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Revisionistas: así se reinventa la historia

Los manipuladores de la historia utilizan todo tipo de técnicas para adaptar el pasado a sus intereses políticos

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análisis

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El revisionismo es una forma de manipulación política más o menos sutil, disfrazada, encubierta. Las técnicas y mecanismos de adulteración son múltiples y variados. En sus libelos, los propagandistas de las nuevas teorías suelen citar a eminentes historiadores, tergiversando y deformando sus ideas para amoldarlas a las nuevas opiniones y creencias; lo cuestionan todo, rompiendo el consenso de la comunidad científica; proporcionan supuestos datos estadísticos sin citar las fuentes o recurriendo a fuentes poco fiables, siempre tratando de dar una apariencia coherente (ilusión lógica); ocultan hechos que no les conviene y presentan solo los que refuerzan sus hipótesis (sesgo de confirmación trasladado a la historia); fabrican la figura del chivo expiatorio al que acusar de los males de una nación; y demonizan a un individuo o grupo, acusándolo de todo (en el caso de la Guerra Civil, Largo Caballero, el gran Satán de los franquistas, y el comunismo libertario). Además, renuncian a encontrar la verdad (perspectivismo, no hay hechos objetivos ni posibilidad de conocimiento, la opinión prevalece y en las zonas oscuras se inventa, se rellena o se especula); tienen tendencia a la conspiración y escriben con fines terapéuticos, es decir, buscan el consuelo intelectual de los lectores o espectadores que piensan como ellos; ocultan pruebas o las manipulan intencionadamente y tratan de convencer al receptor del mensaje de que su verdad es la corriente predominante en la actualidad, ya que la tesis oficial está superada o ha quedado anticuada. Los revisionistas simplifican, trivializan y banalizan los diferentes capítulos de la historia (infantilismo literario); emplean un lenguaje duro, por momentos ofensivo, capaz de impactar, enervar y confrontar, y construyen eslóganes, coletillas o frases hechas que después utilizarán los políticos en sus mítines e intervenciones parlamentarias; realizan malas traducciones de textos extranjeros y se atribuyen investigaciones de otros; simplifican el discurso, sin profundizar demasiado en las causas y los antecedentes, y recurren a generalidades como el amor a la patria, a tópicos en ocasiones xenófobos y a estereotipos sin justificación ni base alguna. En definitiva, convierten lo que debería ser un estudio reflexivo para arrojar luz a la historia en un panfleto cuasi revolucionario por momentos nihilista y paranoide.

Mientras la propaganda apela a las emociones del lector o votante, el revisionismo histórico va directamente dirigido a su intelecto. Proporciona al receptor del mensaje las armas de la lógica necesaria. O mejor dicho, le proporciona las razones que su razón no tiene. Los pastiches que salen de esas mentes antisistema rara vez son aceptados o refrendados por la comunidad científica, que suele ver al revisionista como un outsider, francotirador o friki.

Nacionalismo y propaganda

El revisionismo hurga en lo más profundo y atávico de las sociedades. Construir una historia común, unificar los hechos bajo un mismo paraguas ideológico, contribuye a consolidar el proyecto nacional que trata de imponerse. El revisionismo lo practica tanto un grupo hegemónico ya en el poder como un partido alternativo, etnia, clase social o colectivo que lucha por una determinada causa. Un pueblo no es nada sin una historia colectiva, de ahí que sea necesario el autoritarismo revisionista, que jamás admite interpretaciones del pasado contrarias al interés de la élite dominante. La verdad no interesa, solo la exacerbación de la identidad nacional y el arrinconamiento de la versión del enemigo. Es lo que el científico social británico Michael Billig denominó como “nacionalismo banal”, un conjunto de prácticas, hábitos, creencias y signos que algunos países manifiestan, desesperadamente, para seguir existiendo como tales.

Como todo acto de propaganda política, el revisionismo necesita de una logística, de una infraestructura adecuada para que el mensaje pueda llegar a la opinión pública. Ese papel lo cumplen los medios de comunicación de la llamada “caverna” (prensa escrita, radio y televisión), que en sus programas y tertulias alientan las más disparatadas teorías sobre la historia. A su vez, no pocas editoriales han hecho el agosto, como suele decirse coloquialmente, lanzando al mercado libros de escaso valor científico pero que respaldados por una buena campaña de mercadotecnia suelen llegar al número uno en las listas de ventas. Se trata de supuestos ensayos y novelas, casi siempre rodeados de polémicas entrevistas al autor, donde se termina mezclando la historia con la ficción formando una especie de subproducto literario. En ocasiones obedecen a grandes montajes mediáticos cuya única finalidad es ganar dinero con el morbo y el escándalo; otras veces la obra viene acompañada de un explícito componente propagandístico, una clara motivación política con ánimo de influir en la sociedad.  

Fallos en la educación

La escuela es el lugar idóneo para llevar a cabo un buen lavado de cerebros. Y en España, donde la Segunda República y la Guerra Civil suelen estudiarse de pasada, de puntillas, es el escenario perfecto para que calen las nuevas ideas revisionistas. Enrique Díez, doctor en Ciencias de la Educación y profesor de la Universidad de León, asegura que “nuestros alumnos saben más del nazismo que del franquismo. No es que el currículo esté mal diseñado, es que está diseñado específicamente para hacerlo invisible”. Como todo comienza en la infancia, el gran sueño de los revisionistas consiste en que su partido llegue al poder para instruir a las nuevas generaciones en la historia revisada, reciclada y servida como la gran y única verdad. Los nuevos movimientos pseudofascistas que se abren paso en toda Europa (especialmente en Francia, Italia, Hungría y Polonia) incluyen en sus programas políticos planes de reforma educativa donde la asignatura de “espíritu nacional” (u otra materia con denominación similar) ocupa un lugar preferente. Mediante esa disciplina se pretende aleccionar al alumno en la historia tal como ellos la cuentan, con sus errores, mentiras y medias verdades. Y, por supuesto, siempre con afán patriótico.

En España el sistema educativo adolece de una explicación homogénea de la historia y cada cual la cuenta a su manera según le parece. En esa dejación de funciones, en esa deserción, proliferan las interpretaciones nacionalistas de uno y otro signo. El independentismo catalán, por ejemplo, no duda en ofrecer a los alumnos de bachiller y universitarios una revisión de la historia donde ciertos hechos suelen desvirtuarse y presentarse como grandes hitos en la lucha contra la opresión castellana simbolizada por los Borbones. Es lo que ocurre con la famosa Batalla de Almansa (1707), una guerra de sucesión entre casas monárquicas con aspiraciones al trono que los catedráticos revisionistas de la “escuela indepe”, retorciendo los hechos, han tratado de convertir en una guerra se secesión entre Cataluña y España. Buena parte del mal ambiente que hoy se respira en aquellas tierras tiene mucho que ver con cómo se ha contado y caldeado la historia, presentando a los españoles como malvados ocupantes o invasores que maltratan al oprimido pueblo catalán.

Otro tanto ocurre en el País Vasco, donde hay quien está deseando reescribir la historia para, por ejemplo, convertir a ETA en una heroica banda de gudaris que lucharon por liberar Euskadi de la tiranía y el yugo del Estado español. Tras el final del terrorismo, la sociedad vasca trata de superar las heridas recientes, pero se encuentra con el empeño de algunos que pretenden hacer retroceder las manecillas del reloj hasta retornar a los años del odio y del plomo. En cualquier sociedad gangrenada por el conflicto identitario y la polarización, el problema del revisionismo, es decir, la utilización de los acontecimientos del pasado como arma arrojadiza contra el enemigo, será mucho más grave que allí donde no existe la pugna.

Poder regional

Por descontado, los partidos de extrema derecha son los que más fantasean con poder llegar al poder algún día para imponer su visión sectaria, y por momentos inventada, de la historia. Hace solo unos días, el vicepresidente de la Junta de Castilla y León, Juan García-Gallardo, llevaba el negacionismo más obtuso de Vox a un colegio de Salamanca. En un encuentro con alumnos, el polémico dirigente ultra pedía a los jóvenes que reflexionaran sobre si la Segunda República había sido “un régimen plenamente democrático”. La noticia volvió a ocupar grandes titulares y portadas, confirmándose así que el revisionista necesita del altavoz de la prensa para colocar sus bulos y engañifas. El gran objetivo de Vox es promulgar una supuesta “ley de concordia” que vendría a sustituir a la Ley de Memoria Histórica y que colocaría en la misma posición moral a quienes se alzaron contra el legítimo Gobierno republicano, organizando un cruento golpe de Estado, y a los que defendieron la libertad y la democracia. La arenga neofranquista de Gallardo al joven alumnado salmantino encaja perfectamente con el programa ideológico del partido de Santiago Abascal, que pretende introducir en los planes de estudio una interpretación de la historia mucho más amable y comprensiva con el fascismo.

Curiosamente, en aquellos mismos días, el vicepresidente castellanoleonés volvió a protagonizar un descarado acto de revisionismo radical al calificar la fiesta del municipio vallisoletano de Villalar de los Comuneros como un “macrobotellón” y “un aquelarre de la extrema izquierda”, rechazando acudir al evento. La guerra de las Comunidades de Castilla fue el levantamiento armado de los denominados “comuneros”, ocurrido en la Corona castellana entre 1520 y 1522, a comienzos del reinado de Carlos I. Ciudades del interior de la Meseta Central como Segovia, Toledo y Valladolid se alzaron contra el poder central. Unos historiadores la califican como una revuelta antiseñorial; otros, como una de las primeras revoluciones burguesas de la Era Moderna; y los hay que defienden su carácter de movimiento de insumisión contra el pago de impuestos. En cualquier caso, al siempre elitista Gallardo no le gusta que se celebre esa festividad con tintes antimonárquicos y no ve el momento de prohibirla. No considera que esa sea su “historia”. Una vez más, el absurdo error de tratar de ver el pasado con las gafas del presente, el burdo intento de convertir la historia en programa político.

El revisionismo es una práctica habitual y constante en la política española de hoy. Hace solo unas semanas, el Gobierno exhumaba los restos de José Antonio Primo de Rivera, el fundador de la Falange, del cementerio de Cuelgamuros (antes Valle de los Caídos). La democracia ha tardado más de cuarenta años en sacar al mártir del fascismo español de un templo religioso donde se le otorgaba una condición venerable, casi divina. El PP y la extrema derecha se han apresurado a acusar al Gobierno de practicar un particular ejercicio de revisionismo histórico, pero nada más lejos. Una cosa es tergiversar la historia para adaptarla a una determinada ideología (en este caso ensalzando y exaltando a un personaje como José Antonio que apostaba por destruir la democracia liberal recurriendo incluso a “la dialéctica de los puños y las pistolas”) y otra promover valores democráticos de convivencia, tolerancia e igualdad. Ningún Estado de derecho (y España lo es) puede permitir semejante acto de glorificación de un defensor de la violencia como medio para alcanzar determinados objetivos políticos, que no eran otros que la nazificación de España con la inestimable complicidad de Hitler y Mussolini.

El fundador de la Falange y gran inspirador del golpe de Estado del 36 no podía seguir ni un minuto más en el lugar preferente de una basílica cristiana, como un Dios de la historia. El Gobierno de coalición progresista había dado a la familia la opción de dejarlo en el lugar, junto a los restos de las demás víctimas de la guerra, como un fusilado más. Era la forma que se había elegido para despojar al mito, al mártir, del halo de santidad que durante décadas le confirieron los falangistas. Sin embargo, finalmente sus descendientes no han aceptado que los restos del líder del fascismo español terminaran en el nuevo cementerio civil proyectado por la Ley de Memoria para Cuelgamuros y han pedido que se cumpla su última voluntad: reposar en un camposanto católico, en este caso el de San Isidro. Con esa decisión se coloca a un personaje nefasto para la historia de España en el lugar que le corresponde, lejos de un altar financiado por el Estado. No se ha reescrito el pasado, que ya sabemos cómo fue y cómo ocurrió. Al contrario, se ha reparado la memoria histórica, que buena falta le hacía después de casi noventa años de rendición de culto al gran ideólogo del más atroz fascismo ibérico. Por fin hemos transitado desde el violento mundo al revés impuesto por el franquismo y la Falange a la decencia y la dignidad de un país que por fortuna ha superado aquellos tiempos sangrientos.

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3 COMENTARIOS

  1. dicen que un pueblo que olvida su historia es un pueblo condenado a repetirla y ahora el facismo blaquearo por medio de comunicacion por partido que nunca fueron democraticos el pp fundaro por un ministro del asesino franco el manuel fraga iribarme tambien fundador de la brigada politico social que eran ASESINOS PAGAROS POR EL ESTADO FRANQUISTA TORTURADORES Y VIOLADORES y ahora asesina de otra manera EN RESINDECIAS DE ANCIANOS y los votantes corruptos del pp lo ven bien gentuza y mientras las IZQUIERDAS NO ESTEMOS UNIDAS ESTOS HIJODEPUTA GOBERNARAN POR TANTO MUERTE AL FACISMO Y UNIDAD DE LA VERDADERA CLASE TRABAJADORA

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