Murcia se ahoga y no puedo hacer otra cosa que mirar el espectáculo a través de los ojos de las pantallas infinitas como el campo y las playas desaparecen, los coches flotan en el agua, las calles de asfalto se hacen invisibles y la gente, personas verdaderas, concretas, muerte.
Murcia se ahoga y al escucharlo en las noticias parece una película, de tan inverosímil; los periodistas secos y bien vestidos, casi contentos porque hay algo importante de lo que hablar, exhibiendo la catástrofe con un tono neutro: es información y no narración. Cuesta imaginar el terror de quien haya visto como su casa quedaba anegada y la televisión que tanto esfuerzo costó comprar se ahogaba mientras comenzaba a flotar la cuna de madera con el niño.
“Parecen las noticias de las tormentas y tifones americanos, algo que no va con nosotros”. Cuesta creerlo, pero en Los Alcázares estaban mi mujer y mi hijo el domingo pasado, ni siquiera hace una semana.
La naturaleza, a la que creemos domada, que pensamos podemos manejar hasta alterar el cambio climático, sigue teniendo la última palabra. Es mucho más poderosa que nosotros, pequeños seres humanos, que podemos ahogarnos como se ahoga Murcia bajo la lluvia demencial: un millón de duchas abiertas a su máxima potencia y al mismo tiempo.
Murcia se ahoga, y nosotros mirando exactamente igual que si fuese un espectáculo, un circo, no queriendo pensar que cualquier lugar, también aquel en el que estamos nosotros, puede estar en peligro.
(mecanografía: MDFM)