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23 abril: Hablemos de libros como Piedras

Francisco Javier López Martín
Francisco Javier López Martín
Licenciado en Geografía e Historia. Maestro en la enseñanza pública. Ha sido Secretario General de CCOO de Madrid entre 2000 y 2013 y Secretario de Formación de la Confederación de CCOO. Como escritor ha ganado más de 15 premios literarios y ha publicado el libro El Madrid del Primero de Mayo, el poemario La Tierra de los Nadie y recientemente Cuentos en la Tierra de los Nadie. Articulista habitual en diversos medios de comunicación.
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análisis

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No se me ocurre mejor manera de celebrar el Día del Libro que hablar de un escritor honesto, provocador, insumiso. A fin de cuentas las efemérides sólo sirven de algo cuando se convierten en nombre, carne, fulgor comprometido.

Javier García Cellino es uno de esos magníficos escritores, de los que hay tan sólo unos pocos repartidos por toda la geografía nacional. Le conocí en Oviedo, a finales del siglo pasado, aquel año en que el jurado del Certamen Voces del Chamamé me concedió su premio de relatos por un extraño cuento al que titulé La Academia Club Social.

Javier presidía aquella asociación de nombre llegado de las fronteras entre Corrientes y Rio Grande, a caballo entre Argentina, Paraguay, Uruguay y Brasil. Voces del Chamamé, se llamaba aquel intento de convocar las músicas, los ritmos, los cuentos, los poemas, las danzas lejanas.

De aquella expedición me traje en la mochila un par de libros premiados de Javier. Disposición de la Materia, con el que había ganado poco antes el Premio Leonor de la Diputación de Soria y La Ciudad deshabitada con el que se había alzado con el premio Gerardo Diego en Santander.

Yo era un tardío escritor de cuentos en los pocos ratos que me dejaba el sindicalismo. Aquellos dos libros, especialmente recuerdo el primero, me abrieron las puertas de la poesía, me animaron a perseverar en la Tertulia Poética de Indio Juan y a presentarme a algunos premios poéticos como el de Andrés García Madrid, que gané, creo recordar, en su primera edición.

Todo cuanto había leído que era la poesía, sin haber aprendido nunca a construir un solo poema sólido. Todo cuanto me habían explicado sobre metáforas, imágenes, ritmos venidos de dentro, se encontraba en aquellos poemarios de Javier García Cellino.

Pero junto al poeta, al que seguí procurando viajar en paralelo al trazado celeste de su estrella literaria, conocí a un hombre capaz de reinventarse, reaprender a vivir, mantener en alto, intactas, unas cuantas esperanzas, alimentar proyectos insensatos como aquella Asociación Voces del Chamamé, que no daba dinero a los premiados en su certamen poético y narrativo, sino que publicaba sus obras, porque no hay mayor ilusión en un escritor que ver su obra impresa.

Desde aquellos días he seguido viendo como Javier ganaba nuevos premios, cómo cada cierto tiempo publicaba un nuevo libro de poemas, cómo comenzaba a adentrarse en la narrativa. Desde su puesto de Secretario del Ayuntamiento de Caso, hasta el momento de su jubilación y aún con mayor intensidad desde entonces, Javier ha sabido preservar su oficio verdadero, su trabajo de escritor.

Me resultó abrumador aquel poemario, Famélica Legión, en el que saldaba cuentas con su militancia política, a la luz de su amor por la obra artística y utilizando la herramienta de esa poesía capaz de desvelar los misterios que esconde toda actividad creadora.

Desde entonces, Javier me ha regalado un buen número de viajes muy distintos, pero todos ellos apasionados y apasionantes. Me sigue sorprendiendo en su trayectoria personal y en su escritura incansable. Tengo delante de mí, mientras escribo este artículo, su novela El cuarto hombre, su poemario El portador de resinas y este alegato de amor, vida y poesía, al que ha llamado Piedras.

Fue Indio Juan el que un buen día, ante un poema militante y reivindicativo que me atreví a desembarcar en la tertulia, me invitó a aceptar las dificultades de escribir un alegato. Basta pensar en los patinazos de ilustres poetas como Neruda, Alberti, o Guillén, cuando cantan las glorias del camarada Stalin. El alegato es uno de los géneros más difíciles.

Cantar las luchas, las reivindicaciones, las derrotas y las victorias de los pobres, de los desposeídos, los oprimidos, en este caso el pueblo palestino, sólo es posible desde la mirada de un Javier que se fraguó en un taller de forja de militantes, como lo hizo Orwell y que supo mantener todos estos años y preservar hasta la primavera, su esencia libertaria.

Qué mejor que embocar, adentrarnos, en un nuevo Día del Libro, respondiendo la inevitable pregunta que formula Javier García Cellino en su libro Piedras, ¿A quién rezar cuando las montañas dejen de ser sagradas?

Porque esa y no otra es la pregunta que se formula el mundo en estos momentos, en esta encrucijada. La pregunta que debe responder toda la especie humana.

Nuestro amigo, el poeta, huye de la comodidad en la que podría haberse instalado y formula una pregunta que no tendrá nunca una respuesta cargada de futuro sin antes escuchar atentamente las palabras, los poemas, los ritmos, las metáforas que a modo de piedras, a modo de intifada, nos regalan unos cuantos poetas como Javier García Cellino.

Por lo demás, Feliz Día del Libro y gracias a Javier por esas Piedras.

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