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Sánchez se planta, al fin, ante el chantaje de Puigdemont

Fracasa el primer trámite parlamentario sobre la ley de amnistía al votar no los diputados de Junts

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Tal como se esperaba, la ley de amnistía no ha pasado el primer trámite en el Congreso de los Diputados por el “no” de última hora de Junts. Los de Carles Puigdemont pretendían colar una enmienda para que los procesados por terrorismo se beneficiaran también del perdón del Estado y el PSOE no ha tragado con ese último órdago, que ya hubiese sido el acabose, o sea, una bajada de pantalones demasiado infame. Todo tiene un límite y llega un momento en que hasta el chantajeado más temeroso dice basta al chantajista y se planta. De modo que los socialistas han transmitido un mensaje claro y rotundo: esto es lo que hay, como suele decirse coloquialmente. En Moncloa han puesto pie en pared, al fin, después de tragarse doblados los calçots envenenados de Puigdemont.

Los socialistas no entienden el no de Junts a la ley (así lo ha dicho Santos Cerdán) y consideran que la actual redacción del texto legal es lo “suficientemente robusta” y adecuada al marco constitucional. Curiosamente, ese adjetivo, robusto, fue el mismo empleado por Oriol Junqueras, quien al término de la sesión en las Cortes reconoció que esta era una buena ley para Cataluña, ya que podía superar la persecución de los jueces de la Audiencia Nacional, el filtro del Constitucional y la Justicia europea. “La prioridad es restaurar la dignidad de aquellas personas injustamente perseguidas”, aseguró el dirigente republicano. La posición de ERC viene a demostrar la división que existe en la actualidad entre los dos principales partidos separatistas catalanes. Nada tiene que ver la situación actual con aquel frente común soberanista monolítico, granítico y sin fisuras del procés de 2017.

Si en España PSOE y PP se han convertido en enemigos íntimos e irreconciliables, la situación en Cataluña es bastante similar. La izquierda soberanista, en particular Esquerra, no perdona que Puigdemont se fugara en el maletero de un coche mientras otros se comían años de cárcel en Soto del Real. Y esa herida sigue abierta. Pero además de las cuitas personales pendientes hay cuestiones ideológicas insalvables. ERC no comulga con el programa económico ultraliberal de Junts, ni con su supremacismo de nuevo cuño después de que se haya revelado como un partido de claros tintes xenófobos capaz de relacionar delincuencia con inmigración. Junqueras abomina de esa interpretación propia de Vox.

Lo que queda de esta turbulenta sesión parlamentaria es un Puigdemont que vuelve a ejercer de Puigdemont, o sea, un político echado al monte, obcecado y sectario incapaz de leer la partitura en el escenario del momento. CP no es un gobernante al uso, sino una especie de personaje de paja creado por otros, mayormente Pujol y Artur Mas. Un actor bastante pez en táctica y estrategia. Pero él se ha metido en el papel del iluminado con una misión trascendental que cumplir y ya nadie puede sacarlo de ese rol. De modo que de este señor no puede esperarse nada más que tierra quemada, bloqueo y delirio constante. Como uno de aquellos pocos japoneses atrincherados en islas desiertas del Pacífico pese a que hacía años que la guerra había terminado. Sánchez está harto del sujeto y no ve el momento de quitárselo de encima, rompiendo amarras para superar esta aventura (más bien pesadilla) en la que él solito se ha metido.

Quienes tienen línea directa con Moncloa cuentan que el presidente está arrepentido de haber entrado en conversaciones con un hombre con el que no se puede hablar y que por momentos se comporta como un marciano fuera de la realidad. Puigdemont, arrastrado por sus prejuicios y fanatismos nacionalistas, es un cabeza cuadrada, y nunca se bajará de la burra pintada con la estelada. Lo quiere todo y lo quiere ya. Amnistía, referéndum, república, la Liga para el Girona, libertad para los terroristas y dos huevos duros. Y por ahí no puede pasar un Gobierno al que aún le quede un ápice de dignidad. Puigdemont vive muy tranquilo y muy bien en Waterloo, lejos del juez Llarena y de las novelas negras de García-Castellón, así que no necesita para nada de la convulsa política de Madrid, que no entiende entre otras cosas porque no domina el castellano. Si ha accedido a negociar con el Estado español es única y exclusivamente por tocar los cullons, como dicen por aquellas tierras levantiscas. Sánchez ha entendido demasiado tarde lo que es el mundo indepe y no sabe cómo salir del embrollo.   

Ahora el texto será devuelto a la Comisión de Justicia y vuelta a empezar. Gobierno y Junts tienen un mes por delante para llegar a un acuerdo, pero con los jueces buscando pruebas contra los secesionistas hasta debajo de las piedras y con la derecha permanentemente movilizada en la calle, no parece que vaya a agotarse el plazo. Hay cansancio y hastío por ambas partes. Sánchez tiene prisa por cerrar el asunto cuanto antes (el desgaste para el PSOE empieza a ser importante) y tampoco al exhonorable le interesa que la cosa se alargue demasiado. El pueblo catalán podría terminar no entendiendo por qué el hombre de Waterloo ha votado en contra de la propia ley que él impulsó. De hecho, muchos catalanes independentistas empezaban a preguntarse ayer, en las redes sociales, a qué está jugando Puigdemont pegándose un tiro en el pie y pegándoselo a cientos de encausados que aguardan la amnistía con ansia. La declaración de Félix Bolaños al término del Pleno lo dice todo sobre el momento delicado en el que nos encontramos. “La ley entró constitucional en el Parlamento y saldrá constitucional”. O dicho de otra manera: estas son lentejas, Carlas. En Madrid ya se habla de que iremos a elecciones si todo queda en papel mojado. Tanto esfuerzo para tan poco.

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