Mi novio ha desaparecido sin decir palabra. Esta mañana me despierto y no está en la cama. Miro en el armario: Su ropa tampoco está. Se ha ido con el equipaje.
Lo primero que se me ocurre es ir al taller mecánico donde trabaja. El jefe me conoce. Me dice que Javier Lazo se despidió hace una semana y pidió el finiquito.
Luego lo tenía planeado el muy canalla.
Voy al piso de sus padres. Su madre me asegura que no lo ha visto. Sólo sabe de él que dijo que se iba a Madrid. ¿En qué dirección de Madrid? ¿Para hacer qué? Ni idea.
Así que tomo el primer AVE a Madrid. Yo no me quedo sin saber lo que pasa y sin cantarle las cuarenta a ese sinvergüenza.
Me bajo en Atocha. ¿Por dónde empiezo a buscar, en la inmensidad de Madrid, a Javier Lazo, alias Lince, el canalla de mi novio?
En bibliotecas seguro que no está, ni en iglesias, ni en museos.
Más bien en sitios de mal vivir. Pregunto por él a los “desocupados” de la calle de la Montera y de la calle Desengaño: Es un tío alto, rubio, con aros y tatuajes hasta en la cara, rapado a lo cherokee, inconfundible.
Un buen rato después, cuando ya estoy desesperada, una prostituta me cuenta que lo ha visto, que sabe dónde anda y me lleva al piso en el que “trabaja” si le doy 200 euros.
─De acuerdo ─le digo─, pero te pagaré cuando me lleves hasta él.
Es un piso de Lavapiés, viejo y destartalado, donde hay cámaras de grabación, señoritas ligeras de ropa y chulos musculosos.
Javier se queda helado al verme.
─¡Cariño! ¿Qué haces aquí?
Le suelto una sonora hostia delante de todos. Lazo se estremece. Algunos de los presentes se ríen, otros miran con la máxima atención.
─Y qué haces tú aquí? ─le digo.
─Aquí gano mucho más, y rápido ─me dice con los ojos llenos de codicia.
Están preparando una escena. Dos tíos se desnudan muy desenvueltos. Dos chicas se ponen lubricante sin pudor delante de todos.
─¿Quieres ser actriz tú también? ─me dice Lazo─. Con lo buena que estás, serías una actriz de primera.