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Puigdemont despierta a Cataluña de su largo y letárgico sueño

El pacto de Junts con el PSOE abre un nuevo tiempo político

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análisis

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La firma del acuerdo de Gobierno entre el PSOE y Junts ha devuelto a los posconvergentes a la realpolitik. Ha sido como un baño de realidad, un súbito despertar de aquel sueño húmedo con el que pretendían alcanzar la independencia. Por primera vez tras 2017, Carles Puigdemont ha vuelto a aparecer en televisión para hablar claro al pueblo catalán y decirle algo así como tenemos que tener los pies sobre la tierra. La vía unilateral solo conduce al desastre; el referéndum de autodeterminación fuera de la Constitución es inviable; el procés, tal como fue concebido, ha muerto. No lo ha dicho con estas mismas palabras, pero eso y no otra cosa es lo que se deduce, la interpretación de su discurso, la conclusión final.

Es cierto que CP ha conseguido arrancar algunas concesiones a Pedro Sánchez, como la amnistía para los encausados, algo que hace solo dos meses parecía poco menos que un milagro. Pero eso, más un mediador internacional que revise los acuerdos, una comisión de investigación para aclarar si hubo lawfare o persecución judicial y una vaga promesa de revisar el modelo de financiación, con transferencia de los impuestos estatales a la Generalitat, es cuanto va a conseguir el exhonorable president. Lógicamente, el pacto ha despertado mucho recelo en Cataluña. La CUP ha exigido que se declare la DUI de inmediato y el propio Puigdemont corre serio riesgo de terminar siendo considerado como el gran botifler o traidor de esta larga película que parecía no tener un final.

Se abre ahora un camino incierto en la peripecia vital de Puigdemont. Sin duda, le tocará esperar una temporada más en Waterloo a la espera de que se apruebe la amnistía (un trámite tortuoso que habrá de pasar por el Senado, donde el PP ha blindado el reglamento para bloquear la aprobación de la medida de gracia y que culminará en el Tribunal Constitucional) y quizá, con el tiempo, si el juez Llarena no se pone demasiado tiquismiquis, pueda regresar a su soleada Girona, donde volverá a pasear de nuevo con su familia e incluso a presentarse a unas elecciones. Por lo que a él respecta, no le ha salido del todo mal la jugada. A fin de cuentas, Junqueras y los demás se comieron unos buenos años en Soto del Real mientras él vivía como un nuevo Napoleón en una mansión de lujo belga. Bien es verdad que Junts está hecho unos zorros. El partido va para abajo en las encuestas y ya no es aquella fuerza política arrolladora que fue la CiU de Pujol experta en poner y quitar gobiernos en Madrid. Ahora la tarta del independentismo está más repartida que nunca, hay más comensales alrededor de la mesa, y los codazos por sobrevivir van a ser más que violentos. La guerra entre Junts y ERC (la “guerra de Sucesión”, como la ha definido ingeniosamente algún periodista de Barcelona) va camino de adquirir tintes fratricidas, mientras que la CUP anda a la gresca contra ambos, agrandando la herida que cada vez supura más.

Pilar Rahola tiene su propio análisis de la sangría descarnada que vive el mundo indepe: “Lo primero, y de eso viene todo, es que ERC ha incumplido todos los acuerdos fundamentales vinculados al tema independentista que garantizaron en el debate de investidura. Quizás tienen que decirlo con toda claridad, que el presidente Aragonès no sería presidente si en aquel momento no hubiera aceptado aquellos acuerdos que hablaban de un frente común en Europa, de avanzar y coordinarse con el Consell per la República, que cualquier mesa de negociación incluiría el conflicto catalán y la autodeterminación (…) Esquerra ha jugado sucio y es muy difícil que se rehagan las confianzas en muchos años”. ¿Se pueden dar más cuchilladas dialécticas en menos tiempo y espacio? La radiografía de Rahola muestra a la perfección lo que está ocurriendo en el convulso espacio soberanista. Rencillas personales, rencores, desconfianzas mutuas, acusaciones de traición, humillaciones, navajeo tuitero, cuentas pendientes, diferencias ideológicas y de estrategia, más la secular batalla entre izquierda y derecha, han terminado por hacer trizas aquella unidad de acción del procés, cuando todos los partidos separatistas iban en comandita en pos de un único objetivo: la independencia de Cataluña. Y todo ello mientras el PSC de Salvador Illa vuelve a vivir una segunda juventud, recordando aquellos tiempos gloriosos de Pasqual Maragall.

Pero sin duda lo que ha terminado por desquiciar a Carles Puigdemont ha sido el giro definitivo de Esquerra hacia el pragmatismo (abandonando la vía de la unilateralidad) y su decisión de colaborar con el PSOE en la gobernabilidad del Estado por el bien de las clases trabajadoras y para evitar el advenimiento de la extrema derecha en España y por tanto en Cataluña. El buen clima de entendimiento entre Gabriel Rufián y el grupo socialista escoció mucho al hombre de Waterloo, que terminó por agarrase un buen ataque de cuernos. La crisis de celos llegó al éxtasis cuando Esquerra anunció antes que Junts el acuerdo para la investidura de Sánchez, que prevé, entre otras cosas, el traspaso de las Rodalies a Cataluña. Era evidente que el tren de Cercanías de Junqueras iba más rápido que el de Puigdemont, adelantándolo por la izquierda, y esa fue una de las razones principales de que el líder de Junts haya tardado tanto en dar el sí quiero al PSOE. CP ha dejado que todo se pudriera un poco más, que las semanas transcurrieran lentamente, sin firmar nada, en un claro mensaje al Estado: si queréis mis votos para tener un Gobierno vais a sufrir, mamones españoles; vais a pasar por mi aro; vais a llorar a los pies del prófugo de la Justicia del que tanto os habéis mofado. Solo al final, sobre la bocina, cuando Santos Cerdán sudaba tinta y ya reservaba billetes en el aeropuerto para retornar a Madrid con un nuevo fracaso en la carpeta y España convulsionaba en medio de las algaradas callejeras de los neonazis a las puertas de Ferraz y el juez García Castellón lo investigaba por la insurrección de Tsunami Democràtic, se ha dignado a sacar la pluma y a estampar su rúbrica en el documento. Una firma que no deja de ser un armisticio, ya que no consigue ni la mitad de lo que se propuso cuando dio comienzo a su descabellada aventura de la independencia.

Ahora empieza una nueva vida, personal y política, para CP. Tendrá que redefinir la hoja de ruta calibrando mucho más de lo que lo ha hecho hasta ahora y pensando en qué es lo mejor para Cataluña. Si continuar con un Junts echado al monte antisistema que no conduce a ninguna parte o volver a hacer política real para disputarle el poder a Esquerra en las próximas elecciones. Por sus actos de los últimos días se deduce que, por fin, ha visto la luz.

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1 COMENTARIO

  1. La señora Rahola tiene bastante razón, pero el caso – y su problema – es que Puigdemont no es una imagen convincente, su lugar en Waterloo lo debieron ocupar otros acusados por el procés sin vínculo con el govern. Su mediación sin un aparato político, sino más social, hubiera sido más determinante. El papel de Boye es más decisivo y decisorio, porque es mucho más sencillo argumentar contra la leyes españolas que contra sus decisiones políticas, entre ellas el juicio aberrante, y no por su valor de sentencia, sino por la evidente ejecución política, ésta inapelable desde Europa, aunque sí criticada a diario durante meses.
    Ya no vende, y en ERC tienen otros planes de liderazgo. Los otros grupos extremistas, no sólo CUP, dejan sólo a PSCat, que bastante tiene con contener a sus filiales. Veo muy reforzado al partido republicano.

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