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Abascal puede perder su acta de diputado si entra en el Congreso con pistola

El líder de Vox ha reconocido que lleva una Smith and Wesson desde los tiempos en que estaba amenazado por ETA

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análisis

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Grupos de izquierda en el Parlamento, entre ellos Compromís, han pedido que se le retire el acta de diputado a Santiago Abascal si es cierto que va armado al Congreso. A estas alturas todo el mundo sabe que desde los tiempos en que ejercía la política en el País Vasco, el líder de Vox suele llevar consigo, como compañera inseparable, una reluciente Smith and Wesson. El propio Abascal ha reconocido públicamente que porta una pistola: “Al principio para proteger a mi padre de ETA; ahora, a mis hijos”, le dijo a El Español, el periódico digital de Pedro J. Ramírez. El problema es que la banda terrorista ya no existe pero la pistola se ha quedado a vivir con Abascal, lo cual demuestra que el miedo es el compañero más fiel y jamás le engaña a uno para irse con otro, como decía Woody Allen.

En cualquier caso, la polémica sobre el uso de armas de fuego (un problema inexistente en España pero que Vox importa del “trumpismo” yanqui) está servida, que es lo que le interesa al partido verde. Nos encontramos sin duda ante uno de esos típicos temas culebra, sensacionalistas, a los que el partido ultra es tan aficionado. Debates que provocan mucho ruido y abundantes titulares de prensa pero que interesan más bien poco a los españoles, angustiados por la epidemia de coronavirus y por llegar a final de mes. Con la experiencia vamos aprendiendo que la extrema derecha de este país vive de la provocación, del bulo y de generar una agenda política improvisada que no coincide precisamente con los grandes asuntos de Estado. Si un día la controversia inventada es el pin parental, al siguiente toca si Abascal puede llevar la pipa a la oficina, y todo con la única finalidad de que se siga hablando del partido emergente neofalangista.

Tal como era de esperar, la moción de Compromís sobre la misteriosa Smith and Wesson de Abascal era un bocado demasiado suculento y apetitoso para el político bilbaíno, al que le ha faltado tiempo para bajarse al barro. A los pocos minutos colgaba un mensaje en su cuenta personal de Twitter para dejar claro, no sin cierta arrogancia, que no tiene “inconveniente en ser cacheado al entrar al Congreso”. Y añade: “Es más, viendo a los socios del Gobierno de Sánchez e Iglesias, creo que convendría que todos pasen un control de armas y explosivos. Sería bueno también un control antidroga a los diputados antes de acceder al Pleno”. En el terreno de la dialéctica faltona, Abascal no tiene rival; ese partido lo tiene ganado por goleada.

Pero más allá de lo que decida la Mesa del Congreso sobre la cacharra del líder de la extrema derecha española, conviene hacer varias reflexiones importantes. La primera de tipo ético o moral. La democracia está reñida con la violencia y no hay nada más violento que una pistola, aunque no se use. Hasta la fecha, el único que había entrado armado en el sagrado templo de la democracia había sido Tejero, una excepción histórica que convendría no volver a repetir, mayormente por no tener que restaurar los frescos y escayolas del techo del Congreso, que cuestan un dineral a los españoles cada vez que hay un pronunciamiento militar. Los golpes de Estado son un trastorno, un follón, lo dejan todo perdido de sangre y pólvora y nunca resuelven nada, solo aplazan los problemas durante un par de generaciones más. Las guerras civiles empiezan de la forma más tonta, una pistola que se dispara por error, por ejemplo, y luego ya no se puede parar de fusilar. De confirmarse la insinuación de Compromís de que Abascal se lleva la fusca al trabajo, estaríamos ante una reincidencia histórica peligrosa por lo que tiene de mal recuerdo de las andanzas de un golpista como Tejero. Si posee licencia de armas, que la tendrá, el líder de Vox puede llevar la pistola por la calle, pero debería dejarla en el guardarropía del Congreso, con las navajas de Albacete, las facas, los cuchillos jamoneros y demás armas blancas con las que sus señorías se apuñalan sin piedad en esta especie de cainismo ciego y guerracivilista al que hemos retornado de repente.

Pero es que además hay una segunda razón práctica para que no le dejen a uno acceder al Parlamento con el pistolón en la funda sobaquera, una simple y elemental cuestión de seguridad. El escaño es más bien estrecho y la Smith and Wesson es un hierro que abulta mucho, incómodo y de difícil manejo, de modo que puede soltarse el seguro por accidente y volarle la barba a su compañero Espinosa de los Monteros, que se sienta por allí cerca; o darle a un ujier o a una taquígrafa; o incluso pegarle sin querer en el pie al mismísimo Pedro Sánchez, dejándolo K.O. de forma poco elegante e innecesaria, ahora que las encuestas de cara a las próximas elecciones dan ganador al bloque de las derechas.

Una Smith and Wesson no es ninguna pistolita de agua o de juguete. Puede hacer pupa y convertir el Congreso de los Diputados en una ensalada de tiros propia de un espagueti western. Basta recordar que se trata del arma empleada por Clint Eastwood en su mítica serie sobre Harry el Sucio, en la que no dejaba delincuente con cabeza. Ya se sabe que la extrema derecha tiene sus referentes ideológicos: las películas americanas de acción, John Wayne, Arnold Schwarzenegger con trabuco, los españolazos de Raza y José Antonio, que defendía la violencia como lícita si se trata de salvar a la patria del ateísmo comunista. Pero a Abascal habría que decirle que en la vida todo tiene su momento y que hay que saber superar a tiempo a los ídolos de la infancia y las batallitas lúdicas. Porque un revólver no le hace a uno mejor ni más hombre. Ya lo dijo Humphrey Bogart, otro duro, en aquella vieja película: aquí sobran armas y faltan cerebros.

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