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Una nueva edad media con televisión

Rafael Víctor Rivelles Sevilla
Rafael Víctor Rivelles Sevilla
Nacido en Valencia el 4 de Junio de 1961. Licenciado en Medicina y Cirugía por la Universidad Autónoma de Madrid en 1986. Especialidad de Psiquiatría. Ejercicio actual en el Hospital Universitario La Paz.
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análisis

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Una superstición es una creencia en algún tipo de influencia no explicable por la razón. Hay quien matiza excluyendo aquellas ideas relacionadas con la fe religiosa aunque resulta evidente que las religiones contienen narrativas que difícilmente son compatibles con la lógica o la razón. En este sentido la diferencia entre supersticiones, sectas y religiones se torna difusa y deviene en una cuestión de espacio y tiempo. Por poner un bien conocido ejemplo, el cristianismo no dejaba de ser una secta herética del judaísmo que, si no se hubiesen dado las condiciones favorables en el Imperio Romano y no hubiese tenido a ese propagandista extraordinario que fue San Pablo que lo acomodó a las creencias gentiles, tal vez no se hubiese convertido en una religión de masas. En la actualidad la nueva religión del «mascarillismo» y su correlato vacunológico tienen su San Pablo particular en la televisión.

Las supersticiones se relacionan con los temores humanos entre los que destacan el pánico a la enfermedad y la muerte. Estos miedos han cambiado muy poco desde la antigüedad pese a los impresionantes adelantos técnicos y científicos, recayendo una y otra vez los seres humanos en la utilización de talismanes y amuletos junto con la búsqueda de chivos expiatorios a los que culpar de las desgracias, generalmente una minoría con un comportamiento peculiar, antes los judíos en Europa, ahora los no vacunados y por tanto todavía impuros herejes insolidarios. El histerismo supersticioso podía llegar a ser extremo en la Edad Media como sucedía con los famosos » Flagelantes» que durante la terrible epidemia de peste negra recorrían caminos y ciudades azotándose frenéticamente ya que consideraban la enfermedad como un castigo divino por algún tipo de monstruoso pecado que era preciso redimir. Otras personas, menos dadas al sacrificio y al dolor se encomendaban a los santos y a las vírgenes. Los médicos a San Lucas y los enfermos a San Rafael, San Benito, la  Virgen de Lourdes o Santa Catalina de Siena.

Y en esas estamos. No dudo que si Procopio (que relató la famosa peste de la época de Justiniano) resucitase, se asombraría de nuestros gigantescos adelantos técnicos y en cambio no lo haría con respecto a nuestra credulidad. Creo que pensaría que el progreso, mil quinientos años después de su muerte, no ha servido para cambiar los ancestrales miedos sino para propagarlos y amplificarlos, promoviendo el empleo de nuevos talismanes bien publicitados por los recién ordenados sacerdotes de la neoreligión  científica desde sus púlpitos televisivos. Religión y Ciencia son términos antitéticos pero nuestra «Comunidad Internacional» ha logrado hacerlos compatibles sin problema alguno.

Vuelven las mascarillas tras un periodo de varias semanas de concienciación de la población mediante noticias alarmistas y desquiciadas que lógicamente consiguen arrastrar a la población a las urgencias hospitalarias para saturarlas a conciencia. Estas noticias de pasillos repletos y cifras de incidencia, bien condimentadas con las correspondientes imágenes de los móviles de algunos reporteros de ocasión que se entretienen de este modo, son divulgadas por todas y cada una de las cadenas oficiales de televisión que se parecen cada vez más al viejo NO-DO de la época de Franco. Este renacido noticiario oficial (ahora en color para ofrecer mayor realismo y cercanía) inocula miedo y desconfianza con inusitado vigor, mucho mayor que cualquier rumor medieval, ofreciendo además los amuletos adecuados, es decir las mascarillas y las vacunas de gripe y covid, tan inútiles e ineficaces como los látigos de «los  flagelantes» ( vale, menos sangrientos y teatrales). Una vez más, como hace tres años, los nuevos clérigos que se hacen llamar «expertos» nos aleccionan con sus evangelios y nos hacen temer las llamas infernales de la tos, los mocos y la fiebre. Menos mal que la nueva ministra de sanidad como una renovada Catalina de Siena (espero que sin ayuno) nos salvará a todos con sus obligatorios y coercitivos amuletos y rituales. Que le aproveche. Pero lo peor de todo con diferencia se refiere a la credulidad de la gente. Es descorazonador.

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