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Ullastres, que rima con pillastres

Marta Cabeza de Vaca
Marta Cabeza de Vaca
Marta trabaja en el sector financiero y es una escritora secreta.
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análisis

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La sensación que tienes es que te van a meter la mano en el bolsillo y no vas a poder hacer nada para evitarlo. Porque quien te va a meter la mano en el bolsillo viene protegido por la TODOPODEROSA EUROPA, y a su vez por el TODOPODEROSO ESTADO español. Viene protegido por la ley, una ley que se ha aprobado a miles de kilómetros por gente que no conoce cómo se vive en tu ciudad y cómo son las personas y su circunstancia. Una ley que es obligatorio cumplir, aunque ello signifique hacer más pobre al que ya es pobre. Una ley que es obligatorio cumplir, aunque el ciudadano se sienta maltratado y ninguneado. Porque es así como nos sentimos: maltratados y ninguneados. En este caso: maltratados y ninguneados por Ullastres.

Ullastres, que cuando yo era niña, y también adolescente e incluso adulta, era un nombre que siempre despertaba mi simpatía. Cobraban el agua, que se nos pasaba con el recibo de la comunidad, pero nunca eran cantidades muy grandes, y daba la sensación de que la compañía era pequeña y humana, como somos todos nosotros, los ciudadanos, las personas que vivimos en las ciudades.

Esa Ullastres que nos caía simpática y nos despertaba una sonrisa amable ha desaparecido. He visto con mis propios ojos como en un cartel de los que ponen en el portal para que los vecinos apunten el contador de agua amenazasen veladamente al usuario advirtiendo que era obligatorio cambiar los contadores de agua con más de doce años y que te podía caer una multa de hasta 5.000 euros. El Ministerio de Industria ha aprobado la norma —aquí todo se hace a golpes, amenazando y con violencia— y Ullastres lo recalca con gran contento (porque para ellos es negocio, para ellos es dinero). Si es obligatorio cambiar el contador que lo financie el ministerio de Industria o la CEE: todos pagamos, hasta los más pobres, una brutal cantidad de impuestos. No queremos que se lo gasten cambiando unas aceras que están en perfecto estado (como en Madrid se ha estado haciendo), queremos que nos respeten y no nos quiten nuestro dinero. Por favor.

Hoy han entrado en mi casa de mis padres, estaba allí comiendo, unos cuantos técnicos, simpatiquísimos, encantadores y eficaces. Gente con la que te irías a hacer una excursión en bici o a tomar una cerveza. Gente maravillosa. Eso parece que sí lo está haciendo bien Ullastres: elegir a sus empleados. Sonreían educadamente y cuando les he preguntado me han respondido; y no me han mentido –pienso- y por eso voy a decir lo que escribo más abajo.

Venían a instalar siete contadores de consumo de calefacción en la casa: uno por cada radiador.

(“Como lo dice la ley, como lo manda la todopoderosa Europa, nadie puede rebelarse. Y nosotros simplemente aprovechamos la circunstancia y exprimimos el limón”).

Vosotros, Ullastres, exprimís el limón, porque podéis hacerlo, y naturalmente os da igual que el limón sea un ser humano, que el limón vaya a pasar más frío y a gastarse mucho más dinero por culpa del cambio, que los vecinos de los últimos pisos puedan prácticamente helarse y al mismo tiempo pagan la factura más alta de calefacción de todas sus vidas. Pero eso no es vuestro problema. Os da igual y lo comprendemos. Si no estamos contentos a llorarle a Europa o al Ministerio de Industria.

Por supuesto a mis padres les van a cobrar por todo, por el alquiler de los contadores inalámbricos y por el consumo individual. Pero la que ya es el colmo, lo que hace que Ullastres rime con pillastres, es que en la ventanita digital de los contadores hay unos números que son números técnicos, o dicho de otro modo: que el usuario no puede entender. Cómo lo están leyendo: el usuario no puede saber mirando la ventanita lo que está consumiendo, tiene que esperar a que llegue la factura. Y luego la factura será la voluntad de Dios. O de Ullastres. La norma se ha dictado para ahorrar, y dice que ES OBLIGATORIO INSTALARLO; PERO EL USUARIO NO PUEDE SABER LO QUE ESTÁ CONSUMIENDO.

La ley europea, me cuenta una amiga profesora universitaria, dice que si en los últimos pisos al final se pasa demasiado frío, se podrá revertir la situación; al cabo de tres años.

El edificio de mis padres, cuando yo era niña se alimentaba la calefacción central con carbón, está lleno de gente muy mayor, hay muchas personas de más de 90 años. Ya no les queda mucho tiempo de vida y debido a la ley europea –a la sentencia europea- probablemente les quedará menos. Es coherente pensar que durante esos tres años morirán, a causa del frío que van a pasar en los últimos pisos, más personas de las que habrían muerto si la ley europea no se hubiera aplicado brutal y obligatoriamente.

Esas muertes serán simples daños colaterales: ¿qué importan los viejos? La situación económica de los vecinos jubilados, casi todos, empeorará y serán más pobres al subir la factura mensual de calefacción (he preguntado en muchas comunidades que ya han hecho el cambio obligatorio y no he encontrado ni un solo caso que no fuera así). Tampoco importa, también son daños colaterales. Europa, con lo lejos que está y lo poco que sabe de nosotros, decide lo que tenemos que hacer como si fuéramos piedras o más bien números (eso es lo que somos: números). Y es triste y lamentable que haya empresas que se enriquezcan a costa de sufrimiento de los más humildes.

Naturalmente, no podemos hacer nada, excepto obedecer. Ya experimentaron con nosotros durante la pandemia y el resultado fue concluyente: nos tragamos todo lo que nos digan que nos traguemos.

Me daba tanta sensación de confianza y seguridad leer Ullastres en cualquier sitio cuando era una niña. Como leer el nombre de alguien amigo. Ahora solamente despierta en mí la desilusión y el recelo; incluso miedo: enormes ganas de salir corriendo.

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