primarios y creciendo como personas a través de las circunstancias y no tanto a través de los años.

Gana más el diablo por saber estar en el infierno, que por viejo y por diablo.

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