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Terminarán canonizando a Berlusconi

La derecha europea rinde homenaje al que fue gran pionero de la política basura y el populismo

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análisis

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Políticos de la derechona patria, tertulianos de la caverna mediática e historiadores disparatados reivindican ahora la figura del fallecido Berlusconi. Feijóo recuerda que el expresidente ultraconservador marcó varias décadas de historia política en Italia. Ayuso lamenta el óbito y traslada sus condolencias al pueblo. Y Aznar califica al personaje como un “italiano convencido, gran empresario, buen amigo personal y de España”. En una de estas quitan el oso y el madroño y le ponen una estatua a Il Cavaliere en la Puerta del Sol.

Sonroja la operación de blanqueamiento urgente del que ha sido padre e inventor del fascismo blando o populismo posmoderno que corroe las democracias occidentales en pleno siglo XXI. Antes que Trump fue Berlusconi con sus fraudes, sus chanchullos financieros y sus escándalos sexuales como el feo asunto de las orgías con velinas y el caso Ruby. Lo quieren encumbrar como a un estadista que deja una huella indeleble en su tiempo cuando en realidad no fue más que lo que fue: un magnate chulo y arrogante, un bufón de opereta, un vicioso de los rayos uva que quedará como el señor del bunga bunga. Por desgracia, tal como suele ocurrir a menudo, no tuvo la Justicia que merecía en vida. Un Tribunal de Milán sentenció que el líder de Forza Italia no tenía por qué saber que aquella joven a la que pagó por favores sexuales era menor de edad. Y de aquellos polvos estos lodos neofascistas.

El gran legado de Berlusconi es haber convertido la política mundial en un plató de telebasura, concurso y verborrea sin fin. Desde su cloaquera Canale Cinque, dio un golpe letal a la democracia emitiendo burricie, chabacanería y desinformación a raudales. Fue astuto, y un pionero, al comprender que Mussolini entra mejor con un show de varietés con mucha ragazza, cicciolinas y mamachichos ligeras de ropa. A él le debemos el lenguaje faltón y políticamente incorrecto, el machismo institucionalizado y sin complejos, la xenofobia como idea moralmente aceptable. Elevó la mentira a la categoría de arte, el bulo a la de brillante retórica y la parodia al poder. No paró de vejar a las mujeres, de palabra y de acción. “Aunque soy travieso, 33 muchachas me parecen demasiadas”, dijo jactándose de su virilidad. “Es un culazo mantecoso infollable”, afirmó sobre Angela Merkel. Y aconsejó a su partido que fichara solo a jóvenes guapas, dejando a “las viejas y feas” para la oposición. Sobre su tumba bien podría escribirse esta frase a modo de epitafio que resumiría lo que fue su vida: “Es mucho mejor que me gusten las chicas hermosas que ser gay”.

Berlusconi el gamberro, Berlusconi el playboy macarra y rijoso, Berlusconi el gran viejo verde al que todos, las televisiones, las cancillerías del mundo entero y los jueces, le han reído las gracias sin pudor. Hortera salido del Festival de San Remo, depravado seductor, emblema del mal gusto, fue el Diablo mismo vestido de Prada. Putin, que hoy brinda por él con vodka y sangre de ucranianos, siempre lo consideró su más sabio amigo, una “magnífica persona” y un “auténtico patriota”. Nunca la humanidad conoció tan tremenda pareja de vampiros.

Emperador del fijativo, yonqui del bótox, careta frívola y superficial, encarnó al hombre sin escrúpulos ni valores propio de la posmodernidad. Fue él quien inauguró la oscura edad del cinismo y la hipocresía que padecemos. Fue él quien inventó el trumpismo cuando Trump le robaba el bocadillo a sus compañeros en la guardería. En cierta ocasión se refirió a Obama como un joven guapo y muy bronceado también. Siempre tenía un minuto para meter su cuñita racista, supremacista, aria. Irreverente y facha hasta las trancas (“somos la nueva falange romana”, arengaba a su partido), reivindicó a Mussolini hasta sus últimos días: “Nunca mató a nadie, envió gente de vacaciones al exilio”, bromeaba a propósito de El Duce con hiriente desprecio a las víctimas del Holocausto. Fue lo peor, un mal bicho, y si hubiese nacido Adán se habría comido la manzana y a la serpiente.

Todos hablan de la dimensión histórica del personaje, que si transformó la derecha italiana, que si impuso un nuevo estilo, que si esto y lo otro. Hasta el papa de Roma se ve forzado a tirar de eufemismo y circunloquio a la hora de retratar al verdadero Berlusconi. Conviene no molestar demasiado a la mafia ambrosiana. Decir que este individuo fue un protagonista enérgico de la historia italiana es decirlo todo y no decir nada, perdone usted, santo padre, con todos nuestros respetos, estimado Bergoglio. Solo Pablo Iglesias, y algún que otro valiente más, ha tenido el valor de llamar a las cosas por su nombre. “Fue un personaje corrupto, un violador y un representante de la banalización de la política”.

Hoy la fértil cosecha fascista alumbra pequeños berlusconis en todo el mundo. Bolsonaro, Orbán, Abascal, la misma Meloni, su hija política. “Con él se va uno de los hombres más influyentes de la historia de Italia”, dice la dulce nazi del Palacio Chigi. Él, y otros como él, sembraron el odio y la guerra que retornan a la vieja Europa casi un siglo después. Quieren perfumar la memoria hedionda del pequeño dictador, del Cavaliere que de caballero no tenía nada, del charlatán que estupidizó a las masas (nazificándolas) metiéndoles dosis del Mein Kampf entre telediario y anuncio. Lo sentimos, pero con nosotros que no cuenten.

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