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La obligación moral a la solidaridad

Joan Martí
Joan Martí
Licenciado en filosofía por la Universidad de Barcelona.
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análisis

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Tiempo de pandemia, espacios cerrados, aplausos nocturnos, espera con esperanza y aún así,  lo mejor que podemos hacer es evitar la crueldad y fomentar el entendimiento entre el máximo número de personas mediante la fuerza de los argumentos, entendiendo que no existe nada más digno que nuestro sentido de la obligación moral con aquellos que sufren.

Podemos mantener la noción de moralidad sólo en la medida en que dejamos de concebirla como la voz de nuestra parte, digamos, divina y la consideramos como nuestra propia voz como miembros de una comunidad de hablantes de un lenguaje común. Esta concepción de la moralidad hace imposible pensar que hay algo por encima de la comunidad a la que pertenecemos que nos marque el sentido de lo moral; hace imposible también pensar en una comunidad más ancha llamada humanidad.

Pues bien, la filosofía moral toma la forma de una narración histórica antes de la de una búsqueda de principios generales. En este sentido, podemos considerar que las principales contribuciones  modernas al progreso moral no han sido las reflexiones realizadas por filósofos o teólogos, sino las descripciones detalladas que del sufrimiento humano han hecho novelistas, periodistas, sociólogos, etnógrafos, etc. Por lo tanto, la solidaridad con los demás humanos no se basaría en ningún tipo de concepción sobre determinados fines humanos universalmente compartidos, como puedan ser los «Derechos humanos» o la «racionalidad» o eso que llamamos «el bien común», sino que sería una convicción basada simplemente en los hechos históricos.

Por lo tanto, la solidaridad humana debe dejar de basarse en unos fundamentos religiosos cristianos o seculares universalistas a fin de encontrar asiento en las democracias parlamentarias. La concepción de que un componente humano central y universal como la razón es una facultad que es la fuente de nuestras obligaciones morales, aunque que fue de mucha utilidad en la creación de las modernas sociedades democráticas, es algo de lo que se puede prescindir y de lo que se debe prescindir para que se pueda acercar a la utopía liberal. Debemos de insistir en que las democracias occidentales están ahora en condiciones de liberarse de los planteamientos teóricos utilizados en su construcción.

Un ejemplo es la confrontación entre los liberales blancos norteamericanos y la miseria y desesperación de los jóvenes negros de aquel país, un ejemplo que, desgraciadamente, sigue estando de actualidad. “Muchos estadounidenses negros están en mayor riesgo ante el covid-19″, dijo el cirujano general de EE.UU”. Aunque plantear de entrada esta oposición tan radical entre «Nosotros» y «ellos» nos puede desagradar, la cuestión interesante es preguntarse si los blancos debemos ayudar a los negros porque son «seres humanos» como nosotros o, en cambio, los hemos de ayudar porque son «compatriotas», es decir, porque son estadounidenses.

Por lo tanto, la conclusión que podemos sacar es que nuestro sentimiento de solidaridad se fortalece cuando aquel o aquellos hacia los cuales manifestamos nuestra solidaridad son «uno de nosotros», donde «nosotros» tiene un significado más restringido y más local que el de raza humana. Y si pensamos que esta explicación puede resultar «políticamente incorrecta» querrá decir que nos guían por el paradigma religioso o secular kantiano, según el cual habría una «esencia humana» que incluiría la obligación de solidaridad.

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